Mapa literario de la pequeña Inglaterra del ‘Brexit’
La parte del país que votó por dejar la UE se refleja en un puñado de libros desencantados, de Martin Amis a Irvine Welsh, Ben Brooks o Alan Sillitoe
La Exposición Universal de Bruselas, celebrada en 1958 para restañar heridas tras la II Guerra Mundial, era crucial, pero los trabajadores de la Oficina Central de Información no sabían qué imagen proyectar de lo británico.
Encontraron rápidamente lo único que realmente los definía, un concepto transversal y común al viejo y al nuevo Reino Unido, a campo y ciudad, a ricos y pobres: “¡Exacto!”, dijo el señor Swaine. “El pub. El Britannia. Un pintoresco mesón tan británico como… el bombín o el fish and chips”.
La tierra de Lionel Asbo, de Amis, es la que solo aparece en los titulares cuando cae el Gordo o un meteorito
1 Cuando Jonathan Coe, autor de Birmingham más leído en el continente que en su tierra, quiso indagar en la procelosa relación de su país con Europa, no dudó en viajar a esa época con su novela Expo 58 (Anagrama). Aunque defendía hace un año que “a largo plazo los británicos son demasiado listos como para ese discurso”, incluso su ciudad ha votado a favor del Brexit. Y ese discurso al que se refería era el del gran defensor del pub como verdadero Parlamento: Nigel Farage.
El líder del eurófobo UKIP ha sabido convertirse en el meme (hay quien desearía cambiar esa última vocal) más británico siempre con una pinta en un pub en infinidad de fotografías. De su amor a las cervezas y a las opiniones exaltadas, ha emanado una conexión emocional con muchos votantes de clases desfavorecidas alejadas de la capital que no han sabido lograr ni intelectuales de clase media ni analistas laboristas. Tampoco muchos novelistas.
2 Lionel Asbo, personaje de Martin Amis amante de los pitbulls y el chándal de táctel que malvive como delincuente hasta que le toca la lotería, ofrece una rueda de prensa para solidarizarse con los soldados británicos destacados en Afganistán. Tiene muy claro que quiere hablarles en el mismo idioma que Farage: donará una caja de cerveza Cobra a cada uno de ellos. Preguntado por si piensa viajar a ese país, contesta: “¿Y salir de Inglaterra? Nada de eso. Nunca pondré el pie fuera de mi madre patria. Bueno, Escocia y demás sí. Y bueno…, quizás Gales. (...). Amo este p**o país. Inglaterra, mi Inglaterra, es para Lionel Asbo”. Su Inglaterra, la que solo aparece en los titulares cuando cae el Gordo o un meteorito (o por algún crimen escabroso). La misma que, dicen, ha apoyado en bloque el Brexit.
La caricatura de esta novela parece salida de Chavs. La demonización de la clase obrera (Capitán Swing), donde Owen Jones explica que más de la mitad de los 100 periodistas más influyentes se educaron en centros privados. Algo parecido sucede con los novelistas (Martin Amis, en Oxford). No es tan sencillo encontrar buenos retratos de esa abúlica clase trabajadora blanca obsesionada con defender su identidad de la inmigración que satirizan series como Little Britain. Esa imagen reduccionista fomenta un clasismo progresista reverdecido después de este referéndum: procede odiarlos porque ellos son intolerantes y racistas. Sin buscar razones.
La célebre frase de Margaret Thatcher “La sociedad no existe” encabeza Skagboys, precuela de Trainspotting firmada por Irvine Welsh
Los que lo hacen encuentran un nombre: Margaret Thatcher. Su célebre frase “La sociedad no existe” encabeza Skagboys (Anagrama), precuela de Trainspotting firmada por Irvine Welsh, que aborda la ruina de esa clase obrera aniquilada por la derrota de los sindicatos o la globalización del fútbol. Novelas como esta y Awaydays, de Kevin Sampson, o series y filmes como This is England, de Shane Meadows, sí retratan sin condescendencia esa juventud que buscaba su identidad en las subculturas de la era Thatcher y que en muchos casos ha votado Brexit.
3 La antigua clase trabajadora británica fue retratada por los autores del realismo social de las ciudades del norte de Inglaterra, entre macetas de aspidistra y aroma a jabonaduras y acero recién cortado. Los protagonistas de las novelas kitchen sink (de fregadero), firmadas durante la posguerra por escritores de origen humilde, no eran los ogros psicópatas de Amis ni los infelices bienintencionados de Dickens, sino seres contradictorios.
Retratos de jóvenes airados como Arthur Seaton en Sábado por la noche y domingo por la mañana (Impedimenta), de Alan Sillitoe, que trabajan toda la semana en fábricas para dar con sus huesos en la moqueta del pub cuando esta acaba. El autor, cuyo padre trabajó en una fábrica similar de Nottingham (donde también ha ganado el leave), logró ese retrato empático pero duro en otros relatos como La soledad del corredor de fondo.
También corre Caitlin Moran, su heredera más cómica, en el arranque de Cómo ser mujer (Anagrama): “Estoy huyendo de los vándalos”. Lo hace por las calles de barrios de protección oficial del Wolverhampton (63% de votos para el Brexit) de 1988. Sus obras, como las de la escocesa Laura Hird (Siruela publicó en España Como en familia), son hilarantes y tristes como una tercera borrachera.
En esa liga juega la narrativa de autores aún más jóvenes como Sócrates Adams (Bath, 1984), cuyo desternillante protagonista en Todo va bien (Pálido Fuego) sueña con una casa en los Alpes franceses, o Ben Brooks, nacido en 1992 en Gloucester, donde también ha triunfado el Brexit. Sus personajes se ríen del mundo y tú te ríes con ellos, pero no de ellos. Chavales que no deberían creer en soluciones políticas mágicas aunque crecieron con Harry Potter.
J. K. Rowling, retrató en Una vacante imprevista otro nido de votantes del Brexit. Pagford, el perfecto nidito inglés de habitantes devotos de la reina
4 La creadora del mago, J. K. Rowling, retrató en Una vacante imprevista (Salamandra) otro nido de votantes del Brexit. Pagford, el perfecto nidito inglés de habitantes devotos de la reina, agitado durante la batalla ladina por una plaza en el concejo parroquial. Guardianes de la vieja Inglaterra contra los especuladores de la City, el lumpen y los burócratas de Bruselas como los de Hanmouth, el pintoresco pueblo zigzagueado por banderines patrióticos y con pubs a los que se llega en bote de remos que Philip Hensher pinta en El rey de los tejones (Libros del Asteroide).
Un territorio trufado de little englanders que ya satirizó hace seis décadas Kingsley Amis, padre de Martin, en La suerte de Jim (Destino). En la delirante escena del discurso final, un protagonista desnortado y que se ha echado al coleto demasiado jerez farfulla: “La verdad sobre la vieja y alegre Inglaterra es que fue el periodo menos alegre de nuestra historia. Sólo los aficionados a la cerámica artesanal, la agricultura orgánica, a la flauta de pico, al esperanto…”. Y entonces se desploma.
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