Las estrellas prefieren ver televisión
Cosa curiosa: en la cúpula del pop español no encuentras mucho interés por la cultura musical
Resulta que el famoso cantante español pasa por Memphis y visita Graceland. En el jardín de la mansión, le enseñan la tumba de Elvis. Exclama: “¡Anda! Pues va a ser verdad que se ha muerto. Yo creía que era una jugada de marketing”.
Sí, ciertos chistes viajan mal a la letra impresa. Para su eficacia, éste depende mucho de la imitación del citado cantante que hace uno de sus músicos. Ya saben que circulan bromas malévolas para cada instrumentista; ellos lo soportan con deportividad y se vengan burlándose del patrón, exagerando su vanidad y su ignorancia musical.
Los músicos, por placer y por prurito profesional, investigan y siguen la actualidad. Por el contrario, “el jefe está en la inopia”. Con las excepciones de rigor, muchos divos se desinteresan de la música una vez han alcanzado las verdes praderas de la aclamación universal.
Pónganse en su lugar: deben supervisar sus diferentes residencias (y las casas, cuanto más grandes, más atención requieren). Invirtieron en viñedos y la producción de vino resultó inesperadamente complicada. Decidieron coleccionar arte y eso implica hacerse amigos de los creadores, para conseguir buenos precios. Se comprometieron a publicar libros, un trance que les obligó a dictar recuerdos a un negro (“oye, eso no lo pongas, que mi ex se enfadará”).
¿Y música? Poca: dedican su tiempo libre a la televisión. Así pillan dislates de la competencia, para poder hilvanar alguna maldad. Pero ¿escuchar música? Más aún ¿explorar música desconocida? “Naaa, ya he oído todo lo que tenía que oír”.
Atención, entrevistadores. La pregunta que nunca se debe hacer: “¿cuál es el último disco que te has comprado?”. Silencio, se rasca la cabeza, intenta recordar cómo se llama aquel grupo que últimamente sale mucho en los medios. Nada. Sean caritativos y pasen rápido a lo siguiente: ellos no suelen invertir en música. Excepto en los casos de Calamaro y Bunbury, pocas veces he visto piezas envidiables en sus estanterías.
Anticipo objeciones airadas: “no es necesario ser melómano para hacer gran música, basta con conocer los clásicos.” Vale, pero ni siquiera es fiable su entendimiento de los clásicos. Hasta se equivocan a la hora de escoger modelos. Muchas estrellas hispanas tienen la completa seguridad de que Bob Dylan vivió on the road antes de grabar un disco o que John Lennon era un working class hero de Liverpool. Si les enseñas una foto de Mendips, el chalet donde Lennon creció, te responderán que fue la primera casa que adquirió con dinero de los Beatles, seguro.
Pues no, es su casa familiar en un barrio acomodado. En verdad, no pasa nada: un origen confortable no impide ejercer de revolucionario. Algo parecido ocurre con Joe Strummer, de The Clash: le creen como mínimo descendiente de mineros con gusto por la dinamita. Pero, ay, Joe fue hijo de diplomático. No es disculpable: existen, incluso en español, buenos libros que liquidan esos mitos. Pero, caramba, qué cansancio comprar -¡y leer!- libros de música.
Disculpen las generalizaciones: obvio que hay astros nacionales que se esfuerzan, que controlan las claves de la música que practican. Y que el nivel ha subido a partir de los noventa. Los aspirantes, incluyendo las tropas indies, poseen una erudición infinitamente mayor; lástima que les hayan tocado años de vacas flacas; difícilmente tendrán que enfrentarse con los graves rigores del estrellato.
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