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VIAJES IMAGINARIOS (1)
Columna
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La evolución lógica del ser humano

El autor viaja a Erewhon, el país inventado por el escritor inglés Samuel Butler, donde sostienen que traer hijos al mundo es un crimen

Patricio Pron
El escritor inglés Samuel Butler (1835-1902).
El escritor inglés Samuel Butler (1835-1902).Album / Granger, NYC

No es fácil llegar al país de Erewhon, pero es más difícil abandonarlo: hombres y mujeres son increíblemente bellos, las ciudades son magníficas, la comida es abundante. ¿Por qué marcharse? Una posible respuesta tal vez pueda ser derivada de ciertas prácticas y costumbres de los habitantes del país: los erewhonianos consideran que estar enfermo es delito y que la comisión de un delito es una enfermedad (condenarán a trabajos forzosos a un tísico, pero compadecerán a quien haya desfalcado y le ofrecerán sus condolencias); sostienen que traer hijos al mundo es un crimen y sólo lo toleran si el recién nacido (o un adulto que se atreva a firmar por él) exime de responsabilidad a los padres por escrito; afirman que es inútil instruir a los niños porque es posible que en el mundo haya más cosas de las que ya se conocen, así que se limitan a introducirlos en la Hipotética, una ciencia de la argumentación en torno a situaciones que no se han producido. En Erewhon también se considera un delito ser pobre, una secta propone que una semana gobiernen los mayores y otra los jóvenes, toda persona está obligada a pensar como las demás y (lo que es más importante) están prohibidas las máquinas.

Samuel Butler nació en 1835 en el condado inglés de Nottingham y no tuvo suerte en prácticamente nada de lo que se propuso, excepto en los negocios; de una estancia de 10 años en Nueva Zelanda (1859 a 1870), en la que se dedicó a la crianza de ovejas, se trajo un considerable patrimonio, así como los textos que reuniría en Erewhon, o al otro lado de las montañas, que publicó de forma anónima en 1872 y resultó un libro bastante exitoso hasta que el público descubrió que había sido escrito por él y no por Edward Bulwer-Lytton, el autor de Los últimos días de Pompeya. “Erewhon” es el anagrama de la palabra inglesa “nowhere” o “ningún lugar” y varias cosas no necesariamente opuestas: un relato de viajes, una sátira de la sociedad victoriana y una utopía que deviene distopía, posiblemente la primera que se haya escrito. Una parte considerable de su atractivo se deriva de lo excéntricas que nos resultan las prácticas de los erewhonianos; pero también, y en especial, de la percepción de que éstas constituyen una versión sólo un poco exagerada de una hipocresía y un afán de lucro que tendemos a asociar con la sociedad victoriana, pero más bien constituyen lo que ésta nos ha dejado en herencia: en Erewhon “cuando alguien genera una fortuna superior a 20.000 libras esterlinas al año se le exime de pagar impuestos, considerando que ha realizado una obra de arte”, y la función de los profesores es asegurarse de que los alumnos “piensen tal y como nosotros pensamos o, al menos, como consideramos oportuno decir que pensamos”, por ejemplo.

Samuel Butler nació en 1835 en el condado inglés de Nottingham y no tuvo suerte en prácticamente nada de lo que se propuso, excepto en los negocios

A poco de haber llegado, el narrador de Erewhon descubre que lo que creyó una utopía es, de hecho, su contrario; pero lo que hay más allá de las fronteras de este país imaginario (el lector lo sabe) no es mejor, y es esa constatación la que otorga al libro todo su interés, así como el rechazo de los erewhonianos a las máquinas, que constituye la razón por la que el libro fue admirado por Aldous Huxley, George Orwell, William Gaddis y Gilles Deleuze, entre otros. Butler pone en boca de un profesor de Hipotética un argumento que en realidad se articula en torno a (y discute con) la teoría evolutiva de Charles Darwin, con quien el autor tuvo una relación complicada y finalmente hostil: “No podemos esperar un desarrollo intelectual o físico de la humanidad que contrarreste el avance mucho más rápido al que las máquinas parecen destinadas”; se trata de detener ese avance antes de que sea demasiado tarde.

El argumento resuena poderosamente estos días, en los que buena parte de nuestros intercambios personales, nuestras elecciones (también) políticas y los modos en que hacemos nuestro trabajo parecen ser más un producto de algún algoritmo que de nuestros deseos y necesidades. “Las máquinas se han cebado en la indigna debilidad que el hombre muestra por los beneficios materiales”, escribe Butler; la humanidad acepta “cualquier trato que le proporcione mejor comida y ropa a precios más baratos”, incluso si éste supone adherir a su lógica, adoptar su veleidad como única regla de comportamiento, ser el órgano reproductor de la máquina.

John Osborne afirmó alguna vez que “el ordenador es la evolución lógica del ser humano: una inteligencia sin moral”; los expertos sostienen que la única variable no perfectible de la máquina es el hombre, lo que ha llevado a Paul Virilio a diagnosticar que “el hombre empieza a estar de más” en el mundo de la máquina y a Frank Schirrmacher a advertir que la cesión voluntaria de nuestras facultades intelectuales a los ordenadores conlleva una pérdida de libertad y autonomía que no sólo supone cambios cognitivos e invierte las relaciones de subordinación entre hombre y máquina, sino que también puede estar en el origen de un nuevo totalitarismo. Samuel Butler dice en Erewhon que “hubo un tiempo en que se dio una raza de hombres que conocían mejor el futuro que el pasado y que murieron al cabo de un año a causa de la infelicidad producida por ese conocimiento”. Él, sin embargo, vivió bastante más: murió en 1902, a la edad de 66 años.

Erewhon, o al otro lado de las montañas. Samuel Butler. Traducción de Andrés Cotarelo Jiménez. Prólogo de Ramón Cotarelo. Akal, 2012. 304 páginas. 10,25 euros.

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