Morante, la pataleta de un torero con estrella
El torero sevillano cuelga por tercera vez el traje de luces
Morante de la Puebla anuncia su retirada por tiempo indefinido y para algunos parece que se han desatado las siete plagas de Egipto. No, hombre, no. Un toro mató en 1920 al rey de los toreros; un miura enterró a Manolete y hace tiempo que está desaparecido José Tomás, y el toreo sigue adelante.
Se retira, pues, el torero de La Puebla, pero no la fiesta. Enferma y renqueante, pero dispuesta, también, a la emoción, la tauromaquia continúa su marcha. Lo grave es que se retirara el toro…
No obstante, no es una buena noticia la que ha comunicado Morante, pero pocas cosas cambiarán en el toreo tras su marcha. Y la primera razón es que el torero llevaba demasiado tiempo desaparecido, como si estuviera sin estar, ausente y sin ideas, como si la culpa fuera siempre de los demás, el toro, los presidentes, veterinarios…
Es la tercera vez que se va; la primera, por problemas síquicos, la segunda, por falta de ilusión y ahora por culpa de otros. No parece, dicho con el debido respeto, que Morante sea un personaje centrado; más bien, es un hombre atado a sus fantasmas personales, al que han convencido de que es un genio y, como tal, se puede permitir excentricidades que, a veces, provocan una sonrisa y otras, como esta, una sorpresa inexplicable. Así, da la impresión de que su decisión es una pataleta -un nuevo capricho- de un torero con estrella acostumbrado a explotar sus excelsas cualidades en su único beneficio.
El pasado año no acudió a la feria de San Isidro en desacuerdo con la pendiente del ruedo, y solo se anunció esta temporada cuando la Comunidad de Madrid accedió a sus pretensiones.
Ahora, acusa a los presidentes y veterinarios de su marcha, porque el volumen del toro, según sus palabras, impide el toreo de arte. ¿Pretende, acaso, que disminuya el trapío de sus toros, cuando él es uno de los pocos privilegiados que elige ganaderías, peso, color y cara de las reses que lidia?
Si ese es su deseo, el problema tiene fácil solución: que se anuncie solo en plazas de tercera, donde no tendrá problema alguno con las autoridades. A ver si va a tener razón un empresario con mala uva, ya en sus cuarteles de invierno, quien le llamaba ‘Morante de los pueblos’.
No puede ser la actuaciónn de presidentes y veterinarios la razón de su marcha, tan inconsistente que produce sonrojo y es muy poco edificante para su prestigio profesional.
Se habrá retirado porque no puede torear, porque se le ha esfumado la ilusión, porque su cabeza es un meteorito o vaya usted a saber por qué razones personales que pueden atenazar la imaginación de un artista. Se habrá retirado porque ha perdido la inspiración, porque no se encuentra a sí mismo, porque se siente perdido y no es capaz de desentrañar su propio misterio, pero no por culpa de los demás. ¡Pero si es un privilegiado, por Dios…!
Dicho todo lo cual, quede constancia de que Morante de la Puebla es un torero mágico, imbuido de gracia y embrujo, un orfebre con capacidad innata para hacer del toreo una de las bellas artes.
Es un torero con estrella y un hombre con problemas. Al fin y a la postre, nadie es perfecto.
Morante volverá. Sin duda. Y lo hará cuando se sienta capaz de ordenar su cabeza y aceptar sus responsabilidades. Ya lo hizo en dos ocasiones anteriores.
Mientras tanto, se le echará de menos, y habrá más tiempo y oportunidades para admirar a esos otros toreros que se enfrentan cada día a lo más serio y encastado de la cabaña brava, ven poco dinero, carecen del reconocimiento debido y no se quejan.
Como alguien ha dicho: hasta para irse hay que tener vergüenza torera…
Babelia
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