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obituario

Grant Hart: el “feliz” de Hüsker Dü

La mitad, junto a Bob Mould, de la influyente banda de rock estadounidense fallece a los 56 años

Grant Hart, en una imagen de archivo.
Grant Hart, en una imagen de archivo.

Grant Hart, exbatería y co-compositor de la influyente banda Hüsker Dü, ha fallecido de cáncer a los 56 años. Casi todos los grandes grupos del pop se sostuvieron por tensión, y Hüsker Dü —que eran avanzados y electrificantes, y sin los cuales no existirían Pixies ni Nirvana ni la mitad del canon indie— no fueron una excepción. El tenaz feudo entre Hart y Bob Mould, el otro compositor, fue a su vez acicate y carcoma: la tirria les empujó a hacer cada vez mejores canciones, mientras los lazos se deshilachaban y la presencia, incluso existencia, del “otro” se tornaba insufrible. Grant ha pasado a la historia como el “feliz” de la banda, y Mould como el señor oscuro (Grant era McCartney; Mould era Lennon), aunque tras su disolución las tornas se intercambiarían, y Hart caería por una espiral crepuscular mientras veía a un triunfante Mould ascender hacia la luz. Eso no ayudó.

Grant Hart era, en sus propias palabras, hijo de la “típica familia disfuncional americana” (aunque, fiel a su optimismo natural, añadía que “no tenía nada de que quejarse”). Nació en el villorrio de St. Paul, Minnessotta, el pequeño de tres hermanos. A los diez años su hermano mayor fue víctima de un atropello mortal, y Hart heredó su batería, y se aficionó a aporrear rock’n’roll toda la noche hasta que saliese el sol. Mould topó con él por primera vez, ya adolescente, en una tienda de discos: Hart era el dependiente patilludo y gordito con chupa de cuero que pinchaba discos de punk rock a toda castaña tras el mostrador.

Nunca se cayeron bien, pero una cosa es el arte y la otra los amigos. Los dos fundaron Hüsker Dü en 1979, tras reclutar al bajista Greg Norton. Hüsker Dü tenían el alma clásica pero se apuntaron al hardcore, porque admiraban a Black Flag y estaban enojados por Reagan, los misiles y todo eso. En sus primeros intentos en disco (el ensordecedor Land Speed Record, de 1981) sonaban como alguien secándose el pelo junto a una cortadora de azulejos mientras una TV escupía noticias sobre Irán. Pero poco a poco, según uno desenchufaba aparatos, se escuchaba cada vez más al tipo que silbaba una melodía feliz en el urinario. A los Dü se les atribuye la invención del binomio melodía + punk rock pero, si bien no es cierto (los Ramones ya lo hacían en 1976), sí batieron un par de récords de rapidez instrumental (“meteóricos” y “rapidez por la rapidez” son algunas de las definiciones que propone Nuestro grupo podría ser tu vida de Michael Azerrad).

Hüsker Dü fueron siempre raros entre raros, y mucha de esa rareza se debe a Grant Hart. Versionaban a Donovan en pleno meollo del hardcore colérico; mientras todos los grupos de su escena se llamaban cosas como Flatulencia Nuclear, Fungosis Podal o Halitosis Séptica, ellos respondían al nombre de un popular juego de mesa noruego (traducible como “¿Te acuerdas?”); en el apogeo de los cortes mohicanos, las botas de motora y las A anárquicas, nuestro Hart tocaba descalzo, llevaba abalorios y melenas (para “que se le viese la cara más flaca”). Incluso en una banda donde el bajista llevaba mostacho húsar y el guitarrista parecía un gasolinero al terminar turno, Hart sobresalía como un sabañón. Y no solo de pintas: Hart fue el impulsor del “lado clásico de la banda” y quien empujó para que abrazaran su “lado pop”. Para colmo, ambos (Mould y Hart) eran gays, y no de armario. Otra rareza en mitad del punk americano, cada día más machote.

El resto de la historia les será familiar a algunos lectores. Hüsker Dü fue el primer grupo del post-hardcore cuyas canciones, según Azerrad, “pasaban la prueba de la guitarra acústica”. Fueron el puente entre el hardcore (que soltaron cual patata caliente, por estanco y sermoneador) y el llamado college rock (futuro indie). Se fueron pop-izando progresivamente, según caían las muñequeras de pinchos y se iba viendo piel desnuda debajo. Cometieron la herejía máxima del punk al firmar por Warner. Dejaron de hablar de cuerpos chamuscados por el napalm para concentrarse en las desventuras y gozos de todos nosotros; apostaron por emociones cercanas, no cataclismos distantes.

¿Cómo lo pasó Grant Hart durante todo ese tiempo? Pues no del todo sensacional, aunque años después dijese “no se me ocurre nada mejor para mí en esa época”. Osciló entre el paro y la beneficencia. Pasó incontables horas de gira y ensayando junto a quien era, en sus palabras, “la persona más odiosa que he conocido en toda mi vida”. Existe una reveladora foto de 1983 en que Mould parece estar dudando entre morderle la nuez o los testículos al fotógrafo, mientras que Hart sonríe beatíficamente, como si ser batería de Hüsker Dü fuese lo mejor que podía pasarle a alguien. Poco a poco Mould se iría consolidando como líder, pero solo porque Grant quería buen rollo, no miradas torvas. Para cuando sacaron el que algunos (no yo) consideran su cima, el monstruoso doble elepé Zen Arcade (SST, 1984), Hart vivía de nuevo con sus padres.

Pero al menos había aprendido a “no dejarse intimidar”. Mould era, en aquella época, un matón pasivo-agresivo, pero Hart cada vez aportaba más canciones. Curiosamente, teniendo en cuenta su talante bonachón (“ser feliz no es nada malo”, decía), se destapó con 'Diane' (la historia de una violación) y 'It’s not funny anymore' (un corte de mangas a la intolerancia hardcore), ambas para Metal Circus, el EP de 1983 que señala el fin de la velocidad-porque-sí.

Pese a que Mould, villano de película muda, llegó a manifestar que la paridad compositiva en Hüsker Dü se instauraría por encima de su frío cadáver, Hart se las ingenió para seguir inyectando composiciones. Los Hartistas sonreirán al recordar sus contribuciones (cito solo algunas): 'The Girl who lives on Heaven Hill' y 'Books about UFO’s' (New Day Rising, 1985); 'Every everything' para Flip your wig (1985); la impresionante triada 'Sorry somehow', 'Don’t want to know if you are lonely' y 'Dead set on destruction' en Candy Apple Grey (1986).

“Empeñado en destruirse” es lo que parecía Hart. El derrumbe empieza tras la gira de Candy Apple Grey, en que se engancha a la heroína (Azerrad aventura que “a modo de respiro por estar en un grupo tan tormentoso”). Mould, quizás para fastidiar, deja el alcohol y las drogas. A mediados de 1986 Hart da positivo en una prueba de sida. En 1987, cuando preparan el álbum Warehouse: Songs and Stories, el feudo entre los dos llega a su cénit. Aunque Hart consigue meter 9 de las 20 canciones del disco, salta a la vista que los grandes hits son de Mould (con la excepción de “She’s a woman (and now he is a man)”). La acritud solo empeora cuando, tras el devastador suicidio del mánager, Mould toma las riendas directivas del grupo. El álbum sale, sí, pero el grupo se disuelve tras la gira. Al poco tiempo Hart, que parece la víctima de algún terrible bromazo cósmico, recibe la noticia de que no tiene el sida, después de todo.

Después de Dü

Los divorcios siempre son tristes, pero lo son más aún si a uno de los dos cónyuges le va de fábula. Hart y Mould empezaron su periplo post-Dü empatados (aunque Hart, hay que admitir, llevaba a cuestas el hándicap de la adicción). El primer disco en solitario de Hart, Intolerance (SST, 1988) llegó un año antes que el de su némesis, e incluía una canción inmortal: '2541'. Mi canción favorita de Grant Hart es también una de las mejores odas a un sitio físico y un tiempo marchito que existen. Hart rememora, con una mezcla de alegría y pesar, la casa donde vivían y ensayaban Hüsker Dü en su mejor momento: “2541 / Grandes ventanas por donde entraba el sol”. Es una canción casi optimista, pese a que habla de cosas que no volverán; Hart vocaliza como si supiese que en aquella dirección tuvo su momento de luz, y que nunca volverá a ser tan feliz como allí; que la mudanza trajo la caída. Esa canción le rompe el corazón a uno cada vez.

Los caminos de Mould y Hart se dividirían de veras a partir de 1988. Hart tardaría tres años en grabar otro álbum, mientras que Mould, en pleno ataque de creatividad febril, no paraba de entregar discos, incluso formó una banda (Sugar, con dos discos y un EP a-lu-ci-nan-tes). Ojalá pudiese afirmar lo contrario, pero la carrera del Hart solitario se antoja desigual, fuera de foco, errática. Su nueva banda, Nova Mob, solo sacó un elepé, el críptico y deslavazado The last days of Pompeii (1991). Y, aunque de tanto en cuando dejaba caer un hit secreto (como 'Letter from Anne Marie', de Good News For Modern Man, 1999), resultaba difícil no llegar a la conclusión de que ya habíamos visto lo mejor de él.

Un filme del 2013, Every Everything: the Music, Life & Times of Grant Hart, de Gormand Bechard, estrenado en Barcelona en el marco del festival In-Edit, nos mostró a un sujeto oscuro, alienado a más no poder, castigado por la adicción, envuelto en un humor más opaco que negro y que deambulaba, habitación a habitación, por la casa que se le incendió recientemente, mientras despotricaba y abría su (también calcinada) alma. Pero yo nunca le recuerdo así. En mi cabeza aún está rechoncho y menea sus guedejas, las plantas de los pies negruzcos, aporrea la batería (y canta a la vez) mientras de fondo una voz rememora: “Tú pusiste nuestros nombres en el buzón / Y yo olvidé lo pasado / Era el primer lugar en el que vivíamos solos / No sabía que sería el último”.

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