David Axelrod: tambores grandes para el desfile triunfal
La muerte del gran productor de Capitol nos deja sin uno de los grandes visionarios de la música del siglo XX
El productor, arreglista y compositor angelino David Axelrod ha fallecido a los 85 años en Burbank, California, de un cáncer de pulmón. Como sucede a menudo, la gente que al principio te cae como una patada en la hernia son los que serán amigos íntimos con el tiempo (y viceversa). Cuando yo era adolescente, Axelrod era para mí simplemente el señor que en 1967 había agarrado a uno de mis grupos de garaje rock predilectísimos, The Electric Prunes, y les había obligado a grabar un disco de (ojo ahora) cantos gregorianos, lo que le colocaba instantáneamente en la categoría de persona non grata y manoseador de la fórmula 60’s punk que nadie le pidió manosear. Pero eso era entonces (cuando yo tenía acné e iba peinado como un champiñón), y lo otro vino más tarde. Al poco tiempo empecé a cogerle el tranquillo a aquel Kyrie Eleison terrorífico, espectral y litúrgico, que descollaba del Mass in F minor (Capitol, 1968), y que había sido incluido en la BSO de la película de culto Easy Rider. Aquella canción me prepararía para los discos clásicos de Axelrod en la etapa Capitol, que les contaré en un instante. Y luego, ya en los noventa, vino el aluvión del hip hop, que tal vez ustedes, los de la gorra ladeada y el pantalón-pérgola, se esperasen, pero que a mí me pilló con el dedo en la nariz y la mirada perdida.
David Axelrod nació en Los Ángeles en el año 1933. Durante su juventud fue el perfecto malote con origen marginal y andares de chulapo. Su cadena de aprendizaje fue la clásica para alguien de su cuna: boxeador, pandillero, drogata ocasional, con periodo Marine y un buen puñado de peleas en callejones que le costarían el hueso nasal, entre otras cosas. Pero a Axelrod le chiflaba el jazz, y el pianista Gerald Wiggins le enseñó a leer música. Nuestro héroe llevaba puesta la ideal combinación de talento y potra para conseguirse un empleo en alguno de los grandes sellos angelinos, y a los treinta ya era uno de los productores en nómina de Capitol Records. Sus primeros hits como productor y arreglista fueron el Mercy mercy mercy de Cannonball Adderley (en 1966) y el Dead end street de Lou Rawls. Conviene detenerse un instante en el segundo, porque es el tiesto donde florecería lo que conocemos como estilo Axelrod. Rawls era conocido por ser un proficiente intérprete negro de pop comercial y jazz no cacofónico, algo MOR (ni chicha ni limoná) y para todos los públicos. Dead end street era otro tipo de animal. Una especie de spoken word torcido con batería profunda que desemboca en despiporre bailongo, y que situaría al cantante en una nueva liga, mucho más soul, callejera y dura. Axelrod aún no da rienda suelta allí a todos sus delirios rococó, pero Dead end street es, claramente, la piedra donde edificaría su iglesia. Son las baterías. Fíjense en ellas. Ese aporreo de cadalso, trepidante y cardiovascular, que suena siempre en sus producciones, y que te da ganas de desfilar por avenidas con paso marcial y la barbilla tiesa.
Axelrod ya es, en 1967, uno de los arquitectos estrella de Capitol, y el sello le manda meter mano a Music: a bit more of me del actor David McCallum, por aquel entonces archifamoso gracias a su papel de agente ruso en la serie de TV The man from U.N.C.L.E. De esa colaboración saldría un disco rarísimo, excepcional en la sección de álbumes de actores, donde McCallum no solo no canta sino que aporta oboe y concepto musical (mano a mano con el gran HB Barnum), y del que asimismo protubera como un chichón el tema The Edge. The Edge sí lleva la definitiva marca de agua heavy Axe: tamborileo peplum (inevitable visualizar gladiadores, o Césares pasando a cuchillo a media Galia), atmósfera cinematográfica, sección rítmica de proto-funk hondo, percusión marcapasos, con batería pausada, de andares fumetas. Los Freak Brothers marchando con la V legión. Con los años este tema sería sampleado en el hip hop hasta el aburrimiento: Dr. Dre y Snoop Dogg en The Next Episode (2000), y la carrera entera de DJ Shadow, quien (como él mismo admite) jamás habría salido de casa si no hubiese existido The Edge.
Llega 1968 y hallamos a The Axe llevando a piñón a los pobres The Electric Prunes, músicos competentes y excitantes fabricantes de garaje psicodélico de calidad, que sin embargo no estaban en absoluto listos para a) pasarse a los himnos cristianos y b) tocar aquel endiablado minarete de violonchelos y tubas en directo. Mass in F Minor (Capitol, 1968) sería el tercer elepé de The Electric Prunes y su churrigueresca orquestación hundiría al grupo, que solo logró tocarlo una sola (y catastrófica) vez ante una abucheante audiencia. Llegaron a los camerinos ya disueltos. Es, asimismo, un disco sensacional, si a uno (como es mi caso) le gustan los cantos litúrgicos turbadores con un montón de arreglos de cuerda y ecos de refectorio. Y una portada que es más Barry White que Gregorio XIII.
A Axelrod lo de la disolución de los abatidos Prunes le importó un bledo, por cierto. Era un tío educado en las calles y con un aguzado instinto de supervivencia. Axelrod simplemente contrató a unos cuantos músicos de estudio intachables (gente de la Wrecking Crew como Carol Kaye o Earl Palmer) y grabó el siguiente disco, en la misma onda y conservando, tan pancho, el nombre de The Electric Prunes. El álbum se llamó Release of an Oath (Capitol, 1968), estaba inspirado en la plegaria aramea (Kol Nidre) que da inicio al Yom Kippur y es un disco conceptual: trata de un penitente que busca romper un juramento realizado bajo amenazas. No es el “Woolly woolly”, como ven. El primer pladur que puso DJ Shadow en su casa, décadas después, fue gracias a este álbum. Beatnuts, Quasimoto y Black Moon, entre otros, saquearon las bases del disco para sus canciones. Conviene escuchar “Holy are you” atentamente, pues es una chifladura de cosa: un canto a Dios supurante de arreglos más dramáticos (histéricos) que el final de El Planeta de los simios, con cuerdas desatadas y barrocas, crescendos majestuosos y una batería bum-bum-bum que ya la querrían para sí unos cuantos galeotes desanimados. Mis hijos utilizan la palabra “épico” para hablar del videojuego Clash Royale, pero si alguna vez ha podido usarse la palabra con fundamento es aquí.
Gracias a Release of an Oath Axelrod obtuvo carta blanca en Capitol, y podría haber sacado una ristra de álbumes de muñeiras-rock. Cosa que, de hecho, casi hizo. El trío de discos que sacó a continuación, Songs of Innocence (68), Songs of experience (69) y Earth rot (70), son, por este orden, dos discos de homenaje a las pinturas y poesías místicas de William Blake, y un tercero que hace canción eco-protesta a base de trombones. Tres elepés exagerados y delirantes, y por eso mismo fantásticos. De nuevo, la lista de sampleadores-con-alevosía es larga. Lil’Wayne compró la mayoría de su joyería y complementos tras utilizar un corte de la mejor canción del Songs of Innocence “(“Holy thursday”) y desvariar bastante encima de ella con su voz cazallosa, llamando al resultado “Dr. Carter” (en Tha Certer III, del 2008). “Holy thursday” es algo insólito, cualquier parecido con el rock pura coincidencia: una retumbante cantata de viernes santo con la que solo es posible marchar a lo flagelante o conquistar una ciudadela rebelde. Cuando abren el arca en el primer Indiana Jones esto es lo que debería haber sonado de fondo. El lugar donde el pop pierde su nombre.
Desde aquí, y pese a que uno podría asumir que Axelrod había amontonado pingües beneficios de su carrera como productor, todo fue cuesta arriba. Debió juntarse lo de que sus discos en solitario no eran precisamente comerciales (no imagino el Holy Thursday sonando en autocines), que jamás eran “en solitario” de verdad (porque Axelrod requería a veces veinte músicos de pago para realizar sus visiones) y que en los 70 se puso de moda la música disco más hedonista, arrinconando definitivamente su verbosa épica percusiva. Una costosa enfermedad de su mujer agravó las circunstancias, dejando a nuestro hombre al borde del desahucio. Ah, y está también lo de sacar el Messiah de Handel en rock (para RCA, en 1971), que no se antoja la idea más hit que alguien ha podido tener en la música popular.
Pero entonces llegó el hip hop, y nadie le estuvo más agradecido que David Axelrod. De no comerse una rosca pasó a ser uno de los secretos discográficos más deseados del sonido emergente. Sus producciones se fusilaron hasta tal punto que Stateside acabó sacando en 1999 un doble álbum recopilatorio del mejor Axelrod (1968-1970 An Anthology) que fue un éxito sonado (yo trabajaba en una tienda de discos londinense cuando apareció, y se vendía como churros). James Lavelle, el hombre de Mo’Wax, para quien Axelrod era lo más parecido a una divinidad en la tierra, le encargó producir el remix de UNKLE con Thom Yorke (Radiohead) Rabbit in your headlights y de guinda le sacó un disco homónimo (David Axelrod, Mo’Wax 2001) con restos entallados de composiciones 60’s. Incluso el tardo-iluminado de Richard Ashcroft utilizaba el Holy are you como canción de intro en conciertos de Verve, y apareció en el Royal Festival Hall en el 2004 cantándola junto a Axelrod (y siete millones de violinistas), en una de las últimas apariciones públicas del productor. Su muerte nos deja sin uno de los grandes visionarios de la música del siglo XX.
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