Antonio Orozco: “Mi padre no me vio triunfar, murió cuando yo tenía 21 años”
El músico, que acaba de publicar el disco 'Destino', cierra en el Teatro Real los Matinales de EL PAÍS
Antonio Orozco (Hospitalet de Llobregat, 1972) siente que ha seguido los pasos de su padre: “Soy su viva imagen”. Si bien le inculcó que fuera precavido y estudiara informática o buscara un trabajo, le alentaba la vocación musical con sus visitas semanales a la peña Antonio Mairena, en L’Hospitalet, Barcelona. Allí aprendió a tocar la guitarra por malagueñas, bulerías, soleás, tientos y tarantas, que luego se fueron fundiendo en un océano de riffs rockeros y baladas, hasta plasmar muy cabalmente lo que es hoy.
Antes que nada, entonces, llegó el flamenco: “La primera guitarra, mi guitarra, me la compró mi padre. Era una Valeriano Bernal. Le costó 93.000 pesetas y la fuimos a buscar a la trastienda de una peluquería. Pero me la hizo pagar con tres meses de trabajo a su vera en una obra. Todavía la tengo conmigo. Es canela y se llama Rosario, como mi abuela”.
Suena en sus discos, como en el que acaba de sacar al mercado, Destino. Y probablemente la lleve este domingo 30 de julio al Teatro Real, donde cierra los Matinales del EL PAÍS con su espectáculo de inspiración cabaretera, mezcla de teatro y varietés, titulado Único.
Su padre no lo verá. No le dio tiempo a disfrutar del éxito del hijo. “Murió cuando yo tenía 21 años y mis hermanos 16 años y 10 meses. Cayó de una obra, currando. No me vio triunfar. Inmediatamente tuve que meterme a trabajar para ayudar a mi madre en casa”. Les había dejado con lo puesto, pero dotado con una sólida herencia de perseverancia y camino marcado hacia la música. “Él inspiró mi primera canción. Se titula Necesito libertad y trata de una discusión recurrente que teníamos en la familia, o mejor, entre él y mi madre. Él estaba hasta los cojones de todo, me imagino. Y ella, pobre, se quejaba de sus ausencias”.
Si la figura paterna fue determinante para Orozco, él inculcó el vicio a Marcos, el más pequeño. “Hoy es el batería de nuestra banda”. Pero el camino hasta este presente de éxito, reconocimiento internacional y superventas no ha sido cómodo. Su madre siguió trabajando –“incluso ahora que está jubilada, sigue yendo”- y tampoco se quitó el luto de la mente. Hasta hoy. Vivían en el anexo de una mansión en la avenida Pearson de Barcelona. Eran parte del servicio de una familia adinerada. La madre se ocupaba de la limpieza y el padre de las chapuzas. Hasta que cayó de aquel andamio: “Tenía 43 años, uno menos de los que tengo yo ahora, 44. Pienso mucho en ello últimamente”.
Quizás por eso, su nuevo disco, Destino, le ha salido algo oscuro. Tampoco afectó a la composición la muerte de su gran amigo y manager, Xavi Pérez, ya lo habían terminado. Pero no ha sido un año fácil para Orozco. “Murió en el estudio. De un ataque, tocando el piano, como a cualquiera de nosotros nos hubiera gustado. Le echo de menos en cada momento”, asegura.
Pérez anduvo con él desde el principio. Aunque el éxito le llegó con su primer disco, Un reloj y una vela, llevaba años en cierta esfera indie, empeñado en fusionar a Bruce Springsteen con el flamenco mientras trabajaba de programador en la fibra óptica de la compañía Pirelli. “Como yo era dueño de mi sombra porque me ganaba la vida de puta madre y había para mí y mis hermanos, me lo montaba de alternativo y tenía hasta que pagar en ciertos locales para tocar. Un día, Parrita, Vicente Castro, me lleva a la discográfica Horus y firmamos. Sale el primer disco y pum, pelotazo. Tardó seis meses o así en funcionar, pero funcionó. Si humildemente ha ocurrido algo en estos 17 años, creo hay que relacionarlo con mi forma de escribir. Obviamente, no tiene que ver con mi forma de cantar. Uno conoce sus limitaciones”.
La calle ha alimentado su vena creativa. También los ecos del Paralelo barcelonés, ese híbrido barriobajero de copla y gogós. “En el año 2006, cuando las cosas eran difíciles y estábamos parados dándole pellizcos a un espejo, se podría decir, inventé un formato diferente. Una especie de concierto sin serlo, teatro sin exagerar y película sin llegar a tanto. Algo de bajos recursos para moverlo por España. El hambre agudiza el ingenio y esa obra que hice para unas 10 funciones, llevamos 500 en muchos países”. Es el espectáculo con el que cerrará los Matinales de EL PAÍS. “No lo voy a hacer más”, anuncia. “Llegó ahí con la misma humildad con la que hemos triunfado en el Liceo, creo que será un buen broche”.
Orozco ofrece canciones que considera importantes. “Y que no necesariamente son las más conocidas”, puntualiza. “Todo es muy relativo en eso. Y puede llegar hasta a ser gracioso. Siempre me fijo en el éxito de Devuélveme la vida. Fue el quinto sencillo de mi segundo álbum, Semilla de silencio. Pero salió en el momento justo: coincidió, parece ser, cuando hubo un montón de gente que necesitaba pedir perdón y dimos en el clavo. De pronto, mucha gente se vio cantando algo que no debía haberse aprendido nunca. Yo sólo recomiendo que no se arranque por ahí el día de la boda porque a veces pasa y es un mal comienzo”.
Éxitos así le han ido llevando en volandas y con algún que otro jirón hacia donde se encuentra. “Este momento es importante porque ahora soy libre. Puedo elegir. Aunque tener la capacidad de hacerlo puede llegar a ser más difícil”, apunta. ¿Se ha equivocado mucho? “En el lado sentimental, sin duda. No tengo afán de repetir los errores pero no puedo prometerte nada. Tampoco me gustaría quedar como el tío que mete la gamba”. Le salva su hijo de 10 años: “Tengo una relación extraordinaria con él. Me sostiene de forma literal todos los días. No hago nada que no piense cómo lo juzgará hoy y dentro de unos años. Es el capitán de todos mis miedos”.
Cantar para el emigrante
Desde que España quedó golpeada por la crisis, muchos cantantes han emprendido el camino de fuera para seguir casi la senda de Miguel de Molina. Cantar para emigrantes se ha convertido en una práctica habitual para muchos. Uno de los más demandados entre los que andan por esos mundos es Antonio Orozco. Este mes ha recalado en Francia, Alemania, Suiza, Holanda y Reino Unido. Actúan en locales no muy grandes. Para unos 1.000 espectadores de los que un 90% son españoles entregados al desgarro de un grito de nostalgia hecho canción: “En Londres no te puedo contar lo que fue. Era para vivirlo. No se puede explicar, lo que ocurre en esos conciertos con miles de españoles dentro, es pura convulsión. Mucha presión ambiental de la que es muy difícil no caer rendido a la emoción, pero otro tipo de emoción, nada habitual”.
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