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Cómo soportar la ira de la Casa Blanca

Katharine Graham convirtió el conglomerado ruinoso del Washington Post en uno de los más poderosos de EE UU

Katharine Graham, durante una reunión de la junta directiva de Associated Press en 1975.
Katharine Graham, durante una reunión de la junta directiva de Associated Press en 1975.AP

Nacida en la Quinta Avenida de Nueva York, hija de un inversor judío de origen alsaciano que se había hecho repugnantemente rico invirtiendo en Bolsa, fascinada hasta la autoanulación por la arrolladora personalidad de su marido, Phil Graham, fue el suicidio de éste el que llevó a Katharine ­Graham a asumir en 1963 el legado familiar de The Wash­ington Post. No sabía nada de cómo dirigirlo, igual que su padre, ­Eugene Meyer, cuando en 1933 adquirió por poco más de 800.000 dólares (706.000 euros) un periódico en bancarrota, o su marido, un brillante graduado en leyes por Harvard, cuando se hizo cargo de él en 1946.

Kay Graham narra en Una historia ­personal su vida profesional como si fuera la peripecia de alguien a quien observa desde fuera. El tormentoso final de su relación con Phil, que antes del suicidio la había abandonado por un amor de última hora y que le había confesado diversas infidelidades, no le impide describir sus 20 años de convivencia como una historia luminosa, sin culpas retrospectivas. Y más allá de los efectos que tuvieron las ­turbulencias maniaco-depresivas de su marido, estas memorias son también un homenaje al hombre que puso al Post en posición de despegue.

La editora no reclama más protagonismo que el de haber respaldado a sus periodistas ante los ataques de la Administración

En 1933 era un diario ruinoso, insignificante, quinto por difusión en Washington DC, que acumulaba pérdidas año tras año. Phil Graham lo puso en la rampa de despegue en los años cincuenta: dobló la difusión tras la compra de su competidor Times-Herald, adquirió Newsweek y dos licencias locales de televisión, y la compañía entró en una senda estable de beneficios. A partir de ahí, Katharine Graham lo convirtió en un diario de referencia a escala planetaria.

Aterrorizada sin la presencia de Phil, se propuso aprender el oficio de editora, única mujer en un mundo de hombres. “Es difícil describir hasta qué punto era una ignorante”, escribe de sí misma. Pero supo rodearse de los colegas más brillantes ­(Scotty Reston, Walter Lippmann) y contratar a periodistas que han dejado una profunda huella en la historia del periodismo, especialmente Ben Bradlee, al que nombró director en 1965. Ambos protagonizaron los 20 años más brillantes del periódico. Y en el ámbito empresarial contó con un socio privilegiado: Warren Buffett.

En el vestíbulo del Washington Post.
En el vestíbulo del Washington Post.Ken Feil (Getty)

Corrían los tiempos de la guerra de Vietnam. Su hijo Don se alistó como voluntario en el Ejército y fue enviado a Vietnam durante un año; su otro hijo, Bill, era un activo militante contra la guerra y fue detenido por manifestarse ante un centro de reclutamiento. Desde un apoyo tibio al despliegue militar de Johnson, el periódico fue derivando hacia posiciones muy críticas, sobre todo a lo largo de 1968, un año crucial en el que fueron asesinados Martin Luther King y Bob Kennedy. Nixon ganó unas elecciones a las que Johnson decidió no presentarse. Su relación con la prensa se convirtió rápidamente en “un campo de batalla”. En su opinión, la mayoría silenciosa del pueblo americano apoyaba su política en Vietnam, contestada solo por la prensa y una minoría ruidosa de manifestantes, concepto al que suele apelar Rajoy cuando la calle le suena adversa.

La primera gran batalla con Nixon se desarrolló en 1971. El 15 de junio, la compañía había salido a Bolsa a un precio de 26 dólares la acción, pero a Ben Bradlee le preocupaba sobre todo conseguir una copia de los papeles del Pentágono, que The New York Times había empezado a publicar dos días antes y que un juez había suspendido cautelarmente a requerimiento del Gobierno. El Post consiguió finalmente una copia y tomó el relevo del Times, no sin un intenso debate interno que Kay resolvió: “Adelante, publicadlo”. Tras la correspondiente demanda, el Tribunal Supremo resolvió a favor de la prensa. Este caso elevó el nivel de beligerancia de la Administración con el Times y el Post. El insignificante diario comprado por Eugene Meyer en 1933 había entrado definitivamente en las ligas mayores. “Por primera vez en mi vida profesional, jugábamos con los grandes”.

El suicidio de su marido le llevó a asumir en 1963 el legado familiar. “Es difícil describir hasta qué punto era ignorante”, escribe

El caso Watergate ocupa dos capítulos en las memorias de Kay Graham, sin duda los más vibrantes, aunque cede todo el protagonismo a Bob Woodward y Carl Bernstein y a los jefes de redacción liderados por Ben Bradlee. Fue el antiguo fiscal general John Mitchell quien le dio un papel protagonista cuando respondió a una llamada de Bernstein en los siguientes términos: “¿Piensas publicar esa mierda? Es todo mentira y, si se publica, Katie Graham va a pillarse las tetas en una máquina de escurrir”. Una frase que han inmortalizado todos los relatos del caso Watergate, incluida la película Todos los hombres del presidente. Sus redactores le regalaron más tarde dos colgantes: una máquina de escurrir y un seno de oro.

La editora del Post no reclama más protagonismo que el de haber respaldado a sus periodistas frente a los ataques masivos de la Administración (“casi siempre tenían razón”), en momentos en que la cotización en Bolsa cayó en picado desde 38 hasta 16 dólares. “Había soportado la ira de la Casa Blanca con anterioridad, pero nunca había visto nada remotamente parecido a la furia dirigida ahora hacia ­nosotros”. El 9 de agosto de 1974 Nixon renunciaba a la presidencia en un gesto inédito en la historia de Estados Unidos. “Teníamos razón, pero éramos afortunadamente estúpidos. Solo nos salvó de la extinción alguien lo bastante loco como para grabarse y además grabarse mientras hablaba de cómo ocultarlo”.

Las memorias de Kay Graham abarcan muchas otras cuestiones: cómo hizo frente al complejo de inferioridad que por su condición de mujer le había inocu­lado su tan admirado Phil y la larga batalla sindical de 1975-1976 que se tradujo en una huelga de casi cinco meses, con alguna batalla campal en las rotativas y el posterior suicidio de un empleado. Al término del conflicto, los trabajadores blancos perdieron el monopolio del que gozaban en las artes gráficas en una ciudad de mayoría negra.

Esta es al fin la historia de un gran periódico en los tiempos previos a Internet. Kay Graham aspiraba sobre todo a entregar el periódico a la siguiente generación de su familia. Su hijo Don la sucedió, pero no sobrevivió a los nuevos desafíos tecnológicos y en 2012 vendió la empresa a Jeff Bezos, creador de Amazon y uno de los grandes magnates de la economía en red. Pero, hoy como entonces, lo importante es que siga existiendo una prensa libre, lo bastante fuerte para resistir las presiones y aun la ira del poder.

Una historia personal. Sobre cómo alcancé el periodismo en un mundo de hombres. Katharine Graham. Libros del K.O. Madrid, 2016. 23,90 euros.

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