Un laberinto de vida y viajes
Juan Manuel Bonet reúne todos sus poemarios en Via Labirinto, un volumen concebido como libro viajero y autobiográfico que recopila 40 años de escritura
La dedicación más sobresaliente de Juan Manuel Bonet es la crítica de arte, pero su interés más personal apunta a las relaciones de la literatura y la pintura. ¿Nos extrañará que, como autor de los poemas que ahora ha compilado bajo el título de Via Labirinto, haya concebido la mayoría a partir de estímulos ópticos y que abunden expresiones que remiten a la primacía de estos (visión, ilusión, imaginación, sueño…)? El último libro incluido en Via Labirinto, titulado ‘Nord-Sud’ (2012), es inseparable de las fotografías que comentan los poemas, pero el anterior se llama ‘Postales’ (2004-2015) y su propósito fue construir con palabras la misma síntesis estética sentimental que ofrece esa entrañable manía de los viajeros. No me resisto a recomendar una preciosa postal, ‘Paisaje castellano’, que evoca un cuadro del pintor Díaz-Caneja, el artista que hizo de “la monotonía, virtud. El asedio, poesía”. O aquella otra, ‘Sildavia o las cosas que nos hacen soñar’, que muestra un divertido puzle de motivos del país que se inventó Hergé y que recorrió el joven Tintin en El cetro de Ottokar. De ‘Nord-Sud’ prefiero resaltar el núcleo estético de otro poema, ‘Vermeer en Montparnasse’: la fotografía correspondiente refleja el interior de un bistrot parisiense, pero al poeta le ha atraído la geometría exacta y blanca de un mantel cubriendo una mesa.
Para Juan Manuel Bonet la construcción del poema suele ser el modo de disfrutar de una música, un cuadro, un libro, una ciudad o un paisaje. O el gusto de reflejarlo “a la manera” de otro artista al que invoca: el pintor Seurat o el músico Séverac, por ejemplo. Por eso la forma de sus composiciones tiende al apunte breve y a veces esquemático; practica la elipsis, abunda en frases nominales u organiza enumeraciones intencionadas. En un apunte de su espléndido libro La ronda de los días (1990), el escritor dijo que prefería “ese tiempo durante el cual el poema no está escrito, pero ya está ahí”, en germen. Ahora, en ‘Escribir’, confiesa hacerlo “como si nada fuera importante” para que la sensación pase “al arroyo claro / de unos versos”.
En sus primeros poemas —la serie Través, entre 1978 y 1982— es perceptible la huella de un vanguardismo matizado y un eco de la lírica ultraísta española. La patria oscura (1983) revela una voluntad cercana al modernismo asordinado de 1910, que él y Andrés Trapiello pusieron de moda. Café des exilés yÚltima Europa, ya en los primeros noventa, perseveran en esta línea pero buscan algo más directo, menos alambicado. Cada poema tiene un lugar inspirador bien explícito: no es fácil elegir entre las evocaciones de Sevilla, París (‘Canción del pasaje’), Madrid (‘Al modo de Henri Régnier’), Lisboa, Murcia, Pamplona o la prodigiosa y sintética escena salmantina de ‘1937’, porque todas condensan milagrosamente un recuerdo, una música, un capítulo de historia. Pero Bonet ha hallado una especial concentración de emociones en Europa central. Ha contado la dramática historia de Praga (1994) en los pocos poemas de un heterónimo, Pavel Hrádok, fechados entre 1927 y 1953, entre la Checoslovaquia recién estrenada y la república comunista. Polonia le ha reclamado un libro entero, Polonia-Noche (2008); más que ningún otro lugar del mundo, forma parte de la vida del autor.
Una vez más, la colección granadina La Veleta ha hecho honor al texto que se le ha confiado: la tipografía clara, los generosos blancos de la página acompañan al viajero de este libro de vida y de viajes, como lo hacen las sabrosas notas finales del escritor a cada uno de los poemarios agrupados.
Via Labirinto. Juan Manuel Bonet Comares. La Veleta. Granada, 2016. 368 páginas. 35 euros
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