La vertiginosa crítica institucional
¿Se está agotando la práctica de cuestionar el museo desde dentro del museo?
En 1989, el ICA de Londres —cuna de los inicios del pop y de otras vanguardistas puestas en escena— inauguraba una muestra que congregaba en sus habitaciones destartaladas al público variado de la escena artística londinense más cutting edge y a los fieles pobladores del lugar entonces, que iban a comer ensalada de lentejas. La ciudad era aún un sitio de referencia en la contracultura y la exposición llegaba al ICA desde el Pompidou de París, donde había abierto en febrero, en homenaje algo retrasado a los 20 años de Mayo del 68. La muestra asombró a muchos, pues no se trataba de una exposición al uso. Dentro de las vitrinas, colgados en las paredes como si de “alta cultura” se tratara, los “papeles” de la Internacional Situacionista (IS) de Guy Debord inauguraban un tipo de exhibición donde se exponía el resto, lo que queda cuando se ha extinguido lo relevante; documentos de unas acciones que, bien visto, habían sido pensadas justamente contra la institución arte y hasta contra el museo; contra la cultura establecida en general o, por lo menos, completamente al margen de ella.
Pero lo más insólito no estaba ocurriendo en Londres. Por esos mismos meses, la memorabilia de Malcolm McLaren —joven expulsado de media docena de escuelas de arte y animador del punk tras la estela de la IS— protagonizaba una muestra en el New Museum de Nueva York: Impresario: Malcolm McLaren and the British New Wave. También en aquellas salas se volvían a extender los pedazos de historia que, así, museados, adquirían un aspecto de respetabilidad estrambótico. Y, pese a todo, parecía emocionante: por fin los movimientos radicales, al margen, encontraban su lugar en el relato. Parecía que las obras más combativas asaltaban los museos, donde se empezaba a respirar un aire más fresco. Quizás la imaginación había llegado al poder, como proponía el Mayo del 68. Incluso la Royal Academy coqueteaba con la idea de exponer la memorabilia de McLaren, a quien se invitaba a dar una conferencia en el Royal College of Art. Frente a la sala abarrotada de jóvenes, su repuesta fue provocadora y contundente: “¿Qué queréis saber? No tengo la respuesta”.
Causa cierta melancolía que cada vez escasean más los punkis protestando a las puertas de los museos
Aquellos jóvenes querían saber qué había pasado con los museos, en los museos, pues junto a los clásicos qué y cómo se había instalado otro concepto: el dónde. Pero si McLaren era el codificador de la frase Cash from Caos (pasta del caos); si uno de los miembros de la IS, Raoul Vaneigem, pensaba que con la subversión de lo impuesto se descubría “un mundo de placeres para ganar y nada que perder salvo el aburrimiento”; si debajo de las aceras estaban las playas, ¿qué demonios hacía todo ese material documentalizante, subversivo y pensado contra la institución y el “arte” mismo expuesto, museado, fetichizado, desactivado? Tal vez por eso, en la inauguración de la muestra londinense, un grupo de punkis protestaban fuera contra la institucionalización de la IS. Un año después, en 1990, Robert Hewison comentaba optimista: siempre habría unos punkis fuera, protestando por la entrada de otros punkis a la institución.
Hoy, es rutina la musealización de demasiadas cosas pensadas como contestación a las instituciones. Hemos diseñado un aparato capaz de musear sin medida y, aunque no sé si está bien o mal, merece la pena plantear la pregunta, incluso si, como McLaren, carecemos de respuesta. Lo que causa cierta melancolía es que cada vez escasean más los punkis protestando a las puertas de los museos. Quizá la protesta se ha instalado confortablemente en las salas, amparada bajo la vertiginosa etiqueta “crítica institucional”. Pero ¿sigue siendo crítica cuando se instala en las salas del museo? ¿No suena la historia a histeria, como dijera Baldessari? ¿Tenemos derecho a exhibir cualquier “documento” y, de ser así, es necesario buscar nuevos modos de display que no acaben por homologar el “material subversivo” al “arte”?
Lo pensaba al recorrer la exposición de Marcel Broodthaers primero en el MoMA y luego en el Reina Sofía. Así, juntas en el museo, sus fascinantes propuestas volvían a despertar en mí una profunda nostalgia: no sé si es lícito musear en un montaje impecable esas obras en esencia pensadas como parodia de la institución. Igual sí por aquello de Foucault: terminada la época de las grandes revoluciones, al sistema hay que minarlo desde dentro. También es posible que no se le mine ni un milímetro y que el “arte político” a la carta no deje lugar a dudas: a pesar de las apariencias, hace mucho que el sistema ha ganado la partida. Lo recordaba el propio Hewison parafraseando a Andreas Huyssen: “Después del 68, la imaginación no llegó al poder. En lugar de eso, se construyó el Centro Georges Pompidou”. Es lo que hay.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.