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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Eurovisión 2016: Putin go home

La canción de Jamala se atrevió a revivir los fantasmas de la represión estalinista contra los tártaros para escupírselos en la cara a su más fiel heredero en el siglo XXI

Jesús Ruiz Mantilla
Jamala, la representante de Ucrania ganadora de Eurovisión 2016.
Jamala, la representante de Ucrania ganadora de Eurovisión 2016.Michael Campanella (Getty Images)

Las relaciones de Vladimir Putin con la música, aparte de torpes, resultan traumáticas. Por si no hubiese sido suficiente el vapuleo internacional que sufrieron hace pocos días él y su esbirro Valeri Gergiev —ese director de orquesta con poder omnívoro en su círculo— a cuenta del concierto paripé que montaron ambos en las ruinas de Palmira, el sábado pasado Ucrania gana Eurovisión con un mensaje bien claro: “Putin go home”.

Hecha la digestión con ayuda de una buena provisión de almax estéticos para tragarnos esa ensalada kitsch y sin champú suficiente para lavarnos la tecno caspilla plagada de banderolas, el concurso con más frikiseguidores del planeta, prescindió de mensajes para la lobotomía global y se puso guerrero.

Fue gracias a la turbia y oscura canción de Jamala, titulada 1944, en la que se atrevió a revivir los fantasmas de la represión estalinista contra los tártaros para escupírselos en la cara a su más fiel heredero en el siglo XXI. Putin no esconde su nostalgia bien calculada. Emmanuel Carrère, en su magistral Limonov, nos recuerda una de las frases más escalofriantes de este hijo del KGB: “Entiendo que con la cabeza rechaces los tiempos de Stalin, pero quien lo hace no tiene corazón”.

La geopolítica del voto volvió a funcionar. Aquellos países que, con razón, sufren la sombra con delirios de grandeza de la madre Rusia se solidarizaron con la asediada Ucrania. Pasado el trago de la bazofia musical con ínfulas, en las votaciones se visualizaba como pocas veces la tensión real de una Europa cobarde frente a la amenaza de que al amigo Putin le dé por cortarnos el gas. Ese y no otro fue el gran espectáculo del sábado. Porque en la memez cateta de la representación española cantando en inglés, no entramos. Total, para oír gritar a los cuatro vientos ñoñerías del calibre “say yay, yay, yay”, mejor, a la próxima, en vez de soltarlas en castellano, que lo ladren.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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