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PJ Harvey, una reina en blanco y negro

La artista presenta su último disco en Primavera Sound con un concierto seco y adusto

PJ Harvey, durante su concierto en el Primavera Sound.
PJ Harvey, durante su concierto en el Primavera Sound.X. T. (WireImage)

Estaba llamada a ser la reina, y como tal se comportó. Salió a escena con una comitiva que marchaba con aire solemne con tambores e instrumentos de metal, como si se tratase de un desfile de guardia real de a pie. Ella también tocaba, un saxo, y se dispuso en el centro del escenario, dispuesta a comenzar su reinado ante una multitud de súbditos que la miraban expectantes. Era PJ Harvey comenzando con puntualidad su concierto en uno de los escenarios principales del Primavera Sound, que años más tarde volvía a contar con su concurso. Y ella, llamada a reinar, lo hizo, pero marcando un estilo severo, no haciendo demasiadas concesiones a sus súbditos y manifestando una preocupación por la injusticia y la desigualdad en el mundo que expresa en su último disco, motivo de su presencia en el festival.

Y con Chain Of keys, una pieza de The hope six demolition project, comenzaba el concierto, que continuó con cuatro composiciones de esta obra. Fue la pauta que marcó el resto de la actuación, con PJ Harvey interpretando gestualmente sus canciones, amagando pasos de baile, tapándose la cara como si el horror de este mundo no la dejase mirarlo de frente y siempre carismática dirigiendo una banda con mucho metal y percusiones que eran tocadas como si la marcha, casi militar, continuase. Saxos barítonos ahogando las canciones en graves y PJ Harvey jugando con su voz en tonos agudos para crear un contraste con la gravedad que venía de los metales, también contando con clarinete bajo.

El público, rendido ante el poder de la reina, aplaudía, pero lo adusto y ceremonioso del repertorio no le llevaba a ebullición. No había color en el escenario, dominado por focos blancos, como si aquello fuese una actuación de Fugazi. Para aumentar la sensación de opresión, en Ministry of defence, segunda pieza, apareció tras la banda una especia de muro que sugería la imposibilidad de huida. Por delante del mismo, los claroscuros y contrastes entre blanco y sombras jugada a favor de la severidad. Los primeros aplausos de alivio por parte del público llegaron en Let England shake, como indicando que la audiencia celebraba el reencuentro con la PJ Harvey anterior a sus viajes por Kosovo y Afganistán para darse de bruces con un mundo donde la injusticia es aún más cruda y salvaje que allí donde no está rematada por la guerra.

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Más adelante, cuando sonaba When under ether, la plasticidad del blanco y negro alcanzó su cénit, captando las cámaras que realizaban la señal para las pantallas el óvalo de la cara de PJ Harvey, una cara que parecía entonces fantasmal, de pesadilla, tanta como las que genera el mundo en el que vivimos, parecía decirnos. Había que hacerse a la idea, el contenido del disco no da para colores, y todo él sonó completo exceptuando una pieza Near memorials to Vietnam and Lincoln. Así pues, la cantante británica impuso su ley y apenas dejó unos instantes para que el público se explayase con canciones que conoce de memoria, un Down by the water amojamado, reseco y un To bring you y love en los bises. PJ Harvey reinó, aunque a su manera y quizás con su actitud explicó más allá de lo razonable lo que el público había de pensar y sentir.

Más feliz y desenvuelta fue la actuación de Manel al comienzo de la tarde. Actuaron en uno de los escenarios principales, y ante ellos se emplazó todo el público catalán que había en el recinto. Manel, que han adaptado sutilmente su sonido al último disco, que tiene vocación electrónica, despacharon varias de sus canciones ante el regocijo y algarabía del público, que no se sustrajo del baile en piezas como La serotonina”, un homenaje explícito a Juan Luis Guerra. El desparrame final llegó con Teresa Rampell y de nuevo sólo un tema, Ai Dolors sonó de su primer y triunfal disco. Banda singular Manel, que construye su futuro sin mirar al pasado. Y país singular el nuestro, en uno de cuyos rincones puede arrasar una banda que en el resto del territorio pasa desapercibida.

El resto de la jornada mostró a un Richard Hawley que no quiso ponerse tierno y despachó un concierto muy rockero que le hizo parecerse a muchos otros. Sólo un par de temas, The streets are ours, una pieza rítmica pero cristalina, y Open up your door, con resonancias de The ocean, evocaron al Hawley más personal y melancólico. Más tarde Pusha T reivindicó el hip-hop tras la espantada de Jay Rock la víspera, realizando un concierto convincente marcado por graves gruesos y elásticos. Tras su pase, y ya con la noche avanzada, por cierto la noche más cálida del festival, el pop se encargó de preparar el camino para la fiesta y el desparrame final servido por la música de baile.

En el apartado más festivo fueron Chairlift quienes lo bordaron ante un público seducido por su pop electrónico con estribillos llenos de chispa y una vocalista, Caroline Polachek, que no paró de moverse, saltar y bailar en toda la actuación, contagiando aún más al público de su alegría. Con posterioridad fue el pop de autor de Julia Holter quien cerró la cuota melódica del festival, todo y que sus canciones son cualquier cosa menos previsibles, retorciéndose sobre sí mismas como un contorsionista y sorprendiendo con arreglos inesperados y cambios melódicos insospechados. No llegó por ello a cautivar a su audiencia, que a aquellas horas, pasada ya la medianoche, quizás precisaba de algo más directo. Pero en un festival como el Primavera Sound hay, como en botica, de todo, y cada espectador decidió apurar lo que quedaba como quiso. El final estaba cercano y algunos ya pensaban con nostalgia en lo que estaba a punto de acabar. El año que viene más. Y si se puede, mejor.

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