Toros del XIX y un torerazo de hoy
Mansa, durísima y muy peligrosa resultó la corrida de Saltillo, que trasladó a la plaza a los inicios de la tauromaquia
La plaza de Las Ventas se introdujo en el túnel del tiempo y apareció una corrida de mediados del siglo XIX, con toros de Saltillo, ganadería preferida por El Chiclanero, Lagartijo, Frascuelo y Cara Ancha, entre otros. Lo que se vio fue una película de terror en la que tomaron el protagonismo seis toros cárdenos de correcta presentación y sin aparatosos pitones que se hicieron dueño de la situación, asustaron con toda razón a las cuadrillas e impusieron su ley cual forajidos armados hasta las cejas.
Seis toros mansos de solemnidad que topaban en lugar de embestir, huían de los caballos, daban arreones de miedo cuando atisbaban una presa, acudían al bulto, la cara siempre por las nubes y buscaban con más que aviesas intenciones a todo lo que se moviera. Toros sencillamente intoreables en el siglo XXI.
Saltillo/Vara, Aguilar, Venegas
Toros de Saltillo, correctamente presentados, mansos de solemnidad, broncos, deslucidos y muy peligrosos. El cuarto fue condenado a banderillas negras.
Sánchez Vara: estocada tendida (silencio); media baja (palmas).
Alberto Aguilar: pinchazo -aviso- dos pinchazos, estocada -segundo aviso- (silencio); pinchazo, media y un descabello (ovación).
José Carlos Venegas: pinchazo, media -aviso-, -segundo aviso- pinchazo, estocada, un descabello -tercer aviso- (palmas de consolación); dos pinchazos y estocada baja (silencio).
Plaza de toros de Las Ventas. Vigésima sexta corrida de feria. 31 de mayo. Casi tres cuartos de entrada.
Nadie, ningún torero del escalafón actual ni de escalafones precedentes, está preparado hoy día para salir airoso de un trance tan complicado. Porque el toreo de hoy nada tiene que ver con el que emocionaba a los españoles del XIX, ni los toreros actuales están preparados para empresa tan complicada.
Así las cosas, vaya un reconocimiento de respeto y admiración a todos los de oro y plata que ayer, mal que bien, salieron airosos del compromiso. La mejor noticia de la corrida, sin duda alguna, es que todos los toreros abandonaron la plaza por su propio pie y cenaron en sus casas o en el hotel, porque lo que se masticó toda la tarde fue el drama anunciado o la tragedia, que, felizmente, no se produjo.
Nadie se aburrió; claro que no. Como para aburrirse cuando un grupo de hombres se estaba jugando literalmente la vida en un empeño en el que nada tenían que ganar más allá de un sueldo con el miedo metido en el cuerpo y el sudor de su frente.
A José Carlos Venegas le echaron su primero al corral después de escuchar los tres avisos; pues quede claro que ese toro se le queda vivo a todas las figuras de la modernidad. Sorteó estampidas entre los dos picadores, huyó de los capotes, no supo lo que era humillar, buscaba el cuerpo del muchacho y puso todas las dificultades imaginables a la hora de la suerte suprema. Y lo más sorprendente es que, tras una media y una estocada hasta la empuñadora enfiló el camino de chiqueros como si tal cosa, más vivo, si cabe, que cuando salió. Venegas intentó recuperar la dignidad ante el sexto, cortísimo de embestida, se jugó el tipo con sinceridad, y le robó algunos muletazos estimables.
Sánchez Vara mató sus dos toros y adiós muy buenas. Pasó desapercibido ante su primero, que anunció lo que había en los corrales; y el cuarto, que fue condenado a banderillas negras, topaba con evidente maldad.
Los ‘mejores’ toros del festejo le tocaron a Alberto Aguilar; tanto es así que brindó su primero al respetable y le robó algunos naturales antes de que el animal lo pusiera en serios aprietos. Sobre la mano derecha citó al quinto, y se le jalearon redondos estimables en los que brilló más la disposición del torero que la calidad, porque no podía ser de otra manera.
De todos modos, si todos los que hicieron el paseíllo merecen figurar en un cuadro de honor -incluidos los picadores, que fallaron estrepitosamente ante toros imposibles de picar, y quienes huyeron de los terrenos comprometidos para salvar el físico-, sobresale por encima de todos un subalterno llamado David Adalid, que ofreció una lección magistral de torería excelsa con las banderillas en las manos. Aguantó el arreón del tercero, que se le arrancó como un fórmula 1 y le clavó un par de categoría; pero más impresionante fue el segundo, de auténtico maestro heroico, asomándose al balcón y dejando los garapullos en todo lo alto. Volvió a banderillear al sexto y el segundo par fue, otra vez, excepcional.
¿Por qué está Adalid desaparecido cuando es un torerazo que dignifica la tauromaquia? Un gran misterio. Ayer, por dos veces, la plaza en pie le vitoreó emocionada y conmovida.
La corrida de hoy
Lunes, 1 de junio. Festejo extraordinario de Beneficencia. Vigésima séptima corrida de feria.
Toros de Victoriano del Río, para Sebastián Castella, José María Manzanares y López Simón.
Babelia
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