Sophie Hénaff, la revolución sencilla de la novela negra
La escritora francesa habla de sus irrupción en el género, de su apuesta por el humor y de la vanidad humana
Sophie Hénaff (Sables D'olonne, Francia,1972) tiene un toque especial para el humor y no soporta la violencia. En principio, no son los mejores ingredientes para revolucionar el género negro en Francia, pero a ella parece no importarle. “En la actualidad, si una novela no se identifica, si no se puede etiquetar, es muy difícil que entre en el mercado. Y mis libros no son novelas negras al uso, no es lo que se hace ahora. Para mí el humor es como la gramática, algo imposible de separar del resto, una apuesta muy fuerte” comenta a EL PAÍS en una gris mañana en Gijón, donde acude como invitada estrella de la Semana Negra.
Hénaff triunfa en Francia con las dos novelas de la comisaria Capestan, publicadas en España por Alfaguara. En ellas, una joven policía caída en desgracia tras matar a un secuestrador con tres tiros en el corazón gestiona a un variopinto, a veces patético y otras irreal grupo de agentes de la ley maldecidos por el destino.
“Hiperactiva por naturaleza”, Hénaff ha llegado a la ficción tras triunfar en el periodismo, alcanzar la fama como humorista y montar un bar. “No ha sido fácil. Soy una esprínter por naturaleza, me gusta que todo funcione a la primera, y ponerme a escribir 300 páginas era complicado. Además, se publica cada vez a más mujeres en Francia, pero mientras las lectoras no tienen problemas para leer a autores masculinos, los hombres no leen a las mujeres y eso hace que el editor tema perder al 40% de los clientes potenciales”, asegura Hénaff poniendo el dedo en la llaga pero sin perder, nunca, la sonrisa tras la que se parapeta.
El éxito, al que se enganchó desde que a los 11 años leyó en el colegio una redacción con la que sus compañeros se morían de risa, parece no afectarle. “¿Cómo me sienta que me comparen con Fred Vargas? Bien, claro. La adoro y al principio estaba un poco sorprendida de que me fuera tan bien” comenta abriendo al máximo sus pequeños ojos.
Obsesionada con que la estructura funcione (dedica seis meses a prepararla a conciencia, el doble que a escribir la historia) pero sobre todo con construir con disciplina, rigor y riesgo un sólido grupo de protagonistas, la autora de La brigada de Anne Capestan (traducción de María Teresa Gallego y Amaya García) defiende las novelas de personajes. “El argumento es solo un pasaje de la vida de los personajes. Si no están bien construidos, lo que les ocurra te da igual”, argumenta. Segura en sus respuestas, decidida y directa como su protagonista, Hénaff solo duda cuando se le pregunta si no tuvo miedo de pasarse con el humor, de crear un grupo imposible de freaks, de caer en el sinsentido. “Sí, es verdad que casi todos están un poco forzados y hay dos que están completamente pasados, pero así es más divertido”, explica entusiasmada.
¿Y en qué se parece a Capestan? “Hay un poco de mí en cada personaje, pero ella es mucho más interesante que yo. Compartimos, eso sí, cierta alergia a la autoridad y algo de coléricas. Si, aunque sea un poquito. Un policía no hace lo que hizo ella, no mata a un sospechoso, lo detiene y lo entrega a la justicia. Pero ella no está en la policía en busca de justicia, sino de acción”.
Lectora voraz, Henaff tiene claras sus referencias literarias y no le cuesta apostar por la propia Vargas, Daniel Pennac y otros clásicos vivos. Pero sobre todo cita a los historietistas René Goscinny y Jean-Jacques Sempé. “Saben señalar perfectamente la vanidad de los humanos, que es esencial y que nos afecta a todos, porque todos nos creemos más importantes de lo que somos y en torno a eso se construye el humor”, explica.
El estado de la novela policial, en Francia, en España, donde sea, se ha convertido en tema inevitable. Hénaff no se esconde: “Hay gente en el polar que se toma demasiado en serio, pero es difícil ser snob cuando se sigue siendo un subgénero, incluso en Francia. Y eso que en el género hay novelas muy superiores en ocasiones a las de la literatura convencional”. ¿Pierre Lemaitre, por ejemplo? “Bueno, es que no lo he leído”, explica con pausa. “No aguanto la violencia. No es algo ideológico, no es que esté en contra, es que simplemente no lo soporto”, remata, afable, tranquila, determinada a seguir con su revolución silenciosa.
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