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El mundo nunca es suficiente

La retrospectiva de Pello Irazu en Bilbao invita al espectador a reflexionar sobre los lenguajes escultórico y pictórico

'Formas de vida 304', de Pello Irazu.
'Formas de vida 304', de Pello Irazu.

Por razones inexplicables, el Museo Guggenheim de Bilbao ha mostrado desde su inauguración una severidad especial hacia la obra de los artistas vascos contemporáneos. Y no es porque no haya muchos o carezcan de excelencia; al contrario, salen, metafóricamente o no, de debajo de las piedras, acumulan y amplían herencias (Oteiza), forman colectivos y tendencias críticas. El sentido de ruptura y el vigor exhibido por la “nueva escultura vasca” (Pello Irazu, Juan Luis Moraza, María Luisa Fernández, Txomin Badiola, Ángel Bados) no han sido superados por ninguna otra corriente artística en el Estado español; sólo el conceptual catalán, que explosionó durante los setenta, mantuvo también su natural idiosincrasia para encontrar y desarrollar su propia historia dentro del conocimiento de la tradición.

Esta “tensión institucional” entre la creación vasca y la internacionalidad dota a la obra de Pello Irazu (Andoain, 1963) de un sesgo especial. En raras ocasiones el trabajo de un artista se ha mostrado tan lúcido, tan complejo, tan integrado escénicamente en las salas del Guggenheim, indicio no de complacencia, sino de táctica contra la dicción monumental del edificio de Gehry y su colección de arte norteamericano. Astutamente comisariada por Lucia Agirre, la retrospectiva abarca tres décadas y es muchas retrospectivas posibles, ensambladas, cosidas, filtradas deliberadamente en la atención de un flâneur ideal preparado para recorrer un bulevar/pasillo donde se despliega la obra menor —pinturas, dibujos y collages sobre papel— interrumpida oportunamente por otras de mayor escala, esculturas y fotografías cuyas formas, construcciones y colores se articulan como un subtexto del tema principal: el proceso de búsqueda y hallazgo de un lenguaje que aspira a asimilar la simultaneidad de la percepción a las nuevas formas de la pintura y la escultura, la manera en que ambos formatos aparecen y el mundo personal al que estos signos se refieren.

Irazu emplea el collage como medio de contradiscurso para ordenar historias independientes extraídas de periódicos, o usa fragmentos de materiales sacados del estudio. Para él, se trata de constelar los signos, crear discontinuidades espaciales y juegos transformacionales (Mallarmé), plegarlos unos sobre otros para producir juegos textuales. El resultado no es pintura, ni escultura, ni arquitectura, es lo anti de las tres, o dicho de otra manera, un activador del material, de espacios y espectadores. En este sentido, la mayor parte de las obras seleccionadas son el resultado de la transformación constructiva a la que la pintura queda reducida (postminimal), como un icono medieval cuya materialidad rechaza toda ilusión del mundo real y en su lugar nos conduce a un reino inmanente de soportes y elementos (acuarela, pintura, maderas y cartones, espejos, acero, aluminio, cinta adhesiva) que aparecen conectados, creando un efecto de extrañamiento. Un ejemplo es la pieza Formas de vida (2000), en la que la construcción misma, absorbida en su espacio doméstico, está obligada a seguir siendo virtualidad (planchas y líneas compiten por llamar la atención) activada ópticamente por las relaciones geométricas; o Pliegue 04, una escultura/dibujo en tres dimensiones realizada por Irazu pocos años después de su paréntesis anglosajón (Londres-Nueva York, 1989-1998), un periodo caracterizado por el uso de materiales industriales más ligeros y accesibles, como el contrachapado, plástico, ladrillo y objetos de uso cotidiano. La misma cancelación de la diferencia entre muralismo y tridimensionalidad, pedestal y marco la vemos en las esculturas Intruso (2000), A la parte dormida (1993) y Monumento (2002).

'Sombra', de Pello Irazu.
'Sombra', de Pello Irazu.

Trabajos más recientes, Noli me tangere (2009) y La Anunciación (2014), plantean el espacio del taller y los procesos de producción como una lucha entre las superficies de los módulos que actúan y la distribución del color. Esta búsqueda de lo irreducible explica la centralidad que tiene para el artista guipuzcoano la relación entre pintura y arquitectura: es el mismo panorama, donde sólo existe la fusión de las unidades de planos. No hay nada pesado ni farragoso en ello; al contrario, responde a la consigna de un superagente: el mundo nunca es suficiente.

‘Panorama’. Pello Irazu. Museo Guggenheim Bilbao. Hasta el 25 de junio.

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