De la solemnidad al ‘sfumato’
Sabio y artista del Renacimiento, desde su época, Leonardo da Vinci alcanzó la categoría de genio
Tras largos años en los que la obra de pintores modernos (Cezanne, Gauguin, Picasso o De Kooning) era la que pulverizaba los precios de las ventas en las subastas, una pintura de Leonardo da Vinci se ha convertido en la más cara de la historia.
No es extraño que el “maestro antiguo” que ha alcanzado esta altísima valoración haya sido Leonardo, sabio universal y artista del Renacimiento que, ya desde su propia época, alcanzó la categoría de genio y de mito viviente tanto en Italia, como en la propia corte del rey de Francia donde murió en Amboise el año 1519, según quiere la leyenda, en brazos de Francisco I. El mito leonardesco fue creciendo con las épocas y alcanza su momento culminante a finales del siglo XIX, sobre todo en el periodo simbolista, cuando se exaltaron las cualidades de misterio de su pintura y el carácter ambiguo de su arte, tanto en sus concepciones pictóricas, el famoso sfumato [técnica pictórica en la que se difuminan los contornos, tonos y valores de las formas sin rastro de la pinceladas], como en la misma indefinición sexual de algunos de sus personajes.
Leonardo fue un adelantado en lo que se refiere a su manera de insertar las figuras en los espacios perspectivos creando lo que se ha denominado perspectiva aérea, es decir, aquella que tiene en cuenta el aire interpuesto entre el espectador y la superficie pictórica para dotar a lo que pinta de la ilusión de la profundidad. Desde este punto de vista su obra maestra es, sin duda, la Última cena.
En este célebre fresco colocó en su parte central la figura de Cristo, imagen claramente relacionada con el Cristo Salvator mundi, vendido a tan alto precio.
Como en el fresco milanés, esta pintura nos muestra la figura de Cristo de una manera absolutamente frontal, lo que se denomina imagen “en majestad”, más propia del arte medieval, y aun del arte bizantino, que de la pintura renacentista, que pronto exploró las posturas de perfil o de tres cuartos como más aptas para dotar de vivacidad a lo representado. Leonardo busca de esta manera la solemnidad propia del tema de la imago Christi, pero la dota de la sutileza moderna de su típico y novedoso sfumato, del sutil escorzo perspectivo de la mano que bendice, una de las mejores partes del cuadro, y del juego de transparencias de la bola del mundo, una muestra de habilidad en un tema difícil de representar. En suma, partiendo de modelos antiguos, moderniza una iconografía tradicional y, como sucede en buena parte de su obra, la proyecta genialmente hacia el futuro.
Fernando Checa es historiador del arte y fue director del Museo del Prado.
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