Genio de la oralidad (por escrito)
Como Jack London y Stephen Crane, Frank Norris fue uno de los grandes autores del naturalismo estadounidense. Sus relatos son un prodigio de perfección agridulce
Frank Norris es considerado en la literatura norteamericana uno de los mayores representantes de la corriente literaria denominada naturalismo, cuyo jefe de filas fue Émile Zola, a quien Norris había leído. Los naturalistas americanos, sin embargo, desconocieron mayoritariamente a Zola; más bien se les podría calificar de darwinistas y deterministas, cuyos escritos sí influyeron decisivamente en un momento en que en Norteamérica se estaba pasando del mundo agrícola al industrial, del campo a la ciudad, del campesinado al proletariado. Los cuatro grandes de esta corriente fueron Theodore Dreiser, Jack London, Stephen Crane y Frank Norris. Los dos últimos tuvieron una vida corta: nacieron, respectivamente, en 1871 y 1870 y murieron en 1900 y 1902. Escritores y periodistas, pertenecían a esa clase de autores más aventureros que sofisticados de los que hay numerosos ejemplos en el continente: Ambrose Bierce, Mark Twain, William Dean Howells y tantos otros, todos espléndidos narradores realistas, en las antípodas de un Henry James o Edith Wharton, contemporáneos de Norris.
Norris escribió varias novelas, siendo la más ambiciosa una trilogía de clara intención social acorde con los tiempos; tres novelas sobre la producción, comercialización y distribución del grano, de la que sólo logró completar las dos primeras. Y además escribió cuentos. A diferencia del autor de La roja insignia del valor, Stephen Crane, de carácter pesimista e incluso nihilista, aunque de clara intención social, Norris tenía una visión más optimista de la existencia.
Los cuentos de Norris son característicos de la época y recuerdan a otro gran cuentista americano, O. Henry, sobre todo en el planteamiento y resolución de una historia y en cierto toque agridulce. Los cuentos de ambos tienen un punto en común: el valor de la anécdota y su ingeniosa resolución. La literatura de O. Henry es más amable, la de Crane, por ejemplo, más cruda: entre medias de ambos, Norris desarrolla sus cuentos como quien relata una anécdota a un grupo de oyentes; lo hace con verdadera precisión y gracia y con una capacidad de descripción de tipos y ambientes realmente notable. Cada relato tiene un punto pintoresco que se resuelve con un golpe de agilidad y sorpresa casi siempre, como si tras toda presentación de los duros sucesos de la vida estuviera ese buen narrador oral capaz de convertirlos en una sugerente historia alrededor de unas jarras de cerveza.
Como corresponde a todo buen periodista de la época heroica (Crane, Bierce y él lo eran), sus escenarios son de lo más variado, desde la gente de las llanuras a los hombres del ferrocarril, de historias del lejano Oeste hasta relatos de boxeadores o artistas, desde la América rural a la surcada por miles de kilómetros de vía férrea y de líneas telefónicas, desde el ranchero al ciudadano urbanita. Todos estos cuentos dan una visión panorámica, colorista y pintoresca, de claroscuros dramáticos, incluso muy dramáticos, pero siempre servidos por una escritura tan ligera y directa como precisa, que es la que le concede toda su fuerza expresiva.
El azar es, en verdad, uno de los protagonistas principales de estas historias de la vida americana de finales del XIX. Hay varias piezas que tienen un tono melancólico y un punto humorístico, con final abrupto e ingenioso, como Su hermana, El hombre propone o El deceso del bizco Blacklock. En otras se filtra, con toda coherencia, sin abrumar, un aspecto didáctico, como sucede en Fuegos que se extinguen (el encuentro con la realidad de un escritor novel) o en El negocio del trigo; otros revisten un carácter dramático muy acusado, como el magnífico Informe de una muerte súbita, que no tiene nada que envidiar al mejor Bierce. Hay un texto especial y simbólico situado en el medievo, con una atmósfera a lo Sleepy Hollow, lo mismo que El invitado de honor, podría parecer un homenaje a Poe; y también en alguna de las partes de El hombre propone (y el azar dispone, añadiría yo) asoman antecedentes de Scott Fitzgerald. Norris es un escritor proteico que obliga a leer y a disfrutar de la lectura.
Los mejores relatos. Frank Norris. Traducción de Ramón de España. Gatopardo. Barcelona, 2016. 264 páginas. 19,95 euros
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