‘Dark Matter’, samuráis contra criminales en el espacio exterior
La serie de ciencia ficción llega a su tercera temporada con una guerra intergaláctica en ciernes y un único objetivo: "entretener"
No hay nada que Dark Matter no se atreve a hacer. Sean zombis, samuráis, versiones malvadas de realidades paralelas o androides totalitarios. Nada está fuera del alcance de los tripulantes de esta nave perdida en una lejana galaxia. “Aunque debajo de la locura, lo único importante son las relaciones entre una familia mal avenida”, reconoce Anthony Lemke, que interpreta a uno de seis proscritos en busca de un hogar en el espacio. El actor se encuentra en un tiempo muerto del rodaje y engulle de un plato de plástico para que no le falte energía en las escenas de acción. Con su pesada pistola en la mano, el el día en el que EL PAÍS visita el rodaje de la serie, Lemke se mentaliza para despertar clones nacidos de cabinas futuristas.
Dark Matter comenzó con un argumento de ciencia ficción clásico: seis desconocidos despiertan sin recuerdos en una nave espacial. Hasta ahí todo bien. Pero el giro llegaba al final del primer episodio, cuando descubrían que eran criminales. Las cuestiones filosóficas se tornaban entonces en motor de la serie: ¿se nace siendo malvado o es culpa de la sociedad? ¿Se puede cambiar el pasado? Su tercera temporada, que se estrena este lunes en Syfy (22.00), vuela más allá de aquel concepto intimista. El status quo ha explotado y el grupo lucha para frenar una guerra entre corporaciones. Todos los protagonistas hacen, sin embargo, lo posible para seguir unidos, siendo una familia.
En una época donde la ciencia ficción está en auge como reflejo de la política contemporánea, aquí también hay líderes opresores, terroristas y poderosas empresas. Aun así, su creador, Joseph Mallozzi, reconoce, rodeado de cromas y cartón piedra, que él "solo" busca entretener, nada de alegorías. Dark Matter se inspira más en productos sin pretensiones con aire añejo como Stargate, donde pasó 12 años: “Todos estamos influidos por lo que ocurre a nuestro alrededor, pero no me gustan las series que imponen su mensaje político. Se convierten en pedantes y temporales”, afirma desde la nave de la que es verdadero comandante: “Nos ven por nuestra unidad familiar. Es como visitar a un grupo de amigos. Busco esa conexión, ese escapismo. Así serán las cinco temporadas planeadas”.
La cordialidad a la que alude se palpa también detrás de las cámaras en el polígono a las afueras de Toronto al que ha acudido EL PAÍS invitado por Syfy. Entre largos pasillos sin destino, puertas corredizas (como predijo Star Trek en 1966) e inútiles botones multicolor, convive un equipo con mucha imaginación. Aunque por lo que más felicitan a Malozzi es por lo más simple: por reunir un reparto diverso. Entre los seis protagonistas hay un jamaicano, un filipino y una actriz de origen chino. “No lo buscaba. La líder es una asiática fuerte porque he conocido muchas mujeres así. Pero no contratamos a nadie por ser diverso. Sería un insulto. Simplemente es lógico reflejar el mundo donde vivo“. Alex Mallari Jr., que interpreta al rebelde Cuatro, villano este año, reconoce que esto, sin embargo, sigue sin ser habitual: “Como asiático, es genial tener un romance en televisión. Debemos ser proactivos y crear nuestras historias”.
Su personaje, convertido en emperador tras recuperar la memoria, se levanta en un gran salón de trono desde el que impone su poder. Todo un salto presupuestario para una producción que controla al milímetro sus gastos. Mallozzi ya está acostumbrado: “Cada capítulo cuesta dos millones. Un tercio que Star Trek: Discovery”. Y eso que la nueva serie del universo trekkie también rueda en la siempre activa Toronto, para aprovechar su fiscalidad y paisaje. “Adapto el guion a lo que tenemos. Ahorramos en los detalles", explica Mallozzi. En la nave, por ejemplo, hay una única habitación, que cambia sus detalles y adornos según el personaje que la pernocte en esa escena: "Si manchas de sangre una pared, sabes que hay que cambiarla. Así que debemos pensar si merece la pena hacerlo”, cuenta mientras enseña su despacho, lleno de botellas de whisky.
El alcohol es casi lo único que no es atrezzo. Este club de whisky representa una de las grandes tradiciones de este equipo convertido en familia en un cuadrante inhóspito de Canadá. Al mediodía suena una alarma en los estudios. La sala del jefe comienza a llenarse. Todos paran unos minutos en sus tareas para brindar y beber juntos unos chupitos. Así es sencillo derrotar a robots, empresarios corruptos e incluso aliens.
La última frontera
La ciencia ficción terrenal está de moda gracias a The Handmaid's Tale, Black Mirror y el auge de ventas de 1984, pero la televisión de prestigio tiene pendiente recuperar la space opera, género minoritario que siempre reúne a un público devoto. Ese que logra por ejemplo mantener a flote la producción canadiense: "No hay seguidores tan fieles como los de la ciencia ficción", exclama la actriz Melissa O'Neil.
En Dark Matter los pistolones recuerdan a Aliens y es imposible no comparar el puente de mando con el clásico de Star Trek. Aunque aquí la ambientación es gris, metálica y tenebrosa, y la nave antigua y sucia. Así es la epopeya espacial moderna, la que desarrolló Galáctica en su brillante resurrección y que hereda también The Expanse (cuyos derechos tiene Netlix, que todavía no ha estrenado su segunda temporada), una serie más política y reflexiva. Aunque Mallozi lo tiene claro: "A nosotros nos diferencia el humor y la camaradería".
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