Bailar, sudar, bailar
El Low Festival batió su récord con 83.000 asistentes y el rollo de siempre: pasarlo (muy) bien
Los tópicos a veces son geniales, y a veces también, e incluso, hay que reivindicarlos. Si hay un destino clásico para pasar el verano en España ese es Benidorm. Alguien dice Benidorm y piensas en jubilados, ejércitos de sombrillas, guiris, paella, cerveza (y/o sangría). Pero los vicios, como todo, se transforman y se adaptan a los tiempos; así que como la canción de Novedades Carminha, la ciudad durante el Low Festival es antigua pero moderna. Y es indie, roquera, millennial y xennial —a pesar del puritanismo que ahora ven algunos—. El último fin de semana ha hecho honor al sobrenombre de este año: gigante.
Para los que ocupaban césped, y para los que andaban detrás de escenarios, vallas y barras. José Manuel Piñeiro, director de este evento que cumplirá su décimo aniversario en 2018, dice “increíble”. Este año, como viene ocurriendo desde hace varios, han vuelto a superar sus cifras, 83.000 asistentes de jueves a domingo (78.000 en 2016). “La gente lo ha dado todo, empezaron el jueves en la playa con la fiesta de bienvenida y no bajaron el nivel en tres días”.
No solo en el recinto Guillermo Amor, también en la playa, en los chiringuitos, en bares y restaurantes del centro; Fangoria sonaba entre chanclas, platos mixtos, bocadillos y cervezas de resaca… Cree Piñeiro que el impacto económico de la pasada edición, alrededor de 14 millones de euros, también será mayor, aunque todavía no hay datos oficiales —la ciudad suele publicarlos en septiembre—. “Ya el jueves hubo en la playa alrededor de 8.000 personas, validamos más de 4.000 pulseras. La gente cada vez viene antes”, apunta.
Todos, según el director, han respondido igual, con ganas. “Estábamos muy motivados. El equipo, el público… Además hemos conseguido una media de edad buena, y la gente que había dejado de ir de festivales por la incomodidad se ha dado cuenta de que no siempre es así. El Low tiene un sello: sabes que vas a estar bien”. Sí, quien lo probó, lo sabe. A pesar del insistente sudor corriendo por cualquier pliegue corporal, el Low es como el emoticono de la carita con corazones como ojos.
Este año se ha vivido lo imaginado por Lori Meyers: nuestro festival que es nuestra realidad. Aunque en este caso sí es necesario hablar para expresar una emoción. Ahora, después unos días de reposo, con las manijas secas y despojadas de toda humedad, recordamos a nuestra manera la novena edición de Un Low que ya se prepara, como dice Piñeiro, para celebrar el décimo aniversario “con un cartelón”.
El caloret
Es de recibo mostrar nuestro respeto a los armarios secos de algunos influencers y a la perfecta pasarela que iba creando a su paso más de uno, pero nos vemos en la obligación de reivindicar el sudor. Sí, desde el jueves hasta el domingo miles de hombres y mujeres hemos bailado y reído con la camiseta mojada, porque hay vida más allá de la zona VIP, el maquillaje-máscara y las planchas para el pelo. También hubo a quien no se le secó un solo mechón en cuatro días, a quien el rímel, derretido, le hizo de las suyas en los ojos y a quien iba repartiendo aftersun en estado líquido a diestro y siniestro. Eso sí, a partir de las 03.00 refrescaba.
La gente
Aquí se empatiza. Con una media poco más arriba o abajo de los 30, el Low es la generación que se estrenó con Franz Ferdinand; es la gente que entiende y enarbola como bandera, desgañitándose, la revolución sexual de La Casa Azul; esa que se sabía las canciones (y no solo los estribillos) de Las Odio, que se bañaron en coros y jaleos en un escenario Wiko a rebosar de fans —camiseta de fan incluida— y que han supuesto un antes y un después en lo que, de forma terriblemente simple, hay quien denomina "grupos de chicas"; la misma que quiere desatarse con Las Chillers y reconoce en Rocío Sáiz (su cantante) una suerte de diva que se plantó en bañador rojo a lo Pamela Anderson para sacar hasta el último estertor al público con sus versiones de clásicos del panorama más castizo; y la misma también que busca finales explosivos con ElyElla y necesita los riffs de Satellite Stories.
El sol y la playa
No se puede entender el Low Festival sin el mar Mediterráneo. Sentir la arena en cada parte de tu cuerpo es una de las reglas de un evento musical pasado por agua salada. El concierto de bienvenida en la playa es el pistoletazo de salida a un fin de semana de vacaciones musicales.
El extranjero
Así como el FIB es la cuna festivalera del público foráneo, el Low es la patria de la audiencia made in Spain. Te sentirás como en casa. Eso sí, Benidorm se encargará de poner a los ingleses, a los miles que veranean cada año en esta particular ciudad de los rascacielos. Las terrazas de tu hotel estarán abarrotadas de pieles quemadas y desayunos traducidos, pero por suerte (o quién sabe si por desgracia), ninguno lleva la pulsera del festival.
En el Low se entra bien, se pide bien, se hacen las actividades fisiológicas bien (con bien nos referimos al tiempo de espera y no a la calidad de los polyklyn, que quien los conozca sabrá que tienen la idiosincrasia de ser habitáculos inhabitables a ciertas horas de la noche), se está bien, se sale bien y, además, se continua bien —de ello se encarga el Bar Roque, frente a la salida del recinto, convertido en after improvisado para quien decide que el Low no acaba a las 06.30—. Así que, décima edición del Low, The Big Low, ya te estamos esperando.
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