Ian Svenonius: “El egoísmo nos deja con un mundo feo y horrible”
El músico y escritor estadounidense publica un libro "contra Apple, Ikea, Wikipedia, el rock corporativo y la depilación púbica"
Conocí a Ian Svenonius en la puerta del Garatge Club barcelonés, en 1996. Su banda, The Make-Up, compartía gira con los hardcoretas Down By Law (patente error de casting), y Svenonius afirmaba sentirse perplejo por ello. No encajaba con la idea. Svenonius siempre ha sido un hombre de ideas, que ha expuesto de modo irónico (pero expresión impávida) en bandas como el trajeado “partido político” anti-padres The Nation of Ulysses o los funk-marxistas-medio-en-coña The Make-Up. También ha publicado libros como The Psychic Soviet (inédito en España) o Estrategias sobrenaturales para formar un grupo de rock (Blackie Books).
Hoy vuelve con un nuevo libro, Te están robando el alma (título original: ¡Censura ya!). En él, Svenonius pide que se instaure la censura de prensa, critica la revolución sexual, aduce que Apple induce a la población a desprenderse de sus posesiones (acumular es de pobres), que Ikea quiere que las parejas rompan (para mantener a la “población en un estado de constante fluctuación romántica”) y que Wikipedia es el “poli bueno” de Internet. Svenonius es uno de los forajidos más interesantes y preclaros de la música pop moderna.
El arte es inofensivo. Los poderosos lo toleran porque no representa una amenaza. Lo que afirmas es cierto. Pero nos gusta, Ian. Hay música blanda y conformista de los 60 que es maravillosa.
Por supuesto. Lo que yo digo en el libro es que el arte es poderoso y tiene el poder de cambiar el mundo, pero legalizarlo es un modo de arrancarle su poder. Es como decir que el arte es una menudencia, es intrascendente, así que todo vale. Por el contrario, si le impones controles sociales estás admitiendo que tiene demasiada influencia y que es peligroso. Te infunde respeto, y por eso lo censuras. En las sociedades capitalistas, el arte solo es el capricho de una clase artística de memos desempleados a quienes pagamos para que nos entretengan, pero históricamente el arte ha sido esencial en la transformación de la cultura y la sociedad. Incluso esos grupos de música blanda que mencionas estaban inventando un mundo. Por eso hay que crear de un modo responsable. El rock o las novelas son capaces de… Mira el mundo en el que vivimos: fue profetizado por escritores de ciencia ficción, que lo pintaron tal y como es. Philip K. Dick o George Orwell: ¿fueron solo profetas, o en cierto modo crearon el mundo actual al presagiarlo? La gente que suele estar en el poder no tiene mucha imaginación. Así que tuvieron que tomar su inspiración de las novelas de ciencia ficción.
En España se dice que “contra Franco vivíamos mejor”. Tu libro afirma que el arte que reacciona contra la censura es de mayor calado.
Las dictaduras y los estados totalitarios siempre se preocupan por el arte. Hitler, Stalin, Franco: no lo desdeñaban. Eso es bastante revelador. En el capitalismo sucede lo mismo, solo que de forma encubierta. Las fuerzas armadas están muy involucradas en Hollywood y la televisión. Tienen presupuestos enormes para construir un sistema de propaganda que nos pinte su ideología de un modo simpático. Cada película de Hollywood recibe dinero para que las fuerzas armadas tengan buena pinta y parezcan dignas de nuestra confianza. Impulsan esa idea de que la caballería vendrá a salvarnos con su elevado código de valores. Algunas de esas películas solo aparentan ser críticas con los EUA. Como Apocalypse now. Su verdadero mensaje es que los americanos deberían ser más despiadados con el enemigo. No es una película antiguerra: el guión es de John Milius, un conocido ideólogo de la derecha. Todo en esas películas sobre Vietnam está invertido. Por ejemplo: El cazador canjea los roles. El Vietcong, o FLN, es el ejército que va a los pueblos y mata a todo el mundo, mientras que los americanos son la guerrilla noble. Eso es lo contrario de lo que sucedía en Vietnam.
Los filmes, sin embargo, tienen la excusa de ser una “obra de ficción” cuando les pillan alguna mentira. Pero ¿y los periódicos?
Esa es mi premisa. El New York Times o el Washington Post promueven las guerras de los Estados Unidos. Lanzan una “opinión” unilateral, homogénea, teóricamente civilizada, para que se intervenga militarmente en Irak o Siria. En la prensa norteamericana no hay discrepancias. Es un bloque, y presenta la muerte y la destrucción de un modo burgués y racional, como un asunto de cifras y de sentido común. Nunca son culpables. No puedes denunciar al New York Times por la muerte de un millón de personas, pese a que ellos promovieron esas guerras. Los Estados Unidos podrían ir a la guerra sin la ayuda de los medios, pero les van muy bien para crear escenarios ambiguos: “sí, matamos a toda esa gente, pero es que eran contrarios a los derechos de la mujer”. Se crea una estructura de equívocos para que la gente se sienta confusa a la hora de tomar partido. Ahora están creando ese escenario para Rusia. Cuando construyen a un hombre del saco ficticio como Saddam o Gadafi toman carrerilla para el magnicidio. De ese modo, cuando al final se lo cargan pueden aducir: “bueno, es que estaba loco” [sonríe].
A ver, Gadafi estaba un poco loco. No digo que hiciese falta matarlo, pero tenía cosas de jerarca chiflado.
Sí, tal vez, pero ¿concierne eso a los Estados Unidos? No creo. Eso es un asunto de la gente de Libia. Lo importante es el papel de la “libertad de expresión”, del que la prensa es supuestamente agente moral y portavoz. Pero no lo es. Como no podemos esperar que la iglesia o el Estado la censuren, nos toca hacerlo a nosotros. Busco arrancar el estigma asociado a la palabra “censura”, como si fuese una palabra fea. En mi país, la idea de censurar algo es el mayor de los pecados. “¿Y qué pasa con la libertad de expresión?”, te dicen siempre. Eso digo yo: ¿qué pasa con ella?. Coca-Cola usaría pornografía hardcore para vender bebidas gaseosas. Pero no puede, porque algunas ideas morales y leyes lo condenan. De momento.
Te preguntas: “¿De dónde han sacado esa noción de que debería permitirse a las personas decir cualquier cosa que quieran?”.
Es una idea absurda. Además, la libertad de expresión que ellos profesan es mentira. No puedes hablar de comunismo en televisión. Casi ni puedes decirlo en un grupo de rock. No puedes decir una sola cosa positiva sobre la URSS o Fidel Castro. Te destruirían. Pero bajo el mismo paraguas puedes decir cualquier burrada homofóbica, racista o sexista que se te ocurra. Es una libertad muy selectiva. Hoy en día aún se pregunta a los visitantes de los Estados Unidos si han formado parte del partido comunista. Es una idea tabú. Verboten.
Te obsesiona el individualismo. En un libro previo lo discutías en relación a Dylan y el movimiento folk, aquí lo analizas mediante el twist y el fin del baile en pareja.
Si piensas en la condición moderna prevalente, que es alienación creada por el capitalismo, impera la noción de que todo el mundo ha de mirar por sí mismo, y que el egoísmo tiene que reinar de forma suprema. Esa es la raíz de casi todo lo que va mal en el mundo. La idea de que estás solo, que tienes que luchar por lo tuyo. Es una óptica que destruye la calidad de vida. El egoísmo nos deja con un mundo feo y horrible.
Estoy de acuerdo. Pero a la vez, y sin querer frivolizar, en música pop esos puntuales arranques de individualismo crean carreras interesantes. Si Dylan llega a quedarse en la comunidad folk su carrera hubiese sido un ladrillo. Hubiese sido otro Pete Seeger.
[sonríe] Dylan ya era mucho más excitante que Pete Seeger, incluso cuando formaba parte del folk. Lo único que cambió en Dylan fue el marketing. Lo que me fascina del folk es que era un movimiento cripto-socialista muy popular. Era como college rock avant la lettre. Era música anti-originalidad y anti-expresión personal, se centraba en el mensaje y hablaba el lenguaje de los pobres. Su dialéctica era opuesta a la del pop. Cuando el folk desapareció, el rock absorbió sus ideas. Por eso hablamos de “autenticidad”, de que un artista se ha “vendido”… En el rock’n’roll eso no tiene sentido. ¿”Venderse”? ¿A quién? Esas ideas son pura estética porque, al contrario que en el folk, no tienen detrás un programa político que permita activarlas. Han quedado reducidas a sensaciones. El folk tenía muchas normas: si alguien se “vendía” quería decir que se había saltado unas reglas muy concretas; la diferencia entre música “real” y “falsa” estaba bien definida. Cuando Dylan se electrificó, el movimiento folk colapsó, y todos sus fans fueron a parar al rock’n’roll. Al hacerlo, empezaron a juzgar el rock con estándares del folk, solo que sin política. Cuando Peter, Paul & Mary se pasaron al pop siguieron despreciándolo: la letra de “I dig rock and roll music” es anti-pop. Pero es un alegato muy endeble, porque está hecho a ritmo pop.
Otra obsesión tuya es la conspiración gubernamental. Pero que cuelen esas “conspiraciones” dice mucho de la gente que se las traga una y otra vez. No lo critico, ojo. Soy tan culpable de evasión de la realidad como cualquiera.
Ser opositor es una lata. Ser el que siempre hace critica es agotador. A la gente le gusta ser parte de algo, no el cenizo que se queja. Les gusta dejarse llevar por una moda, o por cierta música, o por un coche nuevo. El incidente del golfo de Tonkín [operación encubierta de 1964 que culpó al Vietcong de una agresión inexistente para justificar la intervención americana en Vietnam] solo puede analizarse como algo pasado. No te permiten colocarlo en un contexto moderno. Te dirán que ya no hacemos esas cosas. Ahora existe una industria de la conspiración, y cada vez que sucede algo te dicen que no ha sucedido. Cuando sucedió el tiroteo en Las Vegas, lo primero que se dijo es que no había sucedido, que era un holograma… El objetivo es que nadie crea nada.
Comparas la revolución sexual a una cadena de montaje, y afirmas que el sexo fue despojado de todo misterio. Cuéntale eso a la gente que vivió en los 50. Philip Larkin lo explica en su poema “Annus mirabilis”. La vida era un asco.
[se lo piensa y sonríe] La verdad es que no lo sé, yo no había nacido aún. Supongo que me he hartado de que cada vez que tiene lugar un cambio de paradigma la gente afirme que estamos mucho mejor. Nadie piensa en lo que perdemos. Mi idea es que incluso algo como la revolución sexual no es una victoria total, y no está exenta de elementos negativos. A la vez, creo que tienes razón. Y Philip Larkin también. Le pido perdón [ríe].
Te metes bastante con los artistas “alienados”, y coincido contigo en que la pose de “alienado” o “maldito” da ganas de vomitar. Por otro lado, un artista tiene que estar algo alienado. Ir con el paso cambiado.
Estoy de acuerdo solo en parte. El arte es una queja. O el ofrecimiento de un camino distinto. Por tanto, nace de una cierta insatisfacción. Asimismo, me gustan mucho los artistas de partido; los que no estaban nada alienados y seguían la política del movimiento. Los artistas soviéticos del bolchevismo hacían cosas chulas. Nunca dirías que Einsestein estaba alienado: era un propagandista. Lo mismo sucedía con Rodchenko y otros. Su arte tenía una visión y un propósito político, no nacía de la alienación.
Tu obra suele malinterpretarse. Mucha gente tomó a The Nation of Ulysses o The Make-Up como grupos serios y programáticos. No captaron la broma, o la ironía implícita. No sé si es porque realizas tus afirmaciones con esa cara tan seria.
[ríe] Tal vez se deba a que usamos distintos puntos de referencia. Cuando las referencias son las mismas, la obra de arte resuena en ti de un modo más nítido. La escena hardcore donde nacimos era un poco protestante, y muy literal, y la corriente mayoritaria tendía hacia el rock de estadios. Nuestras referencias eran otras. Era un idioma difícil de traducir.
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Autor: Ian Svenonius.
Editorial: Blackie Books (2017).
Formato: tapa dura (224 páginas).
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