Presentado un libro inédito de cuentos ilustrados del cantautor Labordeta
El zaragozano escribió esos relatos en los sesenta y están acompañados de dibujos suyos con bolígrafo rojo
Mujeres enlutadas, cierzo, inviernos feroces, soldados que cantan “ebrios de guerra”, porque “el odio de sus ojos invadía todos los espacios y querían evitarlo”, vendedoras de flores que mueren en el parto de un hijo sin padre, broza, trenes que huyen “por las luminosas estepas” y andenes llenos de “todos aquellos que no sirven para morir en los frentes”. Cuando se encuentran unos papeles de un escritor muerto no aparece sólo celulosa vieja y tinta descolorida, sino mundos familiares, decenas de personajes que recuerdan a otros, que se ponen en marcha y caminan y fuman y comen y hablan entre sí como si su autor acabara de crearlos. En el caso de José Antonio Labordeta (1935-2010), sus papeles llevan olor de brasa, de olivo, de humedad de posguerra y otras tristezas.
Son 53 páginas mecanografiadas tituladas Paisajes queridos, con las eses del plural añadidas en bolígrafo rojo, que llevaban en una caja desde 1963 y que en abril serán publicadas por la Fundación José Antonio Labordeta y la editorial Libros del Gato Negro en una edición a cargo de Antonio Pérez Lasheras, profesor de la Universidad de Zaragoza y experto en la obra del autor aragonés. Una colección de cinco relatos donde ya se despliegan todos los temas de su producción posterior, tanto en sus canciones como en su poesía y sus novelas y ensayos, así como en el programa de televisión que lo convirtió en un icono, Un país en la mochila, y que a su viuda, Juana de Grandes, le gusta resumir así: “Cuando le diagnosticaron el cáncer, el médico le dijo que el 80% de los casos se curaban, y José Antonio respondió: ‘Pues me acaba de joder, porque yo siempre voy con las minorías”.
Más que de minorías, su literatura habla de márgenes. Sobre todo, de márgenes rurales, y estos primeros relatos, que no llegaron a publicarse por alguna razón desconocida (ya que estaban terminados, mecanografiados, corregidos y listos en apariencia para la imprenta), muestran a un escritor preocupado, casi podría decirse que obsesionado, por el abandono y la decadencia del campo aragonés, duro y áspero, donde nació. Con una prosa seca y a la vez lírica, que evoca a César Vallejo, levanta cinco piezas sencillas que, tras un barniz costumbrista, contienen un dolor desesperado por un mundo que se extingue y a cuya extinción asiste. El joven Labordeta, con 27 años, desconocido aún y casi inédito, con un solo poemario en su producción, quiere dejar constancia de etnógrafo y, al mismo tiempo, protestar.
Ahí están los braceros del olivar, esos olivos de Teruel tan presentes en sus canciones posteriores: “Con diarios viejos envuelve la rastra y la mete entre las brasas. Allí poco a poco el papel se va untando en aceite. Alguna mujer empieza a comer. Bacalao con tomate y, entre trozo y trozo, olivas. Olivas que ha ido eligiendo mientras su cuerpo se arrastraba por el suelo y sus dedos sentían todo el dolor de la escarcha”, se lee en el segundo de los relatos, titulado El tajo.
“No se nombran los pueblos ni se identifican los paisajes, pero puedes verlos, los reconoces, esos baldíos, esas bodegas… Son pinceladas, con esa tosquedad tan suya que a la vez es tierna, y esa ironía dulce que tenía”, explica Paula Labordeta, hija del cantautor y miembro del patronato de la fundación que custodia su legado, presidida por su viuda. “De entre todos los papeles de mi padre, estos cuentos, que llevan unos dibujos en las portadillas de cada pieza, son los más acabados, por eso hemos decidido empezar por ellos, pero en el archivo hay un montón de material inédito, decenas de manuscritos, poemas, canciones, textos diversos… Mi padre escribía muy rápido y no miraba atrás, nunca retomaba algo a medio hacer. Por suerte, mi madre se encargó de guardarlo todo, y poco a poco iremos sacándolo, con la ayuda de Pérez Lasheras y, hasta septiembre de 2016, de Luis Ballabriga, que falleció”.
Sus amigos le llamaban el Abuelo, y su figura trasciende su obra. Convertido en uno de los mitos del Aragón contemporáneo (la Voz de Aragón, le llamaban algunos) y cronista del éxodo rural, para el público fue, primero, el compositor de un par de himnos de la Transición, como el Canto a la libertad; después, el paseante que recorría los pueblos perdidos en una serie de la tele, y por último, el diputado que mandó a la mierda a los parlamentarios del PP, pero Labordeta fue también un narrador sobrio y sensible desde antes incluso de ser Labordeta.
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