Obras escogidas
El Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires cumple 15 años con una ampliación y un replanteamiento de su discurso artístico
Las “dificultades” del ambiente cultural y artístico argentino para pensarse dentro de la idea de lo latinoamericano más convencional arrojan una serie de comentarios un poco estériles y pasados de moda sobre este problema: pasado inmigratorio europeo, fuerte presencia de Buenos Aires mirando a Europa, afrancesamiento, por mencionar sólo algunos que fueron al debate y perdieron interés. Sin embargo, exhiben algo mucho más digno de análisis. Una pregunta sobre qué significa ser latinoamericano, estética e intelectualmente hablando, en este sur tan al Sur.
No es la primera vez que se hace ese interrogante en estas latitudes. En los años sesenta, cuando la literatura y las artes plásticas parecían haberse puesto de acuerdo en que latinoamericano era casi en su totalidad una mezcla de realismo mágico con discurso indirecto libre y la presencia de los subalternos, que debería ocupar el centro del cuadro y el volumen de la escultura, algunos escritores, Borges y Saer, o los geométricos sintieron que no estaban en la onda.
También la temporalidad es una manera de hacerse cargo de este constructo que incluiría a Argentina en una noción continental. Hace 15 años se creó el Museo de Arte Latinoamericano (MALBA) para albergar la colección Costantini, que entonces tenía unas 200 piezas. Agustín Arteaga, un especialista mexicano que fue su primer director, comentaba ese comienzo y ponía de manifiesto la potencialidad de ese aparente conflicto entre la ciudad de Buenos Aires y la introducción a lo latinoamericano: “Eso que puede ser una contradicción puede ser una magnífica plataforma, que, en nuestro caso, se transforma en programas de acción. Una de las primeras es un programa de fomento de los valores nacionales. No es una idea chauvinista o un nacionalismo mal entendido ni que pensemos que los países deban cerrarse. Volviendo al tema de lo latinoamericano, queremos hacer que la gente tome consciencia de que Latinoamérica es un escenario muy rico y muy diverso”.
Pasaron tres lustros y la colección de este museo ya tiene unas 600 obras que forman el acervo importante de arte latinoamericano. Se ha expandido a otros periodos, no sólo el modernismo de sus primeros tiempos. Entre ese inicio y este momento pasaron diferentes visiones que pensaron una disposición de las obras, teniendo en cuenta algunas bisectrices, además de la cronología.
Verboamérica, la muestra que relee la colección que ha crecido, está comisariada por Andrea Giunta y Agustín Pérez Rubio. Ahora lo latinoamericano parece que necesita de otras imágenes y, sobre todo, de otras palabras. Ya desde el título, lo discursivo es fundamental. Se hace fuerte hincapié en proponer un glosario que dará cuenta de términos que moldean esta visión de Latinoamérica desde esta periferia productiva de discurso que es Buenos Aires. Un poco para conjurar un fantasma de la historia del arte europeo que acuñó términos que sirvieron para leer vanguardias, movimientos y artistas. Otro poco para darle esa impronta que, pasados los años, parece estar más atenta a lo que sucede en un contexto donde lo latinoamericano es lo global en sí mismo.
Verboamérica relocaliza 170 obras divididas en ocho núcleos temáticos, en los que conviven obras de diferentes periodos históricos y de una multiplicidad de formatos: pinturas, dibujos, fotografías, vídeos, libros, documentos históricos e instalaciones. Vuelve a contar una historia del arte a partir de capítulos como Mapas, geopolítica y poder; Ciudad, modernidad y abstracción; Trabajo, multitud y resistencia o Campo y periferia, al tiempo que construye un mapa que incluye problemas artísticos, menos que escuelas y estilos. Desclasifica el canon, quizá, para proponer uno nuevo. Una tarea de riesgo, ya que el contracanon siempre incluye a su oponente y aún, en su destrucción, le devuelve algo de aliento.
Laura Isola es crítica y comisaria argentina.
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