¿Merece el ‘catedrático’ Enrique Ponce el Premio Nacional de Tauromaquia?
El torero reúne méritos para ello; pero no más que Curro, El Viti o Paco Camino, por ejemplo
Unánime ha sido la ovación recibida por el torero Enrique Ponce al ser galardonado con el Premio Nacional de Tauromaquia por un jurado elegido por el Ministerio de Cultura. Parece, sin duda, que le sobran méritos para ello tras una densa y larga trayectoria que lo ha convertido en una figura que cuenta con el beneplácito de la afición, aunque no todos comulguen con su tauromaquia.
Enrique Ponce es, además, una persona que cae bien; educado, discreto, sencillo, encantador, hijo y padre cariñoso y amante esposo. "Un regalo del cielo", contesta Paloma Cuevas cuando le preguntan por su marido.
Un hombre, también, con estrella, pues solo así se puede calificar a quien la vida le ha permitido protagonizar tantas tardes de gloria, emocionar a tantos públicos, mantenerse durante 27 años —y los que le quedan— en el podio de los elegidos, y, lo que es casi un milagro, que solo haya visitado en muy contadas ocasiones las enfermerías de las plazas.
Ningún torero ha protagonizado una temporada excepcional que justifique este galardón
Vamos, que en estos tiempos tan políticamente correctos dudar sobre la idoneidad del premiado sería considerado una herejía que habría que castigar con la hoguera. Solo escribir la pregunta pone los vellos de punta: ¿merece el 'catedrático' Enrique Ponce el Premio Nacional de Tauromaquia?
Sí, hombre, sí; claro que sí. Como lo merecen otros, y, quizá, con más méritos; ahí están los casos de Curro Romero, Santiago Martín El Viti y Paco Camino, por poner solo tres ejemplos, de meritísimas trayectorias y evidente influencia en la tauromaquia del último medio siglo; y quién podría dudar a estas alturas que el premio lo merece la memoria de Víctor Barrio e Iván Fandiño, que dieron su vida por esta ‘locura’.
No hay que olvidar que los premios son, a veces, caprichosos, y dependen del criterio de un jurado —como es el caso— heterogéneo, variopinto, siempre bienintencionado, pero no por ello acertado, y que, además, decide deprisa y corriendo —la reunión no suele durar ni dos horas— tras unos brevísimos turnos de defensa de las propuestas presentadas, algunas de ellas extrañísimas.
Quizá, el error original está en la Orden ministerial que regula la concesión del premio, que en su artículo segundo dice textualmente que “el Premio Nacional de Tauromaquia está destinado a reconocer la labor meritoria de una persona, entidad o institución durante la temporada española de 2017 en el ejercicio de las diferentes actividades y manifestaciones de la Tauromaquia a que se refiere el artículo 1 de la Ley 18/2013, de 12 de noviembre, para la regulación de la Tauromaquia como patrimonio cultural, propiciando con ello la difusión de los valores culturales de esta. En casos excepcionales, debidamente motivados, también podrá otorgarse como reconocimiento a una trayectoria profesional”.
En base a esta disposición, ningún torero hubiera merecido el premio este año, pues ni un solo integrante del escalafón ha protagonizado una temporada redonda y excepcional; ni siquiera Ponce, que salió a hombros de Las Ventas en una tarde envuelta en la polémica, fue el triunfador con todo merecimiento en la feria de Bilbao, y no ha tenido empacho en demostrar su enorme valía -demasiadas tardes- ante animales elegidos con mimo, de muy escasa fortaleza y tan nobles como tontos.
Ojalá Ponce cambie el uniforme de enfermero de animales tan nobles como tontos y se anuncie con toros de verdad
Así, el jurado decide por unanimidad conceder el galardón a Enrique Ponce "por una brillante temporada, en la que ha alcanzado éxitos incontestables en las principales ferias taurinas”, y, a continuación, parece que le traiciona el subconsciente y añade que “continuando así una trayectoria excepcional de más de 27 años como gran figura del toreo".
En dos palabras, que la temporada del torero premiado ha sido brillante, pero no para ser merecedora de un premio de tan supuesta enjundia; y, quizá por eso, el jurado se ve obligado a apelar a su “trayectoria excepcional”. Pero aclarado ha quedado que si hablamos de carreras largas y extraordinarias, ahí están, en el otoño de sus vidas, las de Curro, El Viti y Camino, y no son los únicos.
Y un apunte más: ¿para qué sirve y a qué obliga el Premio Nacional de Tauromaquia?
Sirve para satisfacer el ego personal de un triunfador y no obliga a nada; es decir, que su utilidad es vana. Y alguna debiera tener en las difíciles circunstancias que padece la fiesta de los toros.
Con motivo de la más que discutible salida a hombros de Enrique Ponce de la plaza madrileña, este blog tituló en el mes de junio que "Una auténtica figura (y Ponce lo es) hubiera renunciado a la puerta grande"; hoy afirma que un torero en activo galardonado con el Premio Nacional de Tauromaquia debe ser ejemplo y referente de una fiesta íntegra y comprometida con la pureza y la emoción.
Un "premio nacional" debe renunciar a seguir siendo el mejor enfermero del escalafón, y enfrentarse a toros de verdad, fieros y encastados, con los que sueña la afición. En fin, que a Ponce le sobran méritos para exponer en el salón de su casa tan preciado galardón, y reúne conocimiento y calidad para liderar un espectáculo que no sabe adónde va.
Pues que lo demuestre; ojalá su carrera tarde en marchitarse, y ojalá antes de que recoja el premio decida cambiar el uniforme de enfermero jefe por el del torerazo que es y se anuncie con los toros que de verdad interesan.
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