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Almas perdidas

Atticus Lish firma una cruda novela sobre el mundo urbano más sórdido que necesita depuración. Su larga extensión opaca su escritura y sus extraordinarios personajes

Viandantes en el puente de Brooklyn de Nueva York en 2010.
Viandantes en el puente de Brooklyn de Nueva York en 2010.NATALIE BEHRING (Reuters)

El realismo sigue siendo el modo de escritura imperante, como si buscara reafirmarse ante otras corrientes o la narrativa estuviera atascada a tal extremo que el recurso del realismo fuera la única isla en la que refugiarse mientras se disipa el tiempo tormentoso. Y esta novela de Atticus Lish pertenece al realismo sin duda alguna, un realismo crudo, sucio, cutre, que no ahorra una línea en la descripción de la miseria vital y moral de dos almas condenadas.

Skinner es un excombatiente de la guerra de Irak, tocado de la cabeza por la tremenda experiencia sufrida, un hombre que trata de mantenerse cerca de lo que pudieron constituir en su día sus valores, pero al que sus fantasmas asedian y se niegan a restituirle la cordura, un hombre siempre al descubierto ante lo imprevisible de sus actos. Zou Lei es una musulmana de origen chino, perteneciente a la etnia uigur, lo que la mantiene en una perpetua extrañeza incluso con la gente de su religión o nacionalidad. Ha entrado en Estados Unidos por la frontera mexicana tras un penoso periplo y sobrevive malamente en Nueva York en oficios mal pagados, explotada y con la amenaza de la expulsión del país.

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Estas dos almas perdidas se encuentran en un momento determinado y surge entre ellos no tanto un amor como la necesidad de protegerse y confiar el uno en el otro. Es un amor real y emocionante sostenido por la precariedad y la falta de horizontes, a los que tratan de dirigirse con una ciega esperanza. El modo en que cada uno se convierte en referencia para el otro es intenso y emocionante, y su lucha por mantenerse cerca, por evitar que los devore la realidad, es heroica.

Avanzada la novela, aterriza en ella un tal Jimmy el irlandés, un exconvicto que no sabemos qué pinta en la historia hasta que unos cuantos capítulos después descubrimos que es el hijo bala perdida de la mujer que tiene alquilado el sótano de su casa a Skinner. Jimmy es un duro, racista, sin oficio ni beneficio, un delincuente de poca monta. El triángulo está servido, el enfrentamiento de los dos hombres también. Zou Lei parece condenada a convertirse en un daño colateral de ese enfrentamiento.

El realismo de la novela presenta novedades. La descripción de ese mundo urbano sórdido y pobre se convierte en una interminable retahíla de objetos, personas, calles, caminatas de kilómetros por la ciudad, etcétera. Es una acumulación enumerativa que, sin embargo, con un lenguaje preciso, va dando cuenta de la miseria y posee una notable eficacia. El problema está en la eficiencia, pues la acumulación se repite tanto que resulta agotadora: es decir, el modo es efectivo, sí, pero es abrumador. Lo que tiene de atractivo y nuevo (el uso del abuso) diluye el interés (que no el dramatismo que impregna, sobre todo, el último tercio).

Atticus Lish es hijo del granéditor (acentúo la palabra para distinguirle del convencional editor o publisher) Gordon Lish. Yo me permito creer que su padre habría metido la tijera. Atticus Lish es (y será, sin duda) un gran novelista. En esta primera obra, la obsesión por acumular páginas tan grata a tantos novelistas americanos, sobre todo a los posmodernos y sus epígonos, opaca un tanto su escritura y no apoya suficientemente a sus extraordinarios personajes. Sus ojos para seleccionar el paisaje urbano y la gente que lo puebla es excelente, ahora tiene que depurar esa mirada tan apoyada.

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Autor: Atticus Lish. Traducción de Magdalena Palmer.


Editorial: Sexto Piso (2016).


Formato: tapa blanda (520 páginas).


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