¿Toros en Barcelona? Claro que sí
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Tras la tempestad llegó la calma. Tras la euforia inicial provocada por la sentencia catalana del Tribunal Constitucional llegó, después, el general convencimiento de que los toros no volverán nunca a Barcelona, y, luego, la profunda decepción que supone que, otra vez, ganen los ‘malos’ de la película, aquellos que se mofan de la ley.
En fin, que, a estas alturas, parece comúnmente aceptado que la puerta del patio de cuadrillas de la Monumental no volverá a abrirse nunca más para que las zapatillas toreras pisen la arena catalana.
¿Cómo que no? ¿Cómo es posible que el sector taurino acepte sin rechistar la derrota cuando ha sido capaz de tumbar sobre la lona a un peso pesado tan cargado de soberbia como carente de argumentos? El vencido es el Parlament, -no se olvide-, y el vencedor es la fiesta de los toros. Esta es una verdad inapelable. Y otra más: como ha ocurrido en tiempos pasados, la tauromaquia, que parecía aniquilada, ha resurgido, maltrecha, eso sí, pero viva y coleando, para dar una bofetada sin manos a quienes han pretendido ningunearla.
Y el ejecutor ha sido el Tribunal Constitucional, que ha sentenciado que la puerta que estaba atrancada se puede abrir; pero los magistrados no la han empujado para que salgan al ruedo las cuadrillas. No es su obligación, claro está.
Tras la sentencia y la cerrazón de quienes se niegan sistemáticamente a cumplir la ley, ha llegado el momento de los taurinos y los aficionados. Unos y otros tienen que empujar la puerta, arropar y exigir al empresario que anuncie festejos taurinos y rebelarse con la ley en la mano contra quienes se niegan a aceptar la realidad.
¿Dónde está la sufrida y doliente afición catalana? Si es verdad que existe, es ahora cuando debe salir a la calle y alzar la voz con arrojo y valentía ante los representantes políticos que pretenden hurtarle un derecho plenamente reconocido.
¿Dónde las figuras del torero, y el escalafón completo de matadores, banderilleros, picadores, mozos de espadas, ayudas, apoderados, veedores y conductores de furgonetas con los cristales tintados? Ahora es el momento de plantarse ante la Monumental de Barcelona y exigir su apertura.
Es la ocasión adecuada para que los empresarios, -los grandes de Anoet (Asociación Nacional de Organizadores de Espectáculos Taurinos) y los pequeños-, los ganaderos de la Unión de Criadores de Toros de Lidia, que componen la ‘nobleza’ guay del sector, y de las otras tres asociaciones que integran a los criadores de reses bravas, y los 200.000 ciudadanos que viven de los puestos de trabajo que proporciona la fiesta en este país, se rebelen en serio y con la cabeza erguida, y digan aquello de que ‘hasta aquí hemos llegado’.
Es el turno de la Fundación del Toro de Lidia, llamada a liderar un movimiento vital para el presente y el futuro de la fiesta. Es esta organización la responsable de llamar a filas al sector para que, de una vez por todas, olvide su pecaminoso individualismo y su tradicional y rancio egoísmo, y se una de verdad para defender un objetivo que, hoy por hoy, es prioritario para evitar su desaparición.
Entre todos, y la colaboración necesaria de los medios de comunicación, se puede abrir la puerta de la Monumental. Al menos, hay que intentarlo.
Porque si Barcelona no vuelve a celebrar festejos taurinos, será razón suficiente para que otros políticos contrarios a la fiesta la utilicen de espejo y prohíban de hecho la tauromaquia sin necesidad de acordar su ilegal erradicación.
Paradojas de la vida, Barcelona se ha convertido en el centro del orbe taurino, y en su plaza cerrada a cal y canto están depositadas todas las miradas. Si no se vuelve a abrir nace un precedente muy negativo. Si se aceptan, sin más, todas las trabas administrativas que nazcan de la acalorada imaginación antitaurina del Ayuntamiento y la Generalitad, se abrirá otra puerta, la de la prohibición en otras muchas localidades cuyos dirigentes esperan deseosos que la sentencia del Constitucional no sea más que una victoria moral sin efectos prácticos.
La historia ha colocado al sector taurino ante una exigente responsabilidad: demostrar que la fiesta está viva y con fuerzas para seguir peleando por su supervivencia.
La puerta de cuadrillas hay que abrirla; o empujarla, al menos, con toda la fuerza posible para que los antitaurinos no brinden por una sentencia tardía e inservible.
Si el sector lucha, puede perder; pero si no lo hace, está perdido.
¿Quién ha dicho que no habrá toros en Barcelona? Claro que sí…
Babelia
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