La sabiduría de lo indispensable

Charles Simmons (1924-2017) pertenece a un tipo de escritor norteamericano (William Maxwell, Gordon Lish...) que se caracteriza por su exquisita calidad, por la brevedad de su obra literaria y por haber sido editor y crítico, en su caso de la New York Review of Books durante tres decenios, además de otras publicaciones. Se dio a conocer en los años sesenta y desde entonces dejó sentada su autoridad. La novela que nos ocupa, Agua salada, es, en parte, autobiográfica y se inspira en la célebre novela de Iván Turguénev Primer amor.

“En el verano de 1963 yo me enamoré y mi padre se ahogó”. Así comienza esta novela sobre el paso de la adolescencia a la juventud. La historia transcurre en Bone Point, una lengua de tierra que, junto con la línea de costa, formaba una bahía mientras el otro costado de la lengua se abría al Atlántico. En Bone Point se hallaba la casa de los padres de Michael, el quinceañero protagonista, que es el narrador. Este verano de 1963, los invitados a la casa adjunta eran los Mertz, un matrimonio con una hija, Zina, varios años mayor que él. Michael idolatra a su padre, navega con él y procura imitarlo en todo porque lo es todo para él, pero ese verano sobreviene un cambio de importancia en la vida de Michael: conoce a Zina y acaba enamorándose perdidamente de ella.

Simmons es un escritor realmente eficiente. Como en los autores contemporáneos suyos mencionados antes, utiliza una escritura muy directa, sin florituras ni adornos, una suerte de realismo llano que, sin embargo, se fundamenta en dos líneas diferentes de expresión. Por un lado, Simmons es un observador nato, pero un observador de gran penetración psicológica. Como observador, posee una mirada selectiva excelente, lo que le permite construir escenas con una calidad de detalles, de sutilezas y de percepciones que recogen en sí mismas el complejo entramado psicológico de las relaciones entre los personajes. Esta naturalidad, que más parece un don que fruto de un trabajo laborioso, es un trabajo verdaderamente laborioso. La elaboración literaria apenas se percibe, aunque un lector exigente en seguida se percata de que tras la apariencia de serenidad narrativa se esconde una sabiduría de lo indispensable, ese saber contar con absoluta precisión lo indispensable para atrapar la imaginación del lector —­no olvidemos que el lector lee con la imaginación— y dejar que, entonces, se cobre vida la historia y se propague en el imaginario del lector lo que verdaderamente le está contando: la lucha entre fascinación y egoísmo del primer amor.

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Pero la habilidad narrativa de Simmons se muestra en que, al ir desarrollando ese primer amor, otras facetas del amor (el matrimonio, la negación, la traición, los celos o la pasión), establece un enriquecedor contraste que fecunda con verdadero brío la historia dominante. Pero no es la relación de Michael y Zina el atractivo central de la novela, sino los modos del amor de los adultos que la rodean y matizan el nudo de sentimientos que moverá la novela hasta su duro, amargo y también valeroso final. Eso es Simmons: un escritor valiente que prefiere mostrar sus historias con una delicada y muy precisa sugestión. Porque hay un gran amor a la vida en este libro. Y una gran compasión también.

Y un detalle más: la voz. Una voz narradora que, pudiendo haber caído en lo sensiblero al menor descuido, posee, a la vez que un tono elegiaco, una descripción de la realidad que va mostrando poco a poco su verdadera naturaleza. Un bella y conmovedora novela.

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Autor:  Charles Simmons. Traducción de Regina López Muñoz.

Editorial: Errata Naturae (2016).

Formato: tapa blanda (168 páginas).

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