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Daredevil vs. Punisher, ¿héroe o villano?

Eneko Ruiz Jiménez

Hay ninjas, poderes paranormales, saltos imposibles entre rascacielos de Nueva York, grandes coreografías de acción y hasta convive en el universo de Los vengadores. Aunque a veces parezca avergonzarse de ello, Daredevil es una serie de superhéroes. Pero, como hizo en los ochenta el cómic de Frank Miller, se atreve a ir un paso más allá de la acción y plantearse cuestiones que el resto nunca desarrolla. La primera temporada de la adaptación de Netflix analizaba lo que ocurría en los bajos fondos de una ciudad destruida tras una guerra contra los alienígenas. La segunda plantea preguntas que deberían ser igual de trascendentes en las bambalinas de un universo de ficción tan vasto como el de Marvel: ¿En qué se diferencia un héroe, un justiciero y un villano? ¿Dónde queda la ley? ¿Dónde está el limite? A veces salvar la Cocina del Infierno deja un rastro de sangre y sufrimiento imborrable.

Este conflicto moral tiene esta vez nombre propio. Tras tres intentos a medio gas en el cine, Frank Castle, alias el Castigador, hace una entrada triunfal en Marvel, con una artillería capaz de matar de un plumazo a toda una banda de criminales pero también con mucha carga ética. Este Punisher, presentado originalmente en los cómics de Spiderman e interpretado aquí por un impasible John Bernthal (The Walking Dead), representa a ese antihéroe al que el bien por el bien no le es suficiente, el que se atreve a acabar de verdad contra el crimen establecido. Este antiguo militar tiene una misión vital: vengarse por el asesinato de su familia; la única manera de lograrlo es acabando con todos los malos tipos del mundo. El hombre de la calavera no tiene nada que perder, está a un paso de la locura y a un paso de ser el hombre más cuerdo de este disfuncional mundo. Sin embargo, sus mejores momentos no son los de las grandes matanzas (que las hay), sino aquellos que lo colocan frente a frente en una batalla dialéctica contra el abogado de día/justiciero de noche. El primer enfrentamiento de héroes en un año que tendremos Batman v Superman y al Capitán América contra Iron Man. Punisher es uno de los personajes más complicados e interesantes del universo Marvel. Aquí lo vuelve a demostrar.

Enfrentamientos como ese cara a cara sin puños ni patadas es lo que de verdad definen Daredevil, que tenía en su primer año en la caracterización del capo Kingpin una de sus mejores bazas. Wilson Fisk era la verdadera horma del zapato de Murdock, la otra cara de la moneda. Y, sí, se echa de menos la fría interpretación de Vincent D'Onofrio en los primeros siete episodios, aunque la frenética segunda etapa no da mucho tiempo a reposar sobre ello. Sabemos de sobra que su camino volverá, antes o después, a cruzarse con el cuernecitos, pero Kingpin y su esposa Vanessa son solo una pieza más de este puzzle de guerras de bandas y culturas enfrentadas. El personaje más importante sigue siendo las calles de un Nueva York lúgubre que ya no existe.

Las distintas caras de la ciudad crean una serie de historias cruzadas solo conectadas por el héroe. Mientras que a Jessica Jones le pesaba tener que mantener durante una temporada entera una misma trama argumental y un villano (por muy carismático que fuera), uno de los máximos aciertos de la segunda temporada de Daredevil es separar sus 13 episodios en diferentes subtramas, y casi en diferentes géneros. A veces quiere ser demasiadas cosas. Hay un momento para las guerras de bandas, un momento para las tramas de espías y batallas con ninjas (con secuencias de acción magníficamente rodadas), otro para el misticismo e incluso los seguidores de Ley y Orden o The Good Wife tendrán por fin su dosis de juzgados y leyes.

El universo creado por Stan Lee y Bill Everett, pero desarrollado por Miller o Brian Michael Bendis, es suficientemente rico como para aprovecharlo al máximo. Daredevil y Punisher solo son un capítulo. Con el cuarto episodio llega la triunfal presentación de la sensual femme fatale Elektra Natchios (Élodie Yung), quien, con su complicado acento y picasiana belleza, consigue que Jennifer Garner solo sea un mal recuerdo. Ella no es la buena niña rica. Es la mujer atractiva que nos encanta odiar. Una niña caprichosa que no desearíamos para nadie: asesina, manipuladora, imposible... Una de la que es imposible separarse. Que llena la vida de Matt de la adrenalina y el riesgo que Karen Page nunca le dará. Su personaje, mucho más que cualquier otro, se cocina a fuego lento. A la espera de que llegue Bullseye.

Daredevil, como todas las producciones Marvel hasta la fecha, es la opción perfecta en Netflix. Es apta para ver de un tirón y siempre quieres más. Eso define todos sus aspectos positivo, pero también los negativos. Cumple las expectativas, es rápida y trata temas interesantes, pero, al mismo tiempo, no se puede evitar la sensación de que podría ser más redonda, que podía aprovechar mejor a los secundarios de ese rico universo de los bajos fondos que no hace más que crecer. Se merece no solo parecer una de las grandes series sobre antihéroes televisivos, sino serlo de verdad: ser más profunda para que su crudeza dramática te dejara satisfecho como para no querer ver un episodio más. Como The Wire o The Leftovers. Menos acción y violencia gratuita y más aprovechar monólogos sobre moralidad como el de Punisher. Queremos que sepa a dónde se dirige, ver más personajes, más guerras de bandas, más política y más personalidad en esos villanos pequeños sin poderes. Sí, nos gusta sufrir. Pero a los que llevamos décadas leyendo Daredevil, hay algo que nos gusta todavía más: ver sufrir a Matt Murdock. Y eso Charlie Cox (el hombre "normal" entre tanto carisma) lo sabe hacer bien.

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Sobre la firma

Eneko Ruiz Jiménez
Se ha pasado años capeando fuegos en el equipo de redes sociales de EL PAÍS y ahora se dedica a hablar de cine, series, cómics y lo que se le ponga por medio desde la sección de Cultura. No sabe montar en bicicleta.

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