Desde el cambio de siglo, comisarios como Nicolas Bourriaud o Massimiliano Gioni y artistas como Rirkrit Tiravanija se convirtieron en intérpretes principales de una escena artística que se resistió a morir. Con sus trabajos, galerías, bienales y museos, expandieron sus funciones como comedores sociales, pistas de baile, cámaras de gas, pasarelas de moda y platós. A medio camino entre instalaciones públicas, performances y archivos privados, estas estructuras funcionaban como inventarios de imágenes y textos encontrados que llevaban los conceptos de originalidad y autoría al límite. En algunos casos resultaban de una banalización pueril, una malinterpretación de la tradición dadaísta y las estrategias críticas con la institución.
Alicia Framis (1967) adopta estas estrategias. Su trabajo se centra en la falta de comunicación entre los individuos, la explotación laboral y la discriminación de las minorías. Su habitación de los libros prohibidos es un no-lugar convertido en archivo fáctico y ficticio de 200 libros con una cubierta negra donde se explica el motivo de la censura. El público está invitado a viajar por los submundos idealizados, escoger el Cándido de Voltaire o los escritos de Giordano Bruno, Simone de Beauvoir o George Eliot, leerlos en silencio o en compañía. Hoy, la lucha entre el totalitarismo y los hombres/mujeres-libro de Fahrenheit 451 (1966) produce la falsa sensación de un intercambio social que busca rellenar las grietas de nuestras democracias inacabadas, cuando en realidad la mayoría de los canales de comunicación del arte con la vida ya han sido manipulados.
La habitación de los libros prohibidos. Alicia Framis. Blueproject Foundation. Barcelona. Hasta el 14 de mayo.
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