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sillón de orejas
Columna
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Sorpresas y estilos tardíos

McEwan y Swift son dos de los novelistas británicos que me han dado más satisfacción en los últimos años

Manuel Rodríguez Rivero
John Malkovich, en 'Desgracia', de Steve Jacobs.
John Malkovich, en 'Desgracia', de Steve Jacobs.

1. Criada

De aquel brillante e irrepetible dream team de novelistas británicos surgidos en los ochenta (por nacimiento: Barnes, Rushdie, McEwan, Swift, Amis e Ishiguro), los que a lo largo del tiempo me han dado más satisfacciones como lector han sido McEwan y Swift. Estos días ando de suerte: tras haber disfrutado con Cáscara de nuez (Anagrama), en la que McEwan vuelve a ofrecer uno de sus tours de force narrativos al contarnos un thriller desde el punto de vista de un (inteligentísimo) feto, he pasado otra tarde estupenda con El domingo de las madres (Anagrama), de Graham Swift, que permanecerá mucho tiempo en mi recuerdo. Su título hace referencia al ya olvidado Mothering Sunday, que se celebra el cuarto domingo de Cuaresma y en el que era tradicional que los señores dieran permiso a sus sirvientes para que festejaran a sus madres. Lo que pasa es que Jane Fairchild, la criada huérfana que protagoniza esta genial novela corta, no tiene a quién festejar. Una providencial llamada telefónica (estamos en 1924: justo el año en que acaba la serie Downton Abbey, con cuyo contexto tiene tanto que ver esta historia) le “ordena” acudir a un placentero encuentro clandestino con el señorito Paul Sheringam, con el que la joven mantiene una relación secreta desde hace siete. Bien: ese día de las madres será fundamental para la posterior evolución de Jane. Un trágico suceso (es decir, un hecho excepcional que, mezclado con la historia de amor, justifica el subtítulo inglés de ‘Romance’) va a ocasionar un drástico cambio en la vida de la criada. De sentirse una especie de “fantasma” destinada a reproducir su destino (“no ver nada, no oír nada, mantener la boca cerrada”), Jane, que disfruta en sus ratos libres leyendo romances de Stevenson o Conrad que obtiene en la biblioteca de sus amos, se convierte en una “observadora profesional de la vida” de los otros y descubre que “las palabras eran como una piel invisible que envolvía al mundo y le conferían realidad”. De ese modo comienza una triunfante carrera como novelista. A los 98 años y después de haber escrito 19 novelas, la antigua criada habla en voz alta (pero no dice todo: la novela abunda en elipsis repletas de significado) de aquel lejano domingo en que todo cambió. Contada en tercera persona y en un medido estilo libre indirecto en el que resuenan, como ritornelos (al modo de Marías), determinados motivos, esta historia (casi) feminista de amor y superación dotada de gran intensidad erótica está a la altura de otras obras maestras del propio Swift como El país del agua (1983) o Últimos tragos (1996).

2. Familia

Quizás el error implícito en el general desconcierto que provocan los dos últimos libros de J. M. Coetzee estribe en considerarlos alegorías de algo que nadie se atreve a nombrar; y es que, del mismo modo que, a menudo, los árboles impiden al caminante sentir la profundidad y extensión del bosque, la sospecha de un sentido escondido puede frustrar la necesaria empatía del lector con el texto. En Los días de Jesús en la escuela, la secuela de La infancia de Jesús (2013; ambos en Random House), reaparece su trinidad protagonista: David, el niño; su madre, Inés, y su padre adoptivo, David. Ahora, con el precocísimo, preguntón y exasperante niño en edad escolar, la “familia” se ha trasladado de Novilla a Estrella con sus escasas pertenencias, incluyendo El Quijote en que David aprendió a leer. Por lo demás, la novela responde tanto a ese “estilo tardío” desprovisto de florituras al que se refería Coetzee en su correspondencia con Auster (Aquí y ahora 2008-2011, Anagrama & Mondadori) como a aquel desiderátum de Flaubert de escribir un libro que solo se mantuviera por la fuerza de su estilo. Mediante un lenguaje desnudo y filoso, Coetzee somete la narración a una dramática depuración de la sustancia de sus elementos: los personajes no son del todo tales, aunque seguimos reconociéndolos por lo que dicen y hacen, la anécdota se adelgaza (aunque hay un asesinato), la descripción no existe, y los diálogos, verdadero meollo de la historia, recuerdan más a los de Platón que a los de Henry James. Y, a pesar de todo, la novela no solo se sostiene, sino que se apodera del lector que consigue superar su desconcierto ante un insólito universo narrativo. Uno tiene que relativizar los nombres (los Arroyo —en alemán Bach—, propietarios de la Academia en la que David aprende la danza de los números, se llaman Juan Sebastián y Ana Magdalena), las pistas (simbólicas) falsas e incluso ese Jesús que nunca aparece para poder sumergirse en lo que se nos propone. Y el resultado, como en La infancia de Jesús, no decepciona a quienes consideramos al autor de Desgracia (2003; el mismo año en que obtuvo el Nobel) uno de los grandes maestros de la novela de nuestro tiempo.

3. Patria

Con unos 170.000 ejemplares vendidos hasta la fecha, nadie duda de que Patria, de Fernando Aramburu, se ha convertido en el gran fenómeno editorial de los últimos meses. Más allá de las consideraciones críticas (mayoritariamente unánimes) y de las reticencias de la izquierda abertzale, el libro no cesa de leerse y discutirse. Marcial Pons, cuya colección de historia sigue en vanguardia, acaba de publicar un libro crucial para el debate sobre el contexto moral y social de la violencia en Euskadi: Misivas del terror, editado por Izaskun Sáez de la Fuente Aldama, analiza, a partir de las cartas de extorsión enviadas por ETA a los empresarios vascos, el entramado (incluyendo las autojustificaciones y el papel de los “mediadores” en la financiación del terrorismo) de prejuicios, complicidades y chantajes que formaron parte esencial de la violencia durante los años de plomo.

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