Manel no tiene la culpa
El Festival de Eurovisión volverá reventar récords de audiencia y comentarios en redes sociales estando más cerca del espectáculo televisivo que del certamen musical
En esta época en la que el desapego por Europa está de moda, el desencanto parece haber llegado a Eurovisión. Por primera vez en mucho tiempo la “SuperBowl de la canción” no nos tiene en vilo, y la de 2017 pasará a la historia como una edición que nadie recordará a partir del lunes, aunque sí, tuitearemos a muerte. El cisma (llamado “eurodrama” en algunos círculos) se inició hace unos meses, cuando el sistema de selección del representante español estalló por los aires evidenciando un necesario cambio de filosofía y procedimiento en TVE, que año tras año sigue tropezando con la misma piedra. Esta vez, quien ha pagado los platos rotos desde el primer segundo ha sido nuestro representante, el catalán Manel Navarro.
Si valoramos las canciones de aquella preselección, Navarro presentaba la apuesta más solvente en cuanto a producción. Y seamos claros, a lo largo de nuestras 56 apariciones en Eurovisión hemos llevado a Europa y defendido propuestas más discutibles que Do It For Your Lover, un amable hit de pop electrónico con guiños tropicales que incluso alaba el artista de moda, Ed Sheeran.
Ese desafortunado episodio de la preselección parece haberse tragado el entusiasmo que en años anteriores mostramos hacia las coreografías histriónicas con los pies o la épica del estribillo a gritos (“ieeeee ieeeeeee ooooooo”, “the raaain, the raaaain”, “quédate conmigoooo”...). Incluso fuimos más efusivos con El chiki chiki que con la oda a la playa y al surf de Manel, que también suma como detractores a la RAE e incluso a una asociación de surferos.
El resto de Europa no es para tirar cohetes: desde la victoria de la cantante sueca Loreen en 2012, algo ha cambiado en el sonido de Eurovisión. Ahora todo el mundo quiere un hit que amase más millones de reproducciones en streaming y conquiste radios de todo el planeta. Este año las propuestas artísticas abusan de esta línea de producción, muy basada en ese pop electrónico en el que también se diluye nuestra candidatura. Si tengo que hacer un repaso rápido, el mismo soniquete me aparece en las canciones de países tan equidistantes como Italia, Israel, Serbia, Noruega, Estonia, Macedonia, Polonia, Dinamarca o Bulgaria. Tal es la cosa que, si escuchas lo que envía Azerbayán, terminarás recordando a Sia; si pasas por Alemania, olerás a kilómetros el plagio a David Guetta; Chipre canta a Imagine Dragons que asusta; y Suecia, gran favorita un año más, parece el final de una trilogía empezada con Euphoria y Heroes.
Con este panorama, la apuesta por la balada de Francia o Reino Unido parece acertada. Pero en el año de La La Land, sería justo que Portugal ganara su primer festival de Eurovisión con Amar Pelo Dois, una preciosa balada minimalista que ha prescindido de pantallones y efectos para centrarse en la frágil voz de Salvador Sobral, un tipo con una sorprendente historia detrás. Sobral, lisboense de 27 años, y durante cuatro años estudiante de jazz en el Taller de Músics de Barcelona, padece dolencias cardíacas que le mantienen bajo supervisión médica constante y, según la prensa, a la espera de un trasplante de corazón.
Mi dolor de cabeza con Eurovisión pasa siempre por la misma situación: me lo planteo como un certamen musical y termino en la decepción al comprobar un año más que no lo es. Se trata de un espectáculo televisivo. Sí, ese mismo que ha llenado de talent shows la televisión española y ha atropellado las posibilidades de que la televisión en abierto dé cabida a la diversidad musical que guarda este país. Cuando descubramos que esto último existe, quizás podamos sorprender a Europa con nuestra riqueza cultural. O al menos no renegaremos de ella. No, Manel no tiene la culpa.
Arturo Paniagua es presentador y director de LOS40 Trending en LOS40.
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