Giacometti, el corazón blando del hombre de bronce
La Tate Modern de Londres descubre en una retrospectiva la afición por los materiales cálidos y humildes del artista suizo
Fascinado desde niño por la mirada, para él la esencia de la vida humana, Alberto Giacometti (1901-1966) no habría podido evitar reparar en los ojos, humedecidos por la emoción, de esta mujer menuda que deambula sonriente entre las estilizadas esculturas de la retrospectiva que la Tate Modern dedica al artista suizo. La mirada es de Frances Morris, directora del museo y comisaria de la exposición, que trata de explicar con palabras lo que Giacometti habría buscado en sus ojos. “Esto es el resultado de 25 años de trabajo”, explica a EL PAÍS. “En 1993, hice una exposición sobre el París de la posguerra. Había 11 artistas y en el centro estaba Giacometti. Desde entonces hemos tratado de buscar el momento adecuado”.
Ese momento es ahora. En buena medida, explica Morris, por la coincidencia de dos mujeres al frente de las dos instituciones claves detrás de la retrospectiva: la Tate Modern, que dirige Morris desde enero del año pasado, y la fundación Giacometti, cuyas riendas tomó Catherine Grenier en 2014. Ambas son amigas y mantienen una estrecha relación profesional. “Era obvio que debíamos hacerlo juntas”, explica Morris.
La colaboración entre ambas instituciones aporta la piedra angular de esta exposición: la serie de esculturas en yeso realizadas por el artista para la bienal de Venecia de 1956, especialmente restauradas por la fundación parisiense, que pueden verse juntas por primera vez en 60 años. Las piezas fueron moldeadas después en bronce y exhibidas con posterioridad. Pero la fragilidad y la luminosidad de esos yesos tiene la virtud de alejar a Giacometti de su propio estereotipo.
Hace un año y medio, cuando asumió la dirección de la institución en la que lleva trabajando desde su creación hace 17 años, Morris explicaba a EL PAÍS que un museo como la Tate Modern no debía conformarse con ofrecer una retrospectiva ambiciosa sobre un artista determinado, sino que sus exposiciones aspiraban a aportar una lectura novedosa sobre sus protagonistas. En el caso de Giacometti, un artista asociado con la dureza del bronce, lo que aporta la Tate es el énfasis en la investigación del artista con materiales blandos. “A Giacometti se le conoce por sus esculturas de bronce, y ese era el resultado final”, explica Morris. “Pero lo que a él le gustaba era la fluidez del barro y el yeso, materiales cálidos y humildes. Eso fue algo revolucionario en la época y anticipó lo que en los escultores de los años 60 y 70, como Louise Bourgeois, fue una reacción contra la dureza de los materiales”.
La exposición ofrece un recorrido exhaustivo por la vida y la obra de quien Morris no duda en definir como uno de los artistas más importantes del siglo XX. Nacido en el primer año del siglo en un remoto valle suizo, se trasladó a París en 1922 para perseguir su vocación artística. Su transición en los años 20 del naturalismo a la abstracción, influido por Brancusi y las tradiciones africanas y de Oceanía, llamó la atención de Breton. De su mano, Giacometti comenzó a frecuentar a los surrealistas en la década de los treinta, atraído por su rechazo a la tradición y la moral burguesa y su fascinación por el subconsciente.
La Segunda Guerra Mundial los sorprendió visitando a su madre en Suiza. Pasó la guerra instalado en una habitación de hotel de Ginebra, donde sus esculturas se iban haciendo cada vez más pequeñas hasta alcanzar la miniatura. Allí conoció a Arnnette Arm, que se convertiría en su esposa y su principal modelo femenina.
En 1945 volvería a París, a su estudio de la calle Hippolyte Maindron que había cuidado su hermano Diego en su ausencia. Una noche, saliendo de un cine de Montparnasse, comprendió que su visión del mundo había sido fotográfica, pero que la realidad escapaba a la supuesta objetividad de la película. Aquello le permitió aumentar la escala de sus piezas. Comenzó a producir las figuras aisladas y alargadas que Jean Paul Sartre, autor de un texto de referencia para el catálogo de una exposición de 1948, describió como “siempre mediando entre la nada y el ser”. Aquellas esculturas encarnaban la ansiedad y la alienación en las que una generación traumatizada por la guerra pudo reconocerse.
La fama y el dinero no cambiaron su modo de vida austero y su obsesivo ritmo de trabajo. En la gran retrospectiva que le dedicó la Tate en 1965, montó un estudio en el sótano de la galería, donde seguía trabajando para las esculturas de la exposición. Hoy, las más de 250 piezas repartidas por la nueva retrospectiva amplían el campo de visión de una creador cuya obsesión, más allá de construir una carrera artística, fue capturar la vida en el filo de la locura. “No trabajo para crear pinturas o esculturas bellas”, dijo. “El arte solo es un medio para ver”.
El tiempo y el espacio
La exposición ilumina otros ángulos del poliédrico Giacometti. Frances Morris, directora de la Tate Modern, es una apasionada de las líneas que relacionan las prácticas artísticas en el tiempo y el espacio. Es una de las señas de identidad que quiere imprimir a la Tate y que vertebran la colocación de la colección después de la ampliación inaugurada el año pasado. Morris señala dos líneas en las que indaga la retrospectiva del artista suizo: “Por primera vez exploramos el significado de su obra primera, hasta que se compromete con lo que se convirtió en el arquetipo de su carrera. Profundizamos en sus relaciones con el cubismo o el surrealismo. Y mostramos cómo su obra está enraizada en el arte arcaico no occidental. La importancia que tuvo para él el arte egipcio, por ejemplo. Reposicionamos a Giacometti, no como un artista aislado, sino en diálogo con su tiempo y con la antigüedad”.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.