Danzad, danzad (pero casi gratis)
El éxito artístico del sector contrasta con la penuria que viven los bailarines, obligados a salir al extranjero. El caché medio por función ha caído de 6.000 a 1.500 euros en un lustro
Dos espectáculos de danza acaparan el mayor número de candidaturas para los premios Max que se entregarán en junio en Valencia: Oskara, finalista en siete categorías, y Caída del cielo, con cuatro nominaciones (empata con Només són dones, producción en la que también hay momentos de danza). Este hecho insólito -los favoritos suelen ser montajes de teatro- puede llevar a pensar que la danza atraviesa un momento brillante en España. Desde el punto de vista artístico, nadie duda de ello. Pero en el terreno económico, el diagnóstico es inverso: la crisis ha sumido al sector en una precariedad dramática.
Las cifras lo dicen todo. Si en 2009 el caché medio de las compañías se situaba cerca de los 6.000 euros por función, ahora no alcanza los 1.500 euros. Desde ese año hasta 2015 las subvenciones han bajado un 55%. En ese periodo los sueldos descendieron un 74% para quedarse todos por debajo del mínimo interprofesional (incluidos los de los coreógrafos). El deterioro de la contratación en España ha empujado a las compañías al mercado internacional: la cuota de funciones en el extranjero creció del 1,2% en 2011 al 18,2% en 2015.
Los datos pertenecen a una auditoría encargada por la asociación Emprendo Danza, que agrupa a las principales compañías del sector en España, para realizar un diagnóstico preciso de la profesión. Del anuario que elabora anualmente la Sociedad General de Autores de España (SGAE) se extraen conclusiones similares. Todos los indicadores se han desplomado desde 2008: el número de funciones ha descendido un 55,6%, el de espectadores ha caído un 47% y la recaudación ha bajado un 54,7%.
Pero hay un dato que llama la atención. Mientras todo se desploma, el número de compañías registradas por el Ministerio de Cultura ha subido de 778 en 2008 a 964 en 2015. ¿Cómo se explica esto? “El sector se ha atomizado. Con el nivel de contratación actual no se pueden pagar los gastos fijos que implica mantener una compañía estable con varios bailarines, así que las agrupaciones se han fragmentado y reducido a la mínima expresión. Por eso predominan los solos y los dúos”, explica Mayda Álvarez, miembro de la junta directiva y portavoz de Emprendo Danza.
El tejido profesional que empezó a gestarse en España en los 90 se desvanece. A los coreógrafos, principal motor de creación de compañías, les cuesta sostener proyectos estables y cada vez más tienen que recurrir a la fórmula de contratar a los bailarines por días. La auditoría del sector demuestra esta tesis: de 2009 a 2015 se disparó la creación de autónomos (del 12,5% al 23,3%) frente a las sociedades limitadas. Los coreógrafos normalmente asumen la primera inversión y las empresas de distribución actúan después como representantes jurídicos en las contrataciones.
El informe de la auditoría advierte de que la precariedad económica puede pasar factura en el plano artístico. “Difícilmente puede aspirarse a proyectos de calidad cuando los ensayos han pasado a convertirse en un lujo, o el único modo de llevarlos a cabo es fuera de las horas dedicadas a los otros trabajos con los que se sobrevive y, en la mayoría de los casos, al margen de los días de contrato”, señala el documento.
¿Cómo se ha llegado a esta situación? “La crisis ha dado a los programadores de las redes públicas el argumento perfecto para dejar de programar danza. Antes nos contrataban casi por obligación, porque era lo políticamente correcto, pero con los recortes tienen excusa. Prefieren el teatro porque atrae a más público”, resume Teresa Nieto, distinguida con el Premio Nacional de Danza en 2004.
Después de 30 años de actividad, Nieto cerró su compañía el pasado octubre. “Por dignidad y respeto a mis bailarines. No puedo permitir que trabajen por un salario miserable. Estamos volviendo a la situación que había cuando yo empecé en los años 80: nadie programaba danza contemporánea, bailábamos casi gratis, pero poco a poco fuimos abriendo mercado. Ahora volvemos al pasado”, lamenta la coreógrafa.
El sector se ahoga y pide un poco de atención. Pide políticas a largo plazo y escenarios que mantengan una programación permanente de danza (el Mercat de les Flors en Barcelona es el modelo). “Con cada cambio político se borra todo el trabajo anterior. Hay buenas intenciones, no lo pongo en duda, pero muchas iniciativas se interrumpen o ni siquiera se llegan a ejecutar porque el dirigente de turno cambia. Es frustrante”, resume Laura Kumin, directora del Certamen Coreográfico de Madrid desde su fundación hace 30 años y figura de referencia en asuntos de gestión y promoción del sector.
Kumin subraya la necesidad de introducir la danza en las escuelas. “Dentro del horario lectivo. No solo para crear nuevos públicos, sino porque el arte hace pensar”, advierte. Y sobre todo reclama programas de residencia para que los creadores puedan desarrollar sus proyectos con calma. “Pero que sean programas de residencia de verdad, no simples cesiones de espacios a cambio de funciones como suele ocurrir. Solo así se puede desarrollar un verdadero diálogo entre la danza y el público, que beneficie tanto a las compañías como a los ciudadanos del entorno. Las ayudas puntuales son parches”, apunta.
La prueba de que el sistema de residencias funciona son los dos espectáculos favoritos para los Max. Oskara, de la compañía vasca Kukai Dantza, no habría sido posible si esta agrupación no tuviera un convenio de residencia con el Ayuntamiento de Errenteria (Gipuzkoa). Y Caída del cielo, de Rocío Molina, nació en el Teatro Nacional Chaillot de París, que acoge a la bailaora malagueña como artista asociada desde 2015.
“El convenio de residencia que firmamos en 2008 fue un punto de inflexión. Pasamos de ensayar a trompicones, por proyectos, a trabajar todos los días como compañía estable. Gracias a eso hemos podido desarrollar un lenguaje muy personal, que funde las raíces de la danza tradicional vasca con la vanguardia”, asegura Jon Maya, director de Kukai, que actualmente mantiene a siete bailarines y dos personas en la gestión.
En paralelo, Kukai realiza una continua labor de sensibilización en Errenteria: talleres para adultos, visitas a colegios, procesos de creación abiertos al público… Es el modelo que lleva años dando grandes frutos en Europa y que en España también ha sufrido un retroceso por la crisis. El porcentaje de compañías con acceso a programas de residencia permanente o cesión de espacios cayó del 75% en 2009 al 38,5% en 2015. Las cifras cantan.
Babelia
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