Por qué una figura de la cultura no preside la corrida de la Beneficencia
Cinco presidentes de plazas de toros reflexionan sobre su papel en la tauromaquia actual
“Ahora que la tauromaquia es patrimonio cultural de nuestro país, sería muy bonito que grandes figuras del arte presidieran en una plaza como Madrid con un buen asesor al lado; y no todos los días de feria, sino en fechas señaladas, la Beneficencia, por ejemplo”.
La idea es de José Luque, presidente de La Maestranza de Sevilla, juez en la localidad de Coria del Río y secretario general de la Asociación Nacional de Presidentes de Plazas de Toros de España (ANPTE).
A su juicio, el presidente moderno lo define Paquiro en su Tauromaquia: “el fiel de las corridas, una especie de inspector, que sepa de toros y sea imparcial”. Y Luque añade: “un profesional y no un cargo público, ni alcalde ni policía”.
“El presidente debe ser una persona sabia y no autoritaria”, prosigue; “te puedes equivocar porque debes tomar decisiones rápidas, entendibles por el público y fácilmente ejecutables, pero todas deben estar encaminadas a preservar la tradición, los cánones y la liturgia de la lidia”.
"El presidente debe tomar decisiones rápidas, sencillas y fácilmente ejecutables"
“Es una figura con un poder absoluto”, tercia Francisco Teja, presidente sevillano ya retirado. “Sus decisiones son ejecutivas y no permiten recursos; su papel es muy importante antes, durante y después del festejo, por lo que debiera estar más cuidada y mejor formada”.
“Siempre hemos sido motivo de controversia”, afirma Justo Polo, que ejerce sus funciones en el palco de Las Ventas. “Pero un presidente que mantenga el rigor en este momento sumamente delicado que padece la fiesta es fundamental para el normal desarrollo del espectáculo”.
"Hay momentos en los que se sufre porque te sientes muy solo"
“Nuestra labor consiste en la aplicación de la normativa taurina teniendo en cuenta la sensibilidad social de la época; hay que actuar con rigor, pero sin olvidar las condiciones del toro, la exposición y entrega del torero, el desarrollo de la lidia, que no suele ser brillante, la suerte suprema y la categoría de la plaza”, opina Ildefonso del Olmo, presidente de la plaza de Málaga.
José Luis Fernández Torres se bajó del palco malagueño en el año 1997 (“diga mejor que ‘me bajó’ el político socialista Luciano Alonso por discrepancias con mi forma de actuar”) tras doce años como presidente, y actuó con tanta pasión que el estrés acumulado le produjo la enfermedad de Crohn.
“El presidente recibe todas las presiones porque es quien decide”, asegura, “y a algunos nos mina mucho la salud, porque hay quien está treinta años en el cargo y no le afecta nada”. Fernández Torres estuvo doce años, recuperó y mantuvo el prestigio de La Malagueta y acabó cesado por su radical defensa de la fiesta. “Yo le echaba todas las horas del día, y durante la feria no tenía más familia que la plaza de toros. Alguien me preguntó que por qué me lo tomaba tan en serio, y le respondí que porque soy aficionado y no cobro; si no actúo de acuerdo con la ortodoxia, me traiciono”.
"El que paga tiene derecho a recibir el espectáculo en su integridad"
“El palco de Madrid pesa mucho”, dice Justo Polo. “La presión no finaliza cuando acaba el espectáculo. He tenido aciertos, pero también muchos errores. De hecho, cometí uno con un torero mexicano al que profeso un cariño especial y ha sido un lastre que he arrastrado durante años”.
“Hay momentos en que se sufre porque te sientes solo”, confiesa Francisco Teja. “A la hora de devolver un toro, por ejemplo, el asesor veterinario pide tiempo y no lo tienes; y el artístico se inclina siempre a favor del torero; En fin, que pasas un mal rato”.
“Se pasan nervios, pero no mal”, aclara Luque. “Todos los momentos difíciles se compensan con la posibilidad de participar directamente en el engranaje del mundo de los toros; por eso, quise ser presidente. Soy hijo de banderillero (Andrés Luque Gago), todo lo que tengo se lo debo al toro, y siempre quise participar en la fiesta de alguna manera”.
“Se trata de un cargo de enorme responsabilidad”, opina Del Olmo. “La tensión se vive 72 horas antes en los corrales y debes velar para que el trapío de los toros esté a la altura de la categoría de la plaza. Entiendo, además, que hay que evitar que se produzcan en el ruedo situaciones que hieran la sensibilidad de los espectadores; por eso, creo necesaria la reforma del Reglamento a fin de que se eliminen prácticas innecesarias y la fiesta sea menos cruenta”.
-¿Sufren presiones los presidentes?
“En la fiesta se produce un juego de equilibrios como consecuencia de los legítimos intereses de todos los sectores”, afirma Luque, “pero la última palabra la tiene el presidente, que debe tener conocimiento para enjuiciar correctamente lo que está viendo, y personalidad para decidir; debate, sí, y mucho, pero presiones en el mal sentido, no”.
Francisco Teja, sin embargo, reconoce que “ha pasado a la historia como el presidente de la suspensión”. Una tarde lluviosa de la Feria de Abril de 1997 decidió suspender un interesante mano a mano entre Pepín Liria y El Tato, y a partir de entonces, declara, "sufrí una oposición terrible por parte de la empresa de la plaza; sabía que le hacía daño a los organizadores, pero hice lo correcto”.
Al margen de ese episodio, considera que las tensas relaciones que se producen en los reconocimientos o en días de lluvia entran en la lógica defensa de los intereses.
“Yo lo tuve claro desde el principio”, asegura Ildefonso del Olmo; “anuncié que no permitiría la lidia de un toro que no contara con el voto unánime de los tres veterinarios de mi equipo, y así ha sido salvo casos muy excepcionales”.
“Hay que procurar que el que paga reciba el espectáculo en su integridad”, afirma Fernández Torres. “El presidente se ha visto arrastrado por la situación actual de la fiesta”, añade, “en la que prima la diversión y el indulto de toros. La única salvación, si es que la tiene, radica en la vuelta a la ortodoxia; de lo contrario, desaparecerá. Pero, claro, si exiges te acusan de intransigente”.
“Madrid, por ejemplo, ya no es lo que era; asisto a la plaza desde que era un niño y creo que se ha perdido el respeto de los aficionados”, dice Justo Polo.
“Hay que respetar al torero porque se está jugando la vida. No se puede aceptar que un determinado sector abronque a un torero en el momento mismo del paseíllo. Lo lógico es que se espera a que finalice su labor. La fiesta es alegría, y no entiendo cómo hay personas que acuden a la plaza con un pañuelo verde. Se han perdido los silencios y existe una verdadera obsesión por el tercio de varas, como si el torero no pudiera decidir dónde quiere picar al toro. En fin, que no lo entiendo”.
El encuentro con los presidentes no ha finalizado. ¿Policías o aficionados de reconocido prestigio? ¿Están bien formados? ¿Cargo honorífico o profesional? ¿Deben formar parte de un colegio al estilo de los árbitros de fútbol?
El debate continúa la próxima semana.
Babelia
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