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ARTE

El cine en candilejas

Una muestra en Barcelona rastrea los vínculos del séptimo arte con la pintura o la fotografía

Décollage (1966), de Mimmo Rotella.
Décollage (1966), de Mimmo Rotella.

La exposición más familiar de este invierno en Barcelona es una macropelícula de películas, una interminable mescolanza de elementos, objetos, imágenes fijas y en movimiento aptos para un público no muy exigente que, a cambio, se llevará pequeños tesoros de la imaginación. CaixaForum exhibe un desmontaje de más de 100 años de arte visual con fragmentos que esperan a ser separados unos de otros y vueltos a montar. Un Mnemosyne para los que creen que el cinematógrafo fue un invento genial a la altura de la penicilina o Internet. La muestra Arte y cine es puro encantamiento si se la recorre con ingenuidad; al contrario, produce un disgusto colosal, por su apelación a la historia del arte, pues en su efecto vela lo que pretende destacar.

La exposición es puro encantamiento si se la recorre con ingenuidad; al contrario produce un disgusto colosal

Mostrar los vínculos del cine con el resto de las artes y sus influencias mutuas es el propósito de esta exposición organizada con los fondos de la Cinémathèque Française, a los que se suman obras procedentes de colecciones públicas españolas y francesas. La tesis es que el cine se puede exponer: la tecnología digital, que ha hecho posible la reproducción de las películas a una altísima calidad, permite establecer relaciones inéditas con el arte cinematográfico. Sin salir de casa y únicamente con un vídeo o un ordenador, se puede disfrutar de un filme y analizarlo al detalle como si leyéramos un libro. Según los organizadores de la muestra, el fragmento de una película es equivalente al detalle de una fotografía o de un cuadro. Por la misma razón, el tenebrismo en un filme de Jim Jarmusch es una interpretación de los cuadros de Caravaggio, y las visiones del aislamiento social americano en las pinturas de Hopper nos transportan a los extraños espacios de De Chirico o a los desiertos rojos de Antonioni. La insondable claridad narrativa de Chaplin sería cualitativamente la de un Picasso. Así, la piedra Rosetta de la comunicación de masas, ese gran factor social que cabe tanto en un iwatch como en una sala a oscuras, sobrevive a sus propios temas convirtiéndose en puro espectáculo posmoderno.

Disco de zootropo diseñado por Stéphane Dabrowski (1870).
Disco de zootropo diseñado por Stéphane Dabrowski (1870).vegap

En CaixaForum el cine también se expone como si hubiera pasado por una sauna purificadora, encapsulado confusa pero disciplinadamente en habitaciones separadas por decenios. Asistimos a las bodas entre los pioneros de la imagen en movimiento y los artistas plásticos como si viajáramos en un vagón de tren por cuya ventanilla desfilan las estampas más inesperadas: los experimentos fotográficos de corrientes de humo hechos por el ingeniero y fisiólogo Étienne-Jules Marey y los polioramas panópticos de Pierre Henri Amand sostienen un diálogo maniático con las pinturas de Juan Uslé y los desnudos masculinos de Marià Fortuny; las pinturas de Monet son los espejos de los fotogramas de los hermanos Lumière; Picabia y Duchamp entablan un pugilato mortal con las serigrafías de Hans Richter y Oskar Fischinger; las películas de Val del Omar y Joseph Cornell se dan de tortas con las videoproyecciones de Óscar Muñoz; y los filmes de Godard se pierden en las derivas de Guy Debord. Sin olvidar a Éric Rohmer y a James Rosenquist, quienes habrían concedido a sus trabajos el lujo, la calma y la voluptuosidad de Matisse. Son algunos ejemplares extraídos del gran supermercado de la historia del arte.

'Rotorelief' (1935), de Marcel Duchamp.
'Rotorelief' (1935), de Marcel Duchamp.vegap

Si no fuera por algunas coqueterías de comisario, Arte y cine tendría el grado de refinamiento de esas muestras palpitantes donde la ambición nunca es el problema. Pero ya estamos advertidos. Con todo, la mayoría de las obras sostienen con suficiencia las afirmaciones órficas de un medio que nunca perderá su adjetivo de vanguardista. Los más escrupulosamente tiernos son los carteles de cine —Jean Burkhalter para L’Inhumaine (1924) con textos de Adolf Loos, Ródchenko para el Cine-Ojo de Vértov, Jean Harold para los filmes de Cocteau—, algunas peliculitas — El pintor neoimpresionista (1910), de Émile Cohl— y dibujos —los retratos de Eisenstein y Charlot (1926), de Serguéi Yutkévich, o las litografías de David Lynch para Sueño Potemkim—. Modestas pero insistentes, son en sí mismas obras de arte sin tener que someterlas a ningún principio de subsidiariedad.

Arte y cine. 120 años de intercambios. CaixaForum. Ferrer i Guardia, 6-8. Barcelona. Hasta el 26 de marzo de 2017. Comisario: Dominique Païni.

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