El día de la marmota electrónica siempre es distinto
Sónar vuelve a sorprender con su programación ecléctica y ayudado por el tiempo
Pues ya está aquí otra vez el Sónar, como el día de la marmota electrónica. Pero, también como suele, Sónar vuelve a sorprender. Está ayudando que la primera jornada disfrute de un tiempo tan amable: incluso fresquito hace esta tarde a la sombra, oigan. Colabora asimismo el eclecticismo de la programación, que este año incluye a Chopin. Ha sido cosa de verse la sorpresa de algunos amantes de la marcha al encontrarse en el SonarComplex un piano de cola. “Jo, qué mesa de mezclas más rara, tíos”, ha dicho uno. Con espíritu experimental reforzado por la cerveza y lo que fuera, han tomado asiento, ¡asiento!, y han escuchado a James Rhodes hablarles de Gluck (“gluck-gluck” ha comentado otro haciendo el gesto de servir una caña), y luego interpretarlo. Y después Chopin, toma. Ha sido raro, hay que reconocerlo, en descargo de los que salieron del auditorio como alma que lleva el diablo: es muy extraño escuchar una polonesa en el Sónar, aunque la toque un tipo locuaz que compara a Chopin con Kraftwerk, dice que la relación de compositor con George Sand fue “disfuncional” y luce zapatos de lentejuelas (“mis zapatos Sónar”, nos ha explicado).
Fuera, Black Madonna, una dj resultona con aire de Penélope García, la informática de Mentes criminales, ha ofrecido la una de las caras más reconocible popularmente del festival: la bailonga. Algunos escapados de Rhodes se contoneaban con alivio al grito de ¡toma Chopin! Mucho hedonismo sobre el césped artificial del Village. Una chica escultural se ha quitado la camisa y ha seguido bailando con un sujetador de encaje negro más digno de Francis Lai (por lo de Emmanuelle) que de Jean Michel Jarre. La escena ha propiciado el siguiente diálogo entre tres tíos maduritos: “A mí eso no me pasa”, “No, si es por la música, no por mí”, “ah”. “Me ha entrado una tía”, se ha escuchado, “pero era por si tengo pastis”.
La heterodoxia en el atavío es total: incluso ha podido verse un bolso de Channel y un individuo con traje a rayas. Bien, no es lo usual: mucho torso masculino desnudo, mucha bermuda, gorrito de tenis. “Jagger-Swagger” proclamaba una camiseta: “contoneo o pavoneo Jagger”. Una constatación: los hipster son arqueología.
El aire que ha soplado en el Village ha pegado los vestidos más vaporosos al cuerpo, alumbrando estampas tan campestres como inquietantes. Aunque para inquietante, el set de King Midas Sound & Fennesz en el SonarHall. En ese espacio cerrado con cortinajes rojos que es como el corazón de una nave Harkonnen de Dune o el palco de Hitler en Malditos bastardos, se ha desatado un verdadero infierno. Ha tardado en arrancar, por eso, más que una película de Terrence Malick. Tras un buen rato de chirridos ha empezado a cantar o lo que fuera Kiki Hitomi, en el avatar de sobrina de Lucifer (aunque lo que parecían unos cuernecitos se ha revelado un lazo de pelo). Una atmósfera narcótica poderosamente sombría ha invadido el espacio. Niebla artificial, flashes. Pura mescalina sonora. Roger Robinson ha entonado un himno digno de Blade Runner mientras Kevin Martin desplegaba más cables en su mesa de sonido que los de la sentina de la nave Nostromo. En primera fila, donde me he colocado en un alarde de valor y aprovechando el humo, los graves devenían tan físicos que parecían descargas eléctricas. Ajenos a ello, una pareja se besaba como si estuvieran en la proa del Titanic. Ha habido bravos y aplausos a la actuación.
Salir y encontrarte al Village bailando era como pasar de la noche al día, del Hades a los Campos Elíseos. Un renacimiento (y valga la referencia al Orfeo y Euridice de Gluck-no-gluck-gluck). Pasar a Rhodes ha sido como dejar que te metan el alma en un congelador después de habértela puesto (Lady Leshurr, UK, con peto blanco del que se fue desprendiendo) al baño María.
Así es el Sónar, diferentes zambullidas en distintos elementos. Algunas malas: a un chico obnubilado y lloroso lo atendían los sanitarios. “¡Soy carne de Sónar, tíos!”, ha proclamado otro usuario, “soy feliz”. Lo era, las dos cosas.
Babelia
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