Carsten Höller: “La duda es un lujo”
El artista belga, obsesionado por explorar el terreno de la experimentación, inaugura el próximo 23 de junio el Centro Botín en Santander con su primera monográfica en España
Confiesa que es de conjunciones copulativas y de verbos de ascenso. Deja caer tres: que, ser y parecer. Le gustan, explica, porque admiten construcciones alternativas y promueven la idea de suma, de acumulación. Ahí es donde afloran sus obras. “Hay un mundo mucho más grande que el que podemos captar a simple vista y mi trabajo consiste en observarlo, en plantarme frente a la ventana y ver qué ocurre”, dice. Apenas hay atajos en esa idea que mastica Carsten Höller (Bruselas, 1961) llena de escenarios implícitos. Así son también sus exposiciones. A veces, invitan a subirse a un carrusel o a un tiovivo o a tirarse por un tobogán, tentando la suerte al vértigo. Otras, colocan al espectador en medio de un pasadizo de espejos y puertas sin salida, más que la de la ilusión. Su trabajo parte de un principio simple: la realidad está estructurada como un lenguaje y el arte permite articular ese lenguaje. Aunque la cosa se complica cuando centra la atención en la tensión emocional que conlleva cualquier acto de comunicación. A él le interesa el de los insectos, que tanto estudió cuando se ganaba la vida como biólogo y entomólogo, antes de poner un pie en el arte a principios de los 90. Ese tipo de comunicación, recuerda, se basa en tres tipos de señales, químicas, acústicas y visuales, que tienen mucho que ver con sus obras. Höller interroga lo real de un modo similar al revoloteo circular de una mosca: explorando sistemáticamente lazos y conexiones entre individuos, grupos e imágenes.
El movimiento es también esencial en la exposición que el próximo 23 de junio inaugura en el Centro Botín. Es su primera gran monográfica en España y viene acompañada del tradicional taller para artistas en Villa Iris, en el marco del programa iniciado por la Fundación Botín desde hace décadas. Mientras el centro abre, por fin, su sede en Santander, Höller cierra un círculo. Lo hace con catorce obras, la mayoría producidas ex profeso, y rescatando una de sus instalaciones icónicas, titulada Y, con la que participó en la Bienal de Venecia de 2003. Ahora da título a la muestra y es el primer interrogante que le traslado: ¿Y? “Es una invitación a dudar. La obra consiste en una pasarela en forma de Y, rodeada por anillos de aluminio repletos de bombillas. La intensidad luminosa parece variar, resultado de un complejo patrón de parpadeo y oscurecimiento de las luces a diferentes velocidad e intervalos. Como sacado de un parque de atracciones, este túnel conduce hasta un cruce en el que hay que elegir qué camino escoger. Toda la exposición tiene la forma de esa letra. Siguiendo la arquitectura de Renzo Piano he optado por jugar con la simetría de un amplio espacio abierto, con dos grandes ventanales a cada extremo, para crear dos recorridos diferenciados. Leída como signo de bifurcación, la Y apunta a la necesidad de tomar decisiones para construir nuestra propia vivencia de la exposición. Además, a la ípsilon griega, se la conoce como la letra de Pitágoras, que la utilizó como divisa del camino hacia la virtud o el vicio. Para mí está a medio camino entre el éxtasis y la locura. Y en el campo científico, se usa para hablar de frecuencia”, explica.
Mis obras están pensadas para desencadenar una experiencia
Este parpadeo lumínico inicial le guiña un ojo a 7.8 hz, la instalación que el artista hizo en el parque público que rodea al Centro Botín en 2014, como adelanto. También es un homenaje a la “Resonancia Schumann” y a su interés por el cerebro, que traslada en obras como Light Corridor, la última desarrollada por Höller usando esta frecuencia. La duda está siempre latente, como en el título de su celebrada retrospectiva del año pasado en HangarBicocca de Milán. “Estoy interesado en el estado de la conciencia, en lo que no sabemos, y en los dobles o triples significados de las cosas. Twins es un ejemplo. Empezó en 2005 en Tokyo y la obra crece cada vez que se expone, incorporando una pareja de gemelas idénticas locales, también en Santander, que dialogan de manera opuesta. Me gusta generar sentimientos opuestos. Seguramente, de ahí venga también mi interés por la idea de desdoblar espacios o itinerarios. Lo que propongo es la incertidumbre de la duda y la confusión como algo positivo. Invito a aceptarla como un lujo”, dice.
En ese juego constante con el lenguaje, la base de todo su trabajo, pronto saltan palabras que no le gustan. Es puntilloso como un buen aguijón: “Percepción, por ejemplo. Parece que mi trabajo vaya a modificar la percepción de alguien, y no. En cualquier caso, la expande. Y la idea de ‘cambio’ también es un error, y se usa con frecuencia conmigo, aunque es engañosa”, matiza. ¿Y lo de ‘estética relacional’? “Fuimos un movimiento sin querer serlo, porque lo que recoge es el sentimiento de un momento donde había más posibilidades y no sólo en el arte, si no también en la ciencia. Mis obras son un diálogo constante entre esos dos campos. Son interfaces dirigidos a desencadenar una experiencia. Ésa es la palabra clave. Son una invitación a ser quien eres, a ‘exponerte’ ante las obras para experimentarlas, en manos de otro. Igual que haría un científico en un laboratorio, el visitante activa la obra y luego observa el resultado de su interacción, ya sea dormir en el museo con Elevator Bed (2010) o relajarse sobre con un baño salino, con High Psichotank (2015). Mi trabajo no existe sino como un espacio intermedio, el del encuentro, que es el comienzo de todo relato. Pero ese relato lo escribes tú. También está la experiencia de ir más allá, y mirar cómo interactúan otros; algo mucho más profundo. Preguntarse: ¿Qué están sintiendo?’ Ese es el terreno donde yo prefiero quedarme, el que te invita a llegar a otro lugar, que es lo que me interesa del arte”.
Carsten Höller. Centro Botín. Santander. Del 23 de junio al 10 de septiembre.
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