“Si no programas el maldito repertorio de muertos, pierdes al público teatral”
El dramaturgo Rodrigo García, que estrena en Madrid su obra '4', renuncia a renovar su mandato como director del CDN de Montpellier por recortes de presupuesto
Hace ya muchos años que Rodrigo García no vive en Madrid, pero su nombre sigue sonando a menudo en los mentideros teatrales de la ciudad. “Esto me recuerda a Rodrigo García”, se oye a veces. O también: “Esto es estilo Rodrigo García”. Aquellas obras que el dramaturgo y director montaba con cuatro perras en el off madrileño de los 90, impúdicas y provocadoras, asombraron tanto como ofendieron. Y sobre todo, mostraron que se podía hacer teatro de una manera muy distinta a la acostumbrada hasta entonces.
Pero Rodrigo García, que en realidad no era madrileño sino que nació en Buenos Aires en 1968 y se trasladó a España con 20 años, se hartó de Madrid (muchos aplausos, pero también muchos pateos y poco apoyo institucional) y se fue a vivir a Asturias con el cambio de milenio. Desde allí empezó a trabajar cada vez más para entidades francesas, hasta que en 2014 fue designado director del Centro Dramático Nacional de la ciudad de Montpellier. Entre tanto, en 2009, la UE le otorgó el Premio Europa de Nuevas Realidades Teatrales. Ni el cargo ni los premios han suavizado su estilo ni sus convicciones: ha renunciado a un segundo mandato de cuatro años por recortes de presupuesto y dejará el puesto a final de este año.
Este jueves Rodrigo García vuelve a Madrid. Pero únicamente de visita, invitado por el Festival de Otoño a Primavera, para presentar su espectáculo 4 (solo hasta el domingo) en los Teatros del Canal. Desde Montpellier accedió a contestar por correo electrónico las preguntas de EL PAÍS sobre su obra y su faceta como gestor.
El espectáculo que trae a Madrid es una producción del CDN de Montpellier. ¿Es más fácil el proceso de creación cuando hay más medios?
La diferencia a la hora de producir es sustancial. En el CDN cuento con más recursos humanos, pero eso no siempre facilita las cosas, ya que son profesionales que trabajan bajo estrictas normas sindicales que representan una victoria proletaria, mientras que cuando trabajaba al inicio de los 90 como compañía independiente y no llegábamos a ser ni tan siquiera proletarios, puesto que no cobrábamos nunca, lo hacía bajo un riguroso y meditado desorden y sin límite de horas ni de esfuerzo; esto último siempre lo entendí como indisociable de la creación. De ahí que a veces añore trabajar en el caos y la improvisación. Y ni le cuento lo que fue crear El rapto en el serrallo para la Ópera de Berlín.
En 4 se suceden imágenes que ponen de manifiesto muchos horrores actuales: violencia, sexo, consumismo, hipocresía… ¿Qué le preocupa hoy que no le preocupara cuando empezó a hacer teatro en los 90?
Las cosas que menciona no son horrores, son zonas que transitar, ya que vivimos. Aunque puede que sean horrores, porque ahora todo son horrores. Ahora no se puede matar un toro en una plaza de toros ni se puede decir a una mujer que es hermosa y mucho menos cederle el paso; ahora no se puede comer carne, no se puede encender un habano; ahora no se puede decir que un negro es negro ni que un blanco es blanco, ahora no se puede ser comunista, tampoco se puede ser ultra del fondo sur del Atlético, ahora no puedo decir “… cuando un escritor…”, debo decir “… cuando una escritora o escritor”… Ahora, hagas lo que hagas, estará mal. Entonces yo paso, paso de todo esto, porque tengo una forma bastante menos hipócrita de saciarme de vida, no le meto un preservativo a todo lo que me cruzo ni me preocupo de si alguien me va a poner el pulgar para abajo en la red. Hoy está el planeta a reventar de emperadores Nerón virtuales sin agallas para incendiar Roma de veras… Si un libro me va a hacer mal, que me lo haga: aprenderé algo de ello. Los que lean esto me pondrán a caldo. ¿Qué me importa? No me conocen, no los conozco, pero cuánto me gustaría que a algún niño o adolescente le llegasen estas palabras para ayudarle a librarse de la dictadura de la educación escolar y familiar, para advertirles: haz caso a aquello que dicta tu buen corazón rousseauniano y nada más. Ya de paso: qué películas reveladoras hicieron sobre la infancia Jean Vigo, Leonardo Fabio y Truffaut.
Y formalmente, ¿en qué ha cambiado? Me parece ver cada vez menos texto, es más visual, más plástico…
Ah, no. Hago de todo un poco y cada vez empeorando. Estoy rozando la tendinitis de tantas creaciones que hice en treinta años. Antes, tenía una idea, iba y la ponía en escena. Ahora las dibujo, las escribo, luego las cojo, las hago pelotas de papel y juego al fútbol en mi casa. Y al día siguiente vuelta a empezar. Todo me parece insuficientemente profundo. La valoración que hago de mi imaginación es, cómo le diría yo, cercana al fraude.
Usted ha dejado estela en España. Muchos autores y directores dicen seguir su estilo. ¿Qué piensa de esto? ¿Tiene usted tan claro cuál es “su estilo”?
Yo diría que cavé una zanja insondable a fuerza de insistir, de hacer lo que creía que debía hacer (ese es el estilo) y con las instituciones siempre en contra, sin aflojar dinero, sin permitirme trabajar en teatros dignos (me refiero a lo técnico y económico) en la época cuando lo necesitaba de verdad para avanzar.
Ha renunciado a un segundo mandato en Montpellier por desacuerdos con las autoridades de la cultura francesa y recortes de presupuesto. ¿Está decepcionado? ¿Qué habría necesitado para seguir?
Dinero. Cuando digo a mis colegas directores de otros teatros y festivales mi presupuesto anual, nadie da crédito. La ciudad de Montpellier históricamente nunca quiso tener un CDN importante, algo que el Ministerio de Cultura sí querría. Montpellier tiene un gran festival de teatro en primavera y otro igual o más relevante dedicado a la danza, y allí van el dinero y la atención de los medios de comunicación. En cambio para el Centro Dramático Nacional, que trabaja cada día, todo el año, no solo programando sino ofreciendo actividades pedagógicas y mil cosas que no viene a cuento enumerar ahora, para ese teatro que, para mayor de los males, queda a las afueras de la ciudad y sin transporte público a la hora de las funciones, hay una partida de presupuesto irrisoria. ¿Sabe por qué? Porque el trabajo de base, profundo, no tiene rédito electoral. Al político maleducado (porque hay políticos bien educados, pienso por ejemplo en la figura de Jack Lang) no le sirve, el político maleducado infravalora a los ciudadanos. Se dedican los recursos a lo festivalero, que cuadra con el espíritu de una ciudad del Mediterráneo, bajo el calor. Esa deformación vulgar de la historia yo no me la trago. Bajo el calor del Mediterráneo también pensaron Platón, Aristóteles y Heráclito y escribió sus comedias satíricas Aristófanes. Aquí en Montpellier construyeron una antigua Grecia de mentira, se llama Antigone, es el esperpento arquitectónico mayor de Francia, urdido por un alcalde que se creía dios y fue el Rey Sol hasta su muerte con Ricardo Bofill a sus órdenes. Dije “dinero”, pero quise decir voluntad política. En Montpellier tenemos ahora ocupando las portadas de la prensa local el gran evento cultural bautizado Deporte extremo, que consiste en volar por los aires atado a una cuerda o cayendo al río de cabeza catapultado desde una rampa o pegándotela contra un montículo, y tuvimos hace no tanto el evento Miss Francia: sí, se gastaron una millonada para elegir a la chica más linda del país y luego hablan de machismo. No tendría nada en contra de todo esto si a su vez al CDN se le prestase la atención que se merece y tuviera la dotación económica que se merece. ¿Qué sentido tiene seguir? Si no tengo el poder de hacer cosas bonitas, no quiero el poder.
Humano Demasiado Humano. Usted peleó para renombrar así al CDN de Montpellier. ¿Qué encierra esta declaración (aparte de la referencia nietzscheana)?
Lo primero que hice como artista en el CDN fue una performance a partir de ese libro de Nietzsche en una caballeriza, en un centro de equitación que queda al lado de nuestro teatro. Fui a visitar el sitio a fin de imaginar cómo transformaría el espacio para la puesta en escena y un limpiador de mierda de caballos (trabajo tan innoble como director de un CDN) me espetó: “¿Sabe que el nuevo director quiere cambiarle el nombre al teatro?” Yo le dije: “No tengo ni idea, no conozco al director personalmente”. “No lo conseguirá jamás”, me dijo. La gente tiene miedo a lo diferente, yo soy parte de esa otra gente que necesita encontrar marcianos en la cola de la caja del supermercado. Para mí Humano demasiado humano es ser víctima de nuestras pasiones y equivocarnos. Y ser luminosos gracias a nuestros errores llenos de verdad, bondad y alegría.
¿Qué es lo mejor que le ha pasado como gestor en Montpellier? ¿De qué se siente más satisfecho?
Para el Ministerio de Cultura fue un palo. Philippe Quesne en Nanterre-Paris y yo en el humilde CDN del sur de Francia fuimos nombramientos que el ministerio hizo con orgullo progresista. Prometimos que un nuevo modelo de CDN era posible y cumplimos. En Montpellier cambió el público, claro está. Pisaron el teatro miles de personas que no sabían ni dónde quedaba, ni que existía un CDN en su ciudad. El público de teatro en una ciudad francesa que no es “París la capital” tiene una media (siendo benévolo) de 55 años. Nuestra media andará ahora por los 27 años, y eso gracias a que contamos con algunos maravillosos viejos de mi edad, o incluso mayores, para compensar el aluvión de jóvenes que nos visitan. Ahora bien, me tocó el peor momento económico, por primera vez la crisis afectó a la cultura y coincidió con mi llegada, en enero de 2014. De todas formas, el Ministerio de Cultura estaba dispuesto a incrementar el presupuesto del CDN de Montpellier siempre y cuando el Gobierno regional hiciera lo propio, y estos últimos no quisieron oír hablar de este asunto. Al revés: la bienvenida me la dieron recortándome un 25% de mi presupuesto. Cuando llegué era poco, al año ya no tuve nada.
Cuando llegó a Montpellier dijo que abriría el espacio a artistas que de verdad fueran contemporáneos. ¿Ha tenido que rebuscar mucho para encontrarlos?
Dar con los artistas no presenta complicación, el asunto es dar con el público. ¿Qué es el teatro? El teatro es Molière, Shakespeare y, como mucho, Beckett. Al programar artistas que no forman parte del maldito repertorio de los muertos, perdemos el “público de teatro”. Y entonces, ¿cómo hacemos para llenar la sala? Hay algo perverso en este asunto: la gente disfruta viendo a los muertos, cree a los fantasmas y sufre perturbaciones al enfrentarse a los vivos. Nuestra misión, la del CDN, es informar a la ciudad de que existe “otro teatro” más allá del repertorio. Es inagotable, inmenso, este nuevo repertorio actual. Y el público, créame, ¡no lo sabe! Requiere de un inmenso trabajo de relaciones públicas, prensa, comunicación, de trabajo en los institutos de enseñanza media, en las redes sociales…
Aunque vive en Montpellier ha demostrado estar al tanto de los lances de la vida teatral en España y ha manifestado su opinión en asuntos como el rechazo al proyecto de Mateo Feijóo en Matadero. ¿Cómo ve el panorama teatral en España ahora que ya no lo “sufre”?
Hoy, en España, una compañía que quisiera hacer el trayecto de la mía está más jodida que nosotros hace 30 años. No sé cómo al ministro de Cultura no se le cae la cara de vergüenza, cómo no reacciona ante una herencia tan nefasta. No sé cómo a los sucesivos presidentes de Gobierno de España no se les ha caído la cara de vergüenza. No se creó una red de teatros lo suficientemente amplia… Si luego de 30 años no hay un tren de alta velocidad a Asturias ni a Galicia, ¿qué red de teatros públicos vas a soñar? En relación a Feijóo y el Matadero, es muy simple: se empezó hace poco con algo que en otros países es natural de medio siglo para acá: nombrar a la gente por concurso de proyectos, en vez de por simpatías partidistas. Yo digo que si a Mateo lo nombró un tribunal, habrá que dejarle hacer su proyecto y valorarlo al final de su primer mandato. Se lio porque en España todavía anda mucho Tejero suelto, gente ignorante e intolerante. Y si el tribunal a toro pasado piensa que se equivocó, que se aguante, dé la cara y aprenda.
¿Qué hará cuando acabe en diciembre el mandato en Montpellier?
Ayer justo llamé a Rappel. La gente no se acuerda de Rappel, era una especie de travesti místico rubio platino que adivinaba el futuro en una cadena de televisión a las dos de la madrugada en los años 90, se las daba de vidente. Le pregunté qué iba a ser de mi vida y me dijo que moriría fulminado nada más poner punto final a su entrevista. No le pagué, por supuesto. Si Rappel yerra, volveré a mi casa en Asturias y trabajaré en nuevas creaciones al menos los tres años que me subvenciona el Gobierno francés por abandonar en su día mi compañía privada para hacerme cargo de un CDN. Haré producciones con cuatro teatros nacionales de Francia, aparte del Festival de Otoño de París, el teatro Cervantes de Buenos Aires y, afortunadamente, los teatros del Canal de Madrid.
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