Ni censura ni escándalo
La homofobia ha sido compartida por autores, agentes literarios y editores: por miedo a ser marginados o no vender
La literatura, como el arte y el amor, no tiene sexo; los personajes y los autores, sí, tienen sexo y conducta sexual, y no necesariamente coinciden, porque la literatura no es necesariamente confidencial, el yo literario es una creación, no autorretrato, como el cuadro una pipa de Magritte: “Esto no es una pipa”. Del mismo modo que La cabaña del tío Tom, de Harriet B. Stowe (escritora blanca), hizo más por el abolicionismo que muchas batallas, los poemas de Safo, la delicada y sensual poeta de Lesbos, fueron un referente para la homosexualidad femenina. Tener que remontarse tan lejos para encontrar bibliografía demuestra hasta qué punto la prohibición fue feroz y funcionó como autocensura.
Han tenido que pasar muchísimos años para que Carol, la mejor novela de Patricia Highsmith, se reeditara con éxito, y casi cincuenta para que la correspondencia entre Gabriela Mistral y Doris Dana, su joven amante norteamericana, viera la luz. Del mismo modo, han pasado muchos años hasta que una investigadora escribiera la apasionada historia de amor entre la poeta Elizabeth Bishop y la arquitecta brasileña Lota. Toda una corriente de literatura secreta ha circulado como la clave, la puerta de acceso a la absurda prohibición y al castigo al amor que no osa decir su nombre. O en ediciones limitadas a librerías especializadas. Quizás ha sido más fácil en poesía, donde la metáfora o la sutileza permiten sugerir, más que narrar, y donde algunos excelentes blogs (dirigidos por mujeres) son libérrimos.
La homofobia ha sido compartida por autores, agentes literarios y editores: todos hubieran querido publicar Cincuenta sombras de Grey, pero serían reticentes o rechazarían una historia de sexo y amor entre mujeres. Mario Vargas Llosa introduce algunas escenas lesbianas en su última novela, pero él es apuesta segura. La autora de una novela con personajes de conducta lesbiana tiene miedo a ser marginada, y el editor, a no vender. Hace 20 años, les propuse a varias narradoras españolas famosas un relato lesbiano para hacer una antología en una importante editorial. Todas lo rechazaron. Por temor y cierto desprecio, como si la literatura fuera siempre confidencial. ¿O solo un cojo puede escribir un relato de cojos y un futbolista uno de futbolistas? Pero los tiempos están cambiando, las modas también.
En mi libro Los amores equivocados hay 11 historias de encuentros eróticos y amorosos, y nadie se ha escandalizado porque cuatro de ellas sean protagonizadas por mujeres. Ninguna es autobiográfica. Si solo se pudiera escribir sobre lo que se es o se conoce, y no existiera la imaginación, Julio Verne no habría podido escribir La vuelta al mundo en ochenta días, ni Emily Dickinson sus poemas. La empatía, la capacidad de escribir sobre lo otro, sobre lo diferente, es una cualidad literaria que evita la lectura solo por identificación, o sea, narcisista. Y solo se aprende de lo diferente, no de lo igual.
Cristina Peri Rossi publicará en septiembre la novela Todo lo que no te pude decir (Menoscuarto).
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