El parque del duque alucinado
Deslumbrado por el jardín del duque Orsini, Mujica Lainez quiso novelar el panorama literario de la historia europea del XVI

En el verano de 1958, Manuel Mujica Lainez visitó Bomarzo, un vasto jardín cerca de Viterbo, en Italia, con dos amigos, el pintor Miguel Ocampo y el poeta Guillermo Whitelow. Bomarzo es conocido como "el Parque de los Monstruos". Cuenta la leyenda que, en 1552, el duque Pier Francesco Orsini, enloquecido por la muerte de su mujer, Giulia Farnese, encargó al arquitecto Pirro Logorio una serie de gigantescas esculturas fantásticas. Mujica Lainez quedó deslumbrado por el extraño parque y de regreso a Buenos Aires concibió una novela de aventuras protagonizada por el alucinado duque, en el transcurso de la cual las figuras representadas en el jardín resultarían ser emblemas de personajes y situaciones en la vida de Orsini. Bomarzo fue publicada en 1962; cinco años más tarde, el compositor Alberto Ginastera le pidió a Mujica Lainez que le escribiese un libreto de ópera basado en la novela. La ópera se estrenó en Washington ese mismo año, pero fue prohibida en Argentina durante la dictadura del general Onganía "por atentado a la moral".
Cuando decidió escribir Bomarzo, Mujica Lainez había publicado ya una serie de ficciones históricas, la mayor parte inspiradas en la historia de su país. Sin embargo, con Bomarzo, el escritor se propuso un proyecto mucho más ambicioso: un panorama literario de la historia europea del siglo XVI. Guiado por Orsini, el lector se halla mágicamente presente en la batalla de Lepanto, asiste a la coronación de Carlos I, comparte las intrigas de la corte papal y es testigo de algunos de los eventos artísticos y políticos más importantes de la época, en los cuales el duque tiene un papel protagónico.
A pesar de su sangre aristocrática, Orsini es un excluido: su joroba hace que sus padres lo desprecien y que la mayor parte de sus contemporáneos se burlen de él. Hábilmente, Mujica Lainez hace que las simpatías del lector recaigan en este alienado de la sociedad cuya ambición, sensibilidad y sufrimientos lo llevan, por un febril impulso de sobrevivencia, a imponer sus pesadillas en el mundo que lo rodea. El jardín de Bomarzo se convierte así en una ilustración de los episodios de su vida, y también en una suerte de crónica de ésta. Espejo de sí mismo, Orsini ordena la creación de las abominables estatuas como una suerte de vocabulario espiritual o, como alguna vez lo dijo el propio Mujica Lainez, como "una autobiografía escrita en un sueño".
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