San Sebastián: en la trastienda del jazz
Un recorrido musical sin freno vivido detrás del escenario con Gloria Gaynor, Ellis Marsalis, Brad Mehldau, Marc Ribot y Mikel Andueza
El Festival de Jazz de San Sebastián –hoy Heineken Jazzaldia- lleva más de medio siglo convirtiendo esta ciudad cada año y por espacio de cinco días en una verdadera jungla de sonidos. Teatros, auditorios, plazas, playas y bares reciben a lo mejor del género, pero también del soul, el rhythm and blues, la música electrónica, el folk y el pop-rock y, en general, los sonidos del mundo. Este es un recorrido por dos días de música sin freno vividos no solo delante, sino también detrás del escenario…
Jueves, 21 de julio, 21h, playa de La Zurriola. Detrás del gigantesco Escenario Verde instalado en la playa, Gloria Gaynor sale del coche de cristales tintados embutida en un traje-pantalón gris metálico que para sí lo quisieran los astronautas de 2001, una odisea en el espacio o el mismísimo Major Tom de la Odisea espacial de Bowie. La autora de I Will Survive camina con dificultad. Sufre de la espalda y está cansada tras un largo viaje desde Estados Unidos. Por si algo faltaba, Iberia les perdió las maletas a ella y a los miembros de su banda. Pero la vieja reina de la discoteca suelta un educado “¡Hello everbody!”. Luego, se mete en el camerino del backstage, bebe agua de un termo que le ofrece su asistente personal y, 15 minutos después, aparece en el escenario ante el rugido de cerca de 40.000 personas. La mayoría de ellas pisan la arena, muchas otras ocupan las terrazas del Kursaal, entre barras de bar, tenderetes de venta de discos y camisetas y puestos de comida.
Gloria Gaynor se hace selfies ante la muchedumbre reunida en la playa y ataca, además de sus eternos éxitos discotequeros, una fantástica versión del You’re the First, the Last, My Everything de Barry White, luego otra un poco menos afortunada de Every Breath You Take de Sting y, por fin, una sulfúrica I Will Survive en compañía de una agrupación local, el Coro Easo. Un numerito bastante surreal. La diva se sienta en una silla, se seca el sudor del rostro, resopla varias veces y, cuando el periodista le lanza un “¡bien hecho, señora Gaynor!”, regala un guiño de satisfacción.
Jueves, 21, 23 horas, Escenario Heineken, terrazas del Kursaal. Cambio de tercio radical. El sabio loco que atiende al nombre de Marc Ribot, excelso compositor y guitarrista y horrendo cantante, da paso a su banda, The Young Philadelphians, que no tiene desperdicio: Jamaaladeen Tacuma en el bajo y Grant Calvin Weston en la batería (ambos viejos miembros de la banda de Ornette Coleman); a la guitarra, Mary Halvorson, una de las mayores fieras actuales del free de las seis cuerdas. Junto a ellos, dos jóvenes violinistas y un chelista para un guateque de hora y media con olor a pollo frito, hamburguesa y bizcochos al horno.
Viernes, 22, 12,30 horas, patio del museo de San Telmo. Mientras el chaparrón golpea con saña las lonas (el Jazzaldia no sería el Jazzaldia sin la aparición de la lluvia, fiel a la cita cada julio) el saxofonista navarro Mikel Andueza hace chistes sobre el maldito tiempo y presenta a su banda, con la que va a interpretar Cada cinco segundos, el emocionante disco que Andueza compuso como homenaje a los niños que mueren de hambre en África. Son las Matinales de San Telmo, es decir, la vertiente jazz-vermú del festival.
Viernes, 22, 18,30 horas, Auditorio Kursaal. En el vestíbulo, Miguel Martín, quien lleva las riendas del festival desde 1978, y algunos miembros de su equipo ven cómo más de 1.700 personas van llenando por completo el patio de butacas para asistir al concierto del guitarrista John Scofield –un viejo amigo del certamen-, el pianista Brad Mehldau y el baterista Mark Guiliana (el músico que trabajó junto a David Bowie en el último disco de éste, Blackstar). Prácticamente todas las sesiones de estos cinco días de música están llenas: está previsto que cuando esta noche se cierre esta 51ª edición más de 140.000 personas hayan pasado por el festival.
Pero nada más acabar el concierto hay que irse a toda velocidad si se quiere llegar a tiempo al próximo en este auténtico maratón. La cita es en…
Viernes, 22, 21 horas, Plaza de la Trinidad. Estamos en el backstage de lo que constituye la auténtica alma mater del decano de los festivales de jazz españoles. Por la Plaza de la Trinidad han pasado simplemente los más grandes de la historia moderna del jazz y músicas afines, con pocas excepciones (Bill Evans y Duke Ellington, sobre todo). Miles Davis, Charlie Mingus, Stan Getz, Dexter Gordon, Dizzy Gillespie, B.B. King, Ella Fitzgerald, Art Blakey, Art Pepper, Joe Henderson, Chuck Berry, Carlos Santana, Tete Montoliu, Freddie Hubbard, Wynton Marsalis, Ron Carter, Max Roach, Tito Puente, Paco de Lucía y Keith Jarrett, entre decenas y decenas más (todos ellos magníficamente inmortalizados en el libro Jazzaldia 50, recientemente editado por el festival) pudieron contemplar en su día, al salir a escena, el surrealista contexto en el que se iban a prodigar. Sitúese el espectador: enfrente, un frontón lleno de sillas; a la derecha, gente sentada en la ladera de un monte y en unas gradas de piedra; a la izquierda, casas viejas con la ropa tendida afuera y los vecinos asomados a las ventanas (los vecinos del gratis total). Y el runrrún procedente de los bares y las sociedades gastronómicas que rodean a La Trini… “El mejor escenario en el que he actuado nunca”, según Van Morrison.
Miguel Martín y Jesús Torquemada, responsable de comunicación del festival, esperan ansiosos la llegada de unos invitados de altura. De pronto, por el angosto y oscuro callejón de Santa Korda, en pleno casco viejo donostiarra, aparecen, ataviados como si fueran a desfilar en la pasarela de Milán, el pianista Ellis Marsalis y los miembros de su banda, y poco después su hijo el saxofonista Branford Marsalis y los músicos de la suya, los colosales Joey Calderazzo (piano), Justin Faulkner (batería) y Eric Revis (bajo).
Estamos en el que muy probablemente es el backstage más humilde y encantador del mundo de la música. Tres carpas mínimas –no hay sitio para más-, con tres o cuatro sillas de plástico y tres o cuatro canapés. Todo ello, como en unos cinco o seis metros cuadrados. Pensar que casi todos los dioses del jazz han pasado por aquí llevaría directamente a la conmoción a cualquier aficionado. “¡Gracias, muchas gracias, amigo, gran noche!”, contesta Branford Marsalis cuando se le felicita por la actuación cuyo indeseable prolegómeno había sido un diluvio universal a la donostiarra.
Auditorio Kursaal, Teatro Victoria Eugenia, Museo de San Telmo, Plaza de la Constitución, playa de La Zurriola… pero sobre todo la plaza de La Trini y su backstage. Un templo mundial del jazz con arcos de piedra y sillas de plástico. Un lugar único donde retumba el sonido de la historia.
La música sale al encuentro
“La vocación de este festival es esta: al jazz no hay que ir a buscarlo, el jazz sale al encuentro… o sea, nuestra vocación no es huir de ese público ‘que pasaba por ahí’, sino al contrario. Hay gente que no le da valor a ese tipo de público y que solo se interesa por el público especializado… creo que eso es un gran error”, explica en su despacho y entre centenares de sonidos de jazz Miguel Martín, director del festival.
Para Martín, el Jazzaldia hace tiempo ya que hizo historia en la vida cultural de este país. "La llegada del festival en 1966 supuso la llegada de una forma de cultura que no estaba prevista por el régimen, el jazz era entonces en España una música minoritaria, pero en aquellos primeros años se produjo una apertura y eso enganchó muchísimo a la gauche", explica.
El festival tiene dos millones de euros de presupuesto para un 40% de espectadores de toda España, otro 40% de donostiarras, un 15% de extranjeros y un 5% del resto de la comunidad autónoma vasca. ¿La clave según su director?: “El dinero no puede ser lo primero, porque, si ocurre eso, es pan para hoy y hambre para mañana: hay festivales por ahí que en cuanto dejan de ganar dinero a patadas, se paran”.
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