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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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Sí, sí... París para los señoritos

La literatura para los pequeños invade las mesas de novedades: los libros infantiles y juveniles suponen un 31% de las ventas totales y ocupan el primer puesto de la pirámide

Manuel Rodríguez Rivero
Ilustración de 'Allumette', de Tomi Ungerer (Kalandraka)
Ilustración de 'Allumette', de Tomi Ungerer (Kalandraka)

1. Santa

No se me vayan a olvidar de los más pequeños precisamente ahora, mientras Santa está subiendo y bajando por las chimeneas y deslizándose en las viviendas como un nórdico y universal diablo cojuelo. Mañana es su gran noche: son inocentes y en sus sueños todavía no aparecerán lloronas Roviras ni mentirosos Puigdemonts, quiescentes Rajoys, previsibles Riveras, giróvagos Iglesias, transformistas Colaus, Icetas-nunca-se-sabe o, last but not least, ogresas cuperas. La literatura para los pequeños invade las mesas de novedades: en 2017, y según los siempre depurables datos de LibriRed, los libros infantiles y juveniles (a los que, incomprensiblemente, añaden los “didácticos”) suponen un 31% de las ventas totales y ocupan el primer puesto de la pirámide. De modo que hay libros I-J para dar y tomar. De entre la avalancha recibida y hojeada en esta casa (a la que llega anticipadamente Santa Claus, a quien este año he tenido que convencer para que no confeccionara su uniforme con tela de estelada), permítanme que me moje con algunas recomendaciones de libros que me hubieran gustado que, en su momento, me regalaran (aún conservo en mi deteriorada mente algo de niña/o). Caminando bajo el mar, colgando del amplio cielo (Siruela; 7 años) es un hermoso relato de Patricio Pron protagonizado por un venado argentino; Saltamontes va de viaje (Kalandraka; 4 años) es como una simpática road movie campestre repleta de insectos; Allumette (Kalandraka; a partir de 4) es un clásico de Tomi Ungerer que reescribe la tristísima (pero aquí no tanto) historia de la cerillera de Andersen (con la que tanto debió sollozar la ya citada Rovira), y Mamá va al cole (Blackie Books; 3-4 años), de Éric Veillé y Pauline Martin, una fábula ideal para leer a niños que detestan la escuela. Para los más mayorcitos que apunten a lletraferits, les recomiendo el cofre de cuatro libritos (no se asusten: es de lo más asequible) que ha publicado Gadir (a partir de 12) con cuentos clásicos de grandes escritores italianos, rusos, franceses y “anglosajones”; el maravillosamente ilustrado (por Iván Bilibin) El zar Saltán y otros cuentos populares rusos, de Pushkin, en Reino de Cordelia (8-9 años). Por último, y si su hija-hijo ya se lo merece (yo lo leí a los 13 y sigo enamorado), regálenle la estupenda edición (a cargo de L. A. Cuenca) de las Sonatas, de Ramón del Valle-Inclán, que también ha publicado Reino de Cordelia. De nada, a mandar.

2. Montparnasse

Ya sé que no debo mostrarme demasiado autobiográfico, pero —ay— no suelo atenerme a muchas reglas, y así me va. La semana pasada, por ejemplo, estuve a punto de morir en París con aguacero, un jueves de últimos de otoño en que no paró de llover y en que casi agarré una pulmonía buscando vanamente la tumba de César Vallejo en el inescrutable cementerio de Montparnasse. No la encontré —y eso que estuve un par de horas trastabillando entre tumbas ilustres—, pero tuve la suerte de caerme (literalmente) sobre la muy pulida —aunque sin flores— de Samuel Be­ckett, lo que no está nada mal como tropiezo funeral. ­Be­ckett, uno de mis cinco premios Nobel favoritos, me llevó a pensar en otro, Claude Simon (1913-2005), que está enterrado en el cementerio de Montmartre y que tuvo el buen gusto de venir a España a combatir junto a los republicanos, una experiencia que quedó reflejada en su novela Le palace (1962), que aquí publicó Versal y que hoy resulta totalmente inencontrable. Acordarme del gran Simon —en quien la Academia sueca quiso premiar, 20 años más tarde, al nouveau roman— tuvo que ver con la noticia, hecha pública estos días, de que un grupo de escritores y admiradores del autor había enviado con nombre falso a 19 editores franceses 50 páginas del mecanoscrito de, precisamente, Le palace para comprobar la respuesta que obtenían. El resultado fue que 12 nunca contestaron y 7 lo rechazaron. Los remitentes se rasgaban las vestiduras a propósito de los cambios en la edición de ficción literaria, la pérdida de valores culturales de los editores y el cascarrabias blablablá de cualquier-tiempo-fue-mejor. Pero, sin necesidad de hacer apuestas, ustedes y yo, queridas improbables, ya sabemos que hoy sería imposible publicar de nuevas Malone muere, de Beckett, o, si me apuran, hasta El siglo, de Javier Marías, o El ruido y la furia, de Faulkner, por citar solo libros de premios Nobel (masculinos) o presuntos aspirantes. Han cambiado los gustos de los lectores, sin duda, pero también ha migrado —y mucho— el afán innovador y vanguardista de muchos editores, al menos en lo que a ficción se refiere. Para hallar pruebas consistentes del mismo hay que buscar en el (afortunadamente) poblado segmento de las editoriales que facturan menos de dos millones de euros al año. Pero así es la vida. Por último, el título de este Sillón de Orejas es un plagio de unos versos de ‘Esta villa se lleva la flor’, uno de los peores —pero a mí me hace gracia— poemas de Blas de Otero que no me resisto a transcribirles: “París, postal del cielo / firmada por el Sena // Sí, sí… / París, París para los señoritos” (cursivas del poeta).

3. Johnny

No recuerdo tanto movimiento mediático por el fallecimiento de una figura cultural francesa desde lo de Sartre. El Nouvel Observateur, tan serio y (aun) vagamente socialdemócrata, le ha dedicado (“le roi est mort”) un monográfico con apabullante portada y 50 páginas. Y todas las sucursales de la Fnac han levantado su correspondiente altar con discos y libros de y sobre Johnny Hallyday. Para muchos de nosotros —crecidos durante la dictadura— era el cantante “rebelde” que teníamos más cerca (no cuento a José Guardiola). Recuerdo que mis padres me trajeron de Andorra, entre vasos de Duralex, una camiseta con su efigie. Fin de la autobiografía. Felices fiestas, queridas/os.

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