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feria de san isidro

Ángel Otero, torerísimo en banderillas

David Mora escuchó los tres avisos y una bronca tras fallar reiteradamente con el descabello

Antonio Lorca
Banderillas de Ángel Otero al segundo de la tarde, en Las Ventas.
Banderillas de Ángel Otero al segundo de la tarde, en Las Ventas.

Cuando Ángel Otero, miembro de la cuadrilla de David Mora, levantó los brazos en los medios de la plaza y llamó la atención del segundo toro de la tarde, Las Ventas guardó el silencio que demandan las grandes ocasiones. Su oponente lo esperaba en la raya del tercio, y la preocupación general tenía más que sobrados motivos. El toro, manso de libro, huidizo y acobardado, de violentísimo y dificultoso comportamiento, se engalló, lució al cielo sus astifinos e inició un veloz y fiero acercamiento hacia su presa.

Se presagiaba que algo grandioso o dramático estaba a punto de suceder. El hombre, engrandecido en su propia heroicidad ante la mirada inquisitoria y admirativa a un tiempo de miles de corazones encogidos, corrió hacia el toro y en una fracción de segundo, de esas que parecen eternas, se produjo el encuentro entre la fuerza bruta del toro y la inteligencia torera del banderillero. Cuadró Otero a la distancia y el momento justos, levantó los brazos con gallardía, y en ese instante fugaz en que el animal busca con codicia el pecho del hombre, clavó en todo lo alto un vibrante par de banderillas mientras la plaza entera respiró, se levantó, aplaudió y gritó, todo a un tiempo, como expresión de una conmoción y un descanso, también, ante el evidente peligro que se avecinaba y la claridad de ideas del torero. La ovación fue ensordecedora, como tenía que ser. Las Ventas acababa de vivir uno de esos momentos por los que merece la pena ser aficionado a los toros. Un grandioso par de banderilleras, un destello taurino para la historia y un recuerdo imperecedero.

EL PILAR / URDIALES, MORA, GARRIDO

Toros de El Pilar, bien presentados, astifinos, blandos, mansos, nobles y descastados

Diego Urdiales: metisaca _aviso_ estocada y cuatro descabellos (silencio); estocada (silencio).

David Mora: pinchazo, pinchazo hondo y tres descabellos (silencio); media estocada _aviso_, nueve descabellos _2º aviso_, y siete descabellos _tercer aviso_ (gran bronca).

José Garrido: estocada baja (silencio); estocada (silencio).

Plaza de Las Ventas. Tercera corrida de feria. 13 de mayo. Casi lleno (19.538 espectadores).

Ese toro tuvo su aquel. Salió de toriles huidizo y corretón y no obedeció al capote de su lidiador. De pronto, se acercó a las tablas, y dio un salto con evidente intención de averiguar lo que se escondía en el callejón. No alcanzó su objetivo, pero introdujo la cara, con sus astifinos pitones, y su largo cuello. Un alguacilillo que oteaba el horizonte a un par de metros, se quedó petrificado. No era para menos. Pero el asunto fue a más. Curioso el animal, se olvidó del capote de Mora, volvió a tablas, tomó esta vez un nuevo impulso y consiguió meter casi todo el cuerpo en el callejón. No tuvo la fortaleza suficiente para superar la altura y cayó en la arena como un fardo con toda su pesada anatomía. No se rompió por fuera, pero el porrazo sonó ¡plommmm!, y vaya usted a saber los destrozos que hizo por dentro. Este segundo suceso acaeció frente a una pareja de la Policía Nacional, bien resguardada en un burladero, y para los servidores públicos quedó el susto.

Además de la torería de Otero y la áspera mansedumbre del toro saltarín, poco más sucedió en el ruedo. Bueno, según se mire. David Mora escuchó los tres avisos en el quinto tras protagonizar un penoso sainete con el descabello a un toro noble y soso con el que no llegó a entenderse con la muleta cuando se esperaba faena grande. Decepcionó Mora ante un toro noble pero no tonto que exigía una muleta firme que no encontró. Había brindado la faena del manso segundo, pero ni el toro quería embestir ni el torero mostró la confianza necesaria. Fue despedido de la plaza con una gran bronca, como mereció su olvidable actuación.

Cinco grandes verónicas, de menos a más, ganando terreno en cada una de ellas, y firmadas con una gran media en el centro del ruedo fue lo notable de una actuación tristona de Diego Urdiales. Se las vio, en primer lugar, con un toro con clase y sin fuerzas con el que dibujó una preciosa tanda de redondos y un par de naturales en una labor incompleta y con destellos deslumbrantes. Algo importante faltó, y todo quedó desmadejado. Manso y sin calidad fue el cuarto y todo acaeció en silencio.

Garrido tampoco tuvo oponentes aptos para el triunfo. Demostró de nuevo, eso sí, que maneja el capote con soltura, hondura y gracia, y que le sobran entrega, agallas y constancia para intentar el triunfo. El tercero no se tenía en pie y llegó a echarse en la arena en el curso del último tercio; volvió a colocarse en el sitio ante el sexto, al que le robó algunos muletazos estimables antes de que el público, cansado de tanta blanda mansedumbre, le obligara a que montara la espada.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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