Rebeliones y autoayudas
Una de las ventajas de Internet y de las grandes enciclopedias online gratuitas es que permiten expurgar a las bibliotecas, librándolas de peso muerto y antiguo
Levantamientos
Llegué a París (“postal del cielo / firmada por el Sena”, se burlaba Blas de Otero en un poema-epigrama de Con la inmensa mayoría) a tiempo de ver en el Jeu de Paume la oportuna muestra Soulèvements (levantamientos), ideada y comisariada por el filósofo e historiador del arte Georges Didi-Huberman: una sugerente reflexión, desde las imágenes, sobre lo que (nos) levanta, lo que nos subleva: gestos, elementos, palabras, conflictos, deseos. Desde ese capricho de Goya, en que los muertos levantan la lápida que los encerraba, hasta fotografías de participantes en la primavera árabe o de los insurgentes de Nuit Debout (“noche en pie”), el último movimiento social y asambleario surgido en Europa. Los tiempos que vivimos, después de tres décadas de forzosa imposición de una prolija y ecuménica agenda neoliberal con la que ni siquiera habría soñado el Hayek de Camino de servidumbre (1944), contemplan el resurgir de movimientos de protesta y resistencia de una intensidad y duración que no se veían desde mediados de los setenta, antes de que la CIA y el Departamento de Estado colaboraran activamente en el derrocamiento de Allende y de que Thatcher (1979) y Reagan (1980) emprendieran la concienzuda labor de remodelar el mundo reajustando los beneficios de la globalización a gusto de los más poderosos. La exposición, que podrá verse en el MNAC de Barcelona a partir de febrero, refleja ese Zeitgeist de hartura y esperanza que informa buena parte de las protestas del último lustro y que la antigua izquierda, anquilosada, pactista y en serio peligro de extinción, no ha sabido recoger. Por lo demás, a los interesados en profundizar en las formas simbólicas de la revuelta, les recomiendo Spartakus (Adriana Hidalgo editora), el libro póstumo (2000) del siempre brillante Furio Jesi (1941-1980), en el que el levantamiento de los espartaquistas alemanes y su fracaso constituyen el pretexto para una sugerente fenomenología de la rebelión como especial suspensión del tiempo histórico.
Fondo de armario
Una de las ventajas de Internet y de las grandes enciclopedias online gratuitas (por ahora: ya veremos) es que permiten expurgar a las bibliotecas, librándolas de peso muerto y antiguo: en el último año me he desprendido de un Larousse de 11 tomos, del antes imprescindible Bompiani de obras y autores (unos 14), y de una buena porción de libros de “referencia” que hacía tiempo no utilizaba. Ya sé que no todo en la Red o en Wikipedia es orégano, pero llevo ya muchos años de práctica, de probar y repetir, de contrastar y corregir, de modo que me precio de saber buscar lo que quiero hallar, así que con el ordenador me basta y me sobra para consultas puntuales (incluyendo el DRAE y su progenie histórica). Para las otras consultas sigo manejando un par de docenas de esa clase de libros que, si fueran ropa, llamaríamos “de fondo de armario”: la petite robe noire de las chicas, los vaqueros de género epiceno, la americana de tweed adquirida en mi pleistoceno, la trenca acolchada de cuando aún hacía mucho frío. En las últimas semanas he añadido a ese sector de la biblioteca (donde, por ejemplo, guardo un par de atlas geográficos e históricos puestos al día, la gramática española de la RAE, los diccionarios de mitología de Pierre Grimal e Yves Bonnefoy y otros libros sabios y ecuménicos por el estilo) dos de ahora mismo que quizás puedan también interesar a mis improbables lectores (¿aún queda alguien ahí?): uno es la reedición (muy corregida y aumentada) del Diccionario de términos literarios (Alianza) de Demetrio Estébanez Calderón, que ya consultaba a menudo para conocer el significado de conceptos como epímone o isocolon. El otro, rigurosamente nuevo, es la Historia universal de la ciencia, de Hans Joachim Störig (Tecnos), un estupendo manual, en un solo volumen, que recoge para legos y no tanto el panorama del desarrollo científico desde los eleatas hasta anteayer.
Navidad
Nochebuena. Encuentro en la entrada correspondiente al 25 de diciembre de 2000 del Diario del anciano averiado, de Salvador Pániker (Literatura Random House), una lacónica cita que subrayé en su momento: “Apunta Bukowski que la gente se suicida más el día de Navidad que cualquier otro día del año. A saber”. La frase cierra, un poco inesperadamente, pero con eficacia, una reflexión muy pániker acerca de la doble ascendencia —pagana y cristiana— de la fiesta que conmemoramos desde hace un par de milenios (especialmente desde que los victorianos la “reinventaran”, añadiéndole el resplandor del consumo conspicuo universal). Me sorprende que el anciano filósofo, orientalista y editor (en 1964 fundó Kairós, para la que escogió un término griego que se refiere al tiempo inalcanzable en el que ocurre lo esencial) leyera a Bukowski, que a mí siempre me pareció un poco cantamañanas. Pero a Pániker le perdono casi todo. A saber.
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