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Azul de ultramar / Miradas a América Latina

Géneros en disputa y más allá

Nueva York rescata el universo poético del brasileño José Leonilson

Estrella de Diego
'Todos os rios', de 1988, una de las pinturas sobre tela de Leonilson.
'Todos os rios', de 1988, una de las pinturas sobre tela de Leonilson.

En 1993, tres años después de haberle sido diagnosticada la enfermedad, el artista brasileño Leonilson moría de sida con sólo 36 años, dejando tras su paso una producción refinada con mucho de estela de futuro; caminos y mapas de radicalidades; destellos del éxito de una generación que iba a cambiar el panorama internacional desde Brasil; y hasta cierta poética de la despedida, de aquel que deja a la autobiografía emerger indiscreta porque el tiempo apremia.

Tres años antes se suicidaba otro escritor radical y exquisito, el cubano Reinaldo Arenas, también seropositivo y autor de El portero, novela con tintes autobiográficos, escrita en 1987 a partir de su condición de exilado en Cuba y exilado en Miami también —donde no acababa de encontrar su sitio—, condenado a representarse en un umbral, como el portero, en tanto conocedor de las trampas en los desplazamientos.

Se morían los dos poetas en medio de la desolación colectiva al ver pasar tantos, tan jóvenes y tan deprisa, sin tiempo siquiera de construir los ataúdes ni hacer los duelos; agolpadas las ausencias en el cerebro con poco margen para recomponerse de la pena y, más aún, de la perplejidad. Habían sido guapos y casi triunfadores, una generación con la vida entera por delante que se veía despojada de pronto. Y luego, la oscuridad. Quedarse solos, con las lágrimas camufladas además, incluso disimulando ante el rechazo social frente a un mal que tenía entonces mucho de estigma. Dolía el silencio impuesto.

Tal vez por ese silencio —Keith Haring lo denunciaba en el famoso poster Silencio=muerte— la extrañeza frente a la pérdida repetida se negociaba en una ceremonia con mucho de discreto acto político. La aguja, que sutura y pespuntea, volvía a rebelarse contra el orden establecido, arma arrojadiza en manos de las mujeres, incluso para las primeras creadoras feministas de la década de 1970. Los desconocidos que se dieron cita en San Francisco a mitad de los 80 para tejer su particular contramonumento —el Names Project, un edredón al que se iban cosiendo los nombres de los amigos muertos de sida— volvieron a buscar alivio y revolución entre trozos de tela con algo de sudario y mucho de doméstico.

Pero antes de formar parte del trágico edredón, antes incluso de la punzada de la enfermedad, Leonilson había buscado sus vericuetos y relatos entre los tejidos y las agujas; en los hilos de los bordados -parte de una subversión de los géneros- que delimitaba su peculiar autobiografía quebradiza. “Sé marginal, sé héroe”, había propuesto Helio Oiticica. Y Leonilson seguía aquellos pasos en cuanto al uso de los trapos como extensión del cuerpo, curiosa genealogía a la cual se unían en Leonilson la alta costura, la costura casera del cuarto de la madre y las ropas adornadas de Artur Bisbo de Rosario.

Piedras pegadas, adornos y yuxtaposiciones constituían el universo mestizado y único de Leonilson junto a los bordados donde emergía cada vez la forma de un diario fatídico. Era una especie rebelión contra su destino de artista de los 80 brasileños: en la muestra postdictadura de Como vai você, Geração 80?, inaugurada en 1984 y preludio del triunfo de América Latina en la escena internacional, se derramaba cierta “joie de pintar” frente a la introspección de Leonilson. Luego, a medida que el tiempo avanzaba, a medida que se hacía más escaso, la apropiación de sus propias sábanas, fundas de almohadas parecía más trágica, aunque, como bien apunta Pérez Oramas en su texto para el catálogo de José Leonilson: Empty Man de la Americas Society de Nueva York —la primera exposición individual del artista en Nueva York— tratar de explicar su carrera sólo a través de su enfermedad y muerte es otra forma de banalizar la fuerza increíble de un artista luminoso. Visitó Madrid en 1981, adelantándose en ese viaje al futuro mismo de la ciudad. Pocos lo recuerdan. Aún así, cada una de sus propuestas era un juego de géneros en disputa —y más allá—.

‘José Leonilson: Empty Man’. Americas Society, Nueva York. Hasta el 3 de febrero de 2018.

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