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NARRATIVA / ENTREVISTA

Mary Karr: “La vida es un chiste malo”

La autora de uno de los libros del año de 'Babelia' desvela las claves de 'El club de los mentirosos', celebrada autobiografía que narra episodios aterradores de su vida. “Reconciliarme con mi historia fue muy doloroso”

La escritora estadounidense Mary Karr, autora de 'El club de los mentirosos'.
La escritora estadounidense Mary Karr, autora de 'El club de los mentirosos'.Vincent Sandoval (Getty Images)

Mary Karr (Grove, Texas, 1955) tenía cuatro años cuando su padre, al final de su jornada laboral en la refinería de petróleo donde trabajaba, se la llevaba con él a los antros donde quedaba para beber, jugar a las cartas e intercambiar historias con sus amigos, broncos texanos excombatientes de la Segunda Guerra Mundial. Después de Texas vendrían otros paisajes: las drogas y el surf en California; la escena punk durante los años del college, en Minnesota; Vermont, donde cursó un máster en escritura creativa y conoció a su futuro marido, poeta como ella. Siguieron el nacimiento de su hijo, Dev, y su primer trabajo, como profesora de la Universidad de Siracusa. En cada uno de estos lugares surgió de manera fragmentaria un entramado que apenas logra ocultar una espiral de episodios aterradores: una violación perpetrada por un compañero de juegos a una edad temprana; la imagen de su madre amenazándola con un cuchillo, presa de un brote psicótico; la sombra aciaga de la depresión; un intento de suicidio; tétricas sesiones en los locales de Alcohólicos Anónimos; la religión, como única salida posible. La búsqueda de una tabla de salvación en la escritura recuerda a la de Sylvia Plath, cuando hacía frente a sus demonios en el terror de la madrugada. El resultado fue un libro de memorias que, conforme al dictamen de la crítica cuando se publicó en 1995, cambiaba las reglas del género. El club de los mentirosos es un libro difícil de caracterizar. Durante un año se mantuvo en la lista de best sellers del New York Times, mientras su autora recibía a diario cientos de cartas desgarradoras escritas por mujeres que le daban las gracias por haber logrado algo que ellas no sabían hacer: contar la crónica de su estancia en el infierno dejando espacio a la esperanza.

“No sé cómo lo conseguí”, afirma, acariciando un manuscrito en su casa de Manhattan. “Fueron más de 15 años de intentos fallidos. Cuando publiqué el libro tenía más de 40 años. Reconciliarme con mi historia fue un proceso muy doloroso. Vivía sola con mi hijo en condiciones muy precarias. Me levantaba a escribir a las cuatro de la madrugada, antes de que se despertara el niño”. El club de los mentirosos está poblado por sombras inquietantes. Las presencias más formidables son las de sus familiares.

“Mi madre intentó matarme, y escribir acerca de algo así fue una pesadilla. Como entrar en la cámara de los horrores sin protección”

“Mi padre era un bebedor y un jugador empedernido, pero también un ser maravilloso que embaucaba a todo el mundo con sus historias, casi todas inventadas. Me llevaba con él a un local donde se reunía con sus amigos, todos tan mentirosos como él, de ahí el título del libro. La relación con mi madre fue muy tormentosa. Se casó siete veces. Era una mujer culta, artista, pero estaba profundamente desequilibrada. Era alcohólica y tenía brotes psicóticos. En una ocasión intentó matarme con un cuchillo de carnicero. Escribir acerca de ese tipo de situaciones fue una pesadilla. Era como entrar en una cámara de horrores sin ninguna protección”.

Tras El club de los mentirosos, Karr escribió otros dos libros de memorias, Cherry (2000) y Lit (2009), dignos continuadores del primer volumen, además de cuatro poemarios. Es en sus libros de poesía donde quizá se encuentre la clave de su escritura. “Soy poeta antes que nada,” dice señalando el manuscrito que tiene en las manos. “Es mi último libro de poemas, saldrá en abril. Este original es para Don DeLillo, que me lo ha pedido. Me inquieta que lo vaya a leer alguien como él. Empecé a escribir poemas a los cinco años, lo cual es inexplicable. Nunca había conocido a ningún poeta. Si alguien me hubiera dicho: ‘Mary, ven, en el cuarto de al lado hay un poeta’, es como si me hubieran dicho que me iban a enseñar un unicornio o un caballero andante. La anécdota más extraña es algo que me ocurrió cuando tenía 12 o 13 años. La maestra, molesta con mi insistencia en decir que quería ser poeta, me mandó al despacho del director del colegio, que me dijo: ‘Como persistas en la idea de dedicarte a la poesía, acabarás siendo prostituta’. ¿Se imagina decirle algo así a una niña? Claro que fue en Texas”.

Tal vez el logro mayor de un libro como El club de los mentirosos es la capacidad de Mary Karr para dar la vuelta a situaciones trágicas mediante el uso de un sutilísimo recurso al humor. “La vida es un chiste, no hay mejor manera de explicarlo, un chiste malo. Comparto la visión budista según la cual la vida es sufrimiento, sólo que hay modos de salvarse de él; el más importante para mí es el humor. Es algo que aprendí de mi padre. Cuando desplumaba a un matón en una partida de póquer y veía que su integridad física corría peligro, lo desarmaba contándole un chiste”. El humor y, es preciso añadir, la religión. Por los años que escribía El club de los mentirosos, Karr se convirtió al catolicismo. “Es cierto”, afirma, “aunque soy más bien lo que se dice una católica de cafetería”.

‘El club de los mentirosos’. Mary Karr. Traducción de Regina López Muñoz. Errata Naturae / Periférica, 2017. 520 páginas. 23 euros.

Nota de un suicida: Anuario

En los años 80, mientras Mary Karr trabajaba en el manuscrito de El club de los mentirosos y David Foster Wallace en el de La broma infinita, los dos escritores tuvieron una relación. Durante el tiempo que duró, se leyeron mutuamente fragmentos de aquellas obras. Wallace se tatuó el nombre de Mary, inspirándose en ella para crear uno de los personajes de su novela, Madame Psychosis, llegando a proponer matrimonio a Karr. Ofrecemos aquí, en versión de Eduardo Lago, un fragmento de un poema de Mary Karr sobre la muerte de Foster Wallace.

Espero que Jesucristo te tenga a su lado

y que aunque con las décadas

nos hayamos alejado tanto

que el amor acabó en odio

y todas aquellas cartas

y llamadas telefónicas

se desvanecieron con tu rostro

anudadas por la soga.

(...)

Tu muerte dejó

en quienes alguna vez te amamos

un sentimiento que

me hace pensar en la repentina desaparición

de todos los instrumentos de reanimación cardíaca del planeta,

o en la posibilidad de que

todos los desfibriladores del mundo

se quedaran a la vez sin pilas,

dejándonos en presencia de un cadáver

cuya venganza

es negarse a resucitar

cuando recibe una descarga eléctrica en el pecho.

Y perdona que te lo diga,

pero en mi opinión todo suicida

es un pobre soplapollas.

Por fortuna no soy Dios, porque de serlo,

cuando viera a un agonizante

en lugar de ayudarle lo remataría.

Y permíteme que me ría de ti a carcajadas:

pese al empeño que pusiste

sigues vivo dentro de nosotros cada segundo que pasa,

royendo el alma de todos los que alguna vez te inhalamos;

desde lo más hondo

de nuestros pulmones, implantes sonrosados como alas,

globos de color rosa con los que te exhalamos,

devolviéndote al aire

para verte ascender como la lluvia.

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