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TEATRO

Cien años de una familia vasca marcada por el silencio

El dramaturgo Borja Ortiz de Gondra lleva al teatro los secretos que han estigmatizado su propia vida

Rocío García
Una escena de 'Los Gondra (una historia vasca)', en el Centro Dramático Nacional.
Una escena de 'Los Gondra (una historia vasca)', en el Centro Dramático Nacional.

 ¿Por qué y cómo se cuentan los cien años de historia de una familia marcada por secretos nunca desvelados? Aquellos de la familia Gondra, del dramaturgo vasco Borja Ortiz de Gondra, obsesionado desde siempre por sacar a la luz el misterio de la tragedia familiar que arranca una noche de abril de 1874 en un caserío de Algorta. ¿Qué pasó aquella noche entre los dos hermanos? ¿Porque faltan algunas fotos en el álbum familiar? ¿Por qué escondían sus abuelos una cesta de pelotari vasca en un armario que habían traído de Cuba en el siglo XIX? Bajo la sombra implacable y poderosa de un frontón, el odio y la culpa, el perdón y el olvido, serpentean por esta historia viva de violencias que recorre las guerras carlistas, el desastre de Cuba, la posguerra española o el terrorismo etarra.

El arrebato personal, sereno pero decidido, de Borja Ortiz de Gondra (Bilbao, 1965) de bucear en los porqués de tanto silencio familiar alcanza su dimensión mayor al decidir contar y confesar en público todo este mundo oscuro y poco complaciente. Los Gondra (una historia vasca) se estrena en el Teatro Valle-Inclán, del Centro Dramático Nacional, en un montaje dirigido por Josep Maria Mestres (Barcelona, 1959) y protagonizado por un elenco de once actores (Pepa Pedroche, Sonsoles Benedicto, Marcial Álvarez, María Hervás, entre otros)  que dan vida a más de 30 personajes para recorrer de adelante a atrás, y en tres fechas muy señaladas, cien años de violencia en el País Vasco a través de una familia.

Es el propio autor el que, al inicio de la función, se presenta al público y cuenta que el 12 de mayo de 2015, el mismo día que cumplía 50 años, su madre le llamó a Nueva York, donde residía entonces, para anunciarle la muerte de su hermano Juan Manuel. Tras un año bloqueado, indagando en los papeles perdidos de sus antepasados, decidió dar vida a todo lo que le bullía en su interior, a todas aquellas muertes y misterios ocultos en un armario perdido para siempre. “Nuestro silencio también mata”, clama Borja Ortiz de Gondra para dar, así, inicio al montaje.

Todo empieza también un 12 de mayo de 1874, en las guerras carlistas, cuando un acto violento se cierne sobre la vida de los dos hermanos Gondra y da origen a toda la saga familiar. “Ese día, que coincide con mi fecha de nacimiento, algo sucedió entre mi tatarabuelo y su hermano que arrastramos desde entonces. Unos silencios en los que nadie es capaz de mirar al otro y pedirle perdón. El silencio nos hace siempre cómplices”, explica el autor que ha acometido esta historia íntima, huyendo del psicodrama y la acritud.

La mirada es muy crítica pero llena de respeto y comprensión. “Los escritores somos muy mentirosos”, advierte Ortiz de Gondra, “por ello no todo lo que se cuenta es necesariamente verdad. Es una obra que yo califico de autoficción. Lo que he tratado es de reconstruir lo que nadie quiso contar. Esta familia es la mía, pero puede ser cualquier familia vasca. He pretendido ser muy íntimo, pero al mismo tiempo muy universal”, añade el dramaturgo que buscó la complicidad de Josep Maria Mestres, con el que ya había trabajado en otras dos obras, para llevar a la escena este drama. “La identidad, el sentido de pertenencia a una tierra, las confrontaciones familiares, la necesidad de respirar libres de un pasado y una tradición a veces demasiado pesada, son temas universales que nos atañen a todos. Todos necesitamos saber quiénes somos”, explica el director en un encuentro con el autor.

Relatos reales desde la ficción

La obra teatral de Ortiz de Gondra coincide con la aparición de dos libros, Patria, de Fernando Aramburu, y El comensal, de Gabriela Ybarra, que indagan también en la violencia en el País Vasco. "La historia con mayúsculas cuenta los hechos pero la historia no puede contar los sentimientos de las personas. Estamos en un momento, en el que la ficción nos permite contar como hemos vivido esos hechos. Estas obras nos permiten llegar al corazón de las personas y armar relatos que nos van a ayudar a entender desde la mentira de la ficción la verdad de nuestras vidas".

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