Un cantaor de pueblo
El gran valor de la vida y la obra de Gerena es la negación de todo heroísmo en su lucha
En aquellos días de rebuscar en la memoria comunista de la familia en los que mi abuelo me hizo entrega de su carné de concejal del PCE como su merecido sucesor político, Virgilio, amigo que me inició en otras escuchas musicales y políticas, me regaló uno de los discos más emocionantes de la discografía flamenca: Alianza del pueblo nuevo. En vivo, de Manuel Gerena. Un álbum grabado en directo en 1976 con la guitarra de Pepe Habichuela en Barcelona en el que uno adivina lo que significaron los conciertos de un cantaor nacido en La Puebla de Cazalla en 1945, en los que se citaban algunos de los que luchaban por romper con la dictadura.
Manuel y yo nos encontramos hace una década alrededor de nuestro amigo común, Miguel Hernández. A partir de ahí vinieron otras colaboraciones, como la cesión de unas letras para mi disco Mis primeros llantos (2007), un par de conciertos por pueblos manchegos, un cartel compartido en el palacio de Altamira de Elche para dar bienvenida a la Dama de Elche o su colaboración en el álbum Sí, a Miguel Hernández, de seis años después, o el documental Sobre MH, donde nos contó sus peripecias para driblar a la policía franquista.
Hace unos días, tras un encuentro con Raimon en Barcelona me vino a la mente la frase que Gerena repetía para marcar una línea entre su compromiso y los discursos progres de otros artistas. Decía: “Raimon y yo éramos los más perseguidos por Franco, que no se pongan medallas aquellos a los que no le corresponde”. Ahora llega un doble homenaje —concierto y documental— donde el mantra comunista preside: “Libertad, justicia e igualdad”. Es el lema que le ha acompañado toda la vida.
Fue incómodo hasta para los suyos porque no encajó ni siquiera cuando llegan los homenajes a subsanar el ostracismo
A pesar de los intentos del PCE y de la socialdemocracia española de mostrarle cercano a una santidad laica o a un héroe de guerra, para mí el gran valor que reside en su vida y obra es justo lo contrario: la negación de todo heroísmo en su lucha. Su nombre está por encima de las rencillas ideológicas porque él antes de comunista de partido, electricista, novillero, jornalero o artista es un cantaor de pueblo y no un cantaor del pueblo. Es importante el matiz: ser cantaor del pueblo consiste en ser aceptado por este, y Manuel fue todo menos aceptado por la mayoría social española, antes y después de la Transición. Fue incómodo incluso para los suyos; nunca encajó, tampoco ahora cuando llegan los homenajes a subsanar tanto ostracismo. Junto a Gerena podemos descubrir la memoria de las luchas antifranquistas, cómo se articulaban manifestaciones artísticas para ayudar a presos y cómo se relacionaba el aparato de un partido conservador y unos sindicatos con hambre de poder con una parte del pueblo español pidiendo romper con la dictadura. Y también podemos reflexionar sobre por qué algunos bajaron los brazos tras la Transición esperando parte del pastel. Conociendo sus incoherencias podemos encontrar respuestas a la actual crisis de identidad política.
“No sé si soy de los nuestros”, le escuchaba a Manuel cuando le cerraban las puertas de la Junta de Andalucía donde IU tenía poder gracias al pacto con el PSOE de Manuel Griñán, la misma que aceptó por presión de algunos colectivos otorgarle una medalla de oro para acallar su voz de protesta a un Gobierno andaluz que demostró otra vez estar muy lejos de la clase trabajadora y a los jornaleros del campo. Por todo ello, Manuel nos pertenece como parte de nuestra historia más viva. Una historia que gracias a él y a otras compañeras de generación nos ayuda a comprender de forma menos traumática nuestras derrotas más recientes.
Francisco Contreras Molina, Niño de Elche, es músico.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.