Ficciones para sobrevivir a la realidad
Un puñado de autores de cómic despunta por una narrativa propia y exclusiva sobre la existencia
Decía José María Merino que la ficción es el mejor medio para desvelar la realidad, hasta el punto de crear una propia y exclusiva. No sé si Ángel de la Calle tendría esta idea en la cabeza cuando preparaba su excepcional Pinturas de guerra (Reino de Cordelia), pero a cada paso que daba en su lectura, las palabras del escritor se me hacían más evidentes y certeras. Porque el dibujante, contador de historias como pocos en la corta distancia, construye a través de la ficción una costosa y dolorosa búsqueda de una verdad. En apariencia, se dibuja a sí mismo para investigar sobre Jean Seberg en un París de finales de los setenta de arte y cultura en ebullición, pero es tan solo una excusa para poder controlar desde cerca el complejo andamiaje, totalmente invisible al lector, sobre el que despliega un apasionante juego de ilusionismo narrativo. Alrededor de su alter ego crea un grupo de pintores sudamericanos, exilados de las dictaduras más sangrientas y brutales, que buscarán a través del arte expresar la denuncia más radical del horror. En el transcurso de la lectura reconocemos nombres reales, mientras que los ficticios nos recuerdan viejos conocidos, consiguiendo que ficción y realidad fluyan en paralelo sin solución de continuidad, creando una verdad tan real como palpable y sólida, pero que es solo una fabulación más para que De la Calle lleve al lector a un callejón sin salida que obliga a la reflexión sobre el arte, la vida, la cultura, el compromiso y hasta Philip K. Dick.
Situación bien distinta padeció Catherine Meurisse, superviviente de los terribles asesinatos salvajes de Charlie Hebdo. Para ella la ficción podía ser una salida, pero solo la realidad le devolvería su vida. Traumatizada por la sinrazón y la locura, cuenta en La levedad (Impedimenta) la dura experiencia de recordar y superar el trauma a través del amor al arte: la belleza de la pintura sirve a la dibujante como la mejor metáfora para expresar sus sentimientos. Desde la violenta abstracción cromática de Rothko a la delicada iluminación de Caravaggio, Meurisse recorre obras canónicas que le van sirviendo como salvavidas a los que agarrarse mientras reconstruye su ser. Crea con la autoficción la distancia terapéutica necesaria para que la hoja en blanco deje de ser su enemiga y la creación actúe de impulso de una verdad que se dibuja con dolor y sinceridad. Y es que llegar a la verdad puede ser un camino de espinas, como cuenta Manu Larcenet en El informe de Brodeck (Norma Editorial), adaptación al cómic de la novela de Philippe Claudel que narra precisamente la necesidad de enterrar la verdad, de crear una coartada de mentiras para sobrevivir a la realidad. Larcenet compone una historia donde las miradas, los silencios y los gestos transmiten la desconfianza en el otro, con la fuerza contundente de un trazo donde el blanco y negro se hace tan sucio y asfixiante como el miedo que impregna cada acto y cada palabra.
Afortunadamente, el cómic este mes también nos deja espacio para otras ficciones, que exploran el humor y la aventura. Sirva como ejemplo la necesaria reedición de Carlitos Fax (Caramba Cómics), maravillosa creación de Albert Monteys para la recordada y efímera revista infantil Mister K, que permite usar con absoluta tranquilidad y seguridad el tópico de “para niños de 9 a 99 años”, a sabiendas de que el delirante humor que desprende a chorros este robot con ínfulas de periodista es heredero de lo mejor de Bruguera, desde el Reporter Tribulete de los cincuenta a la ironía desatada del magistral Superlópez de Jan y F. P. Navarro, pero pasado por el tamiz de la época dorada de la animación moderna, de Nickelodeon a Cartoon Network. Referente de la aventura es un clásico como Roco Vargas, revivido por Daniel Torres en Júpiter (Norma Editorial), nueva entrega que sirve en cierta manera de punto y aparte, de mirada atrás para reflexionar sobre esas tres décadas que han pasado en el mundo real y que la ficción comprime en tres años de aventura siderales sin descanso. Se nota a Torres desatado en lo gráfico, disfrutando de volver al color directo para recrear el universo de su creación fetiche, recorriendo los momentos míticos de la ficción para acordar, con el lector y con Roco, el futuro de una obra maestra de nuestro cómic. Y sin renunciar a lanzar unas cuantas cargas de profundidad bien dirigidas. Es curioso cómo muchas de las ideas que marcan la creación de Torres se encuentran también en Ether, de Matt Fraction y David Rubín (Astiberri), primera entrega de una serie que usa la aventura para dialogar en la frontera entre la realidad y la ficción a través del enfrentamiento entre la ciencia y magia. El guionista americano se aprovecha del increíble talento visual del dibujante gallego, que crea con solvencia dos mundos que se retroalimentan para indagar si es posible mantener el sentido de la maravilla desde la razón.
Y déjenme acabar con la poesía gráfica de Nuevas estructuras, de Begoña García-Alén (Apa-Apa Cómics). La autora transforma una visita a una casa en construcción en una profunda reflexión sobre la relación del ser humano con el espacio y el tiempo, extraída de sensaciones apenas insinuadas con fragmentos de la memoria visual. Extraordinaria.
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