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El pasado asalta la lista de éxitos

La industria musical despachó en 2015, por primera vez en la historia, más discos de catálogo que novedades pese a contar con los lanzamientos de Adele o Justin Bieber

Una sala cubierta con discos de vinilo, obra del artista y compositor Christian Marclay.Foto: reuters_live
Daniel Verdú

Nadie duda de que 2015 fue un buen año para la música. No está tan claro, sin embargo, que lo fuera para la música de 2015. La crisis de la industria en la última década se aleja. Pero lo hace, en parte, gracias a inesperados factores. Por primera vez en la historia los álbumes de catálogo (más de 18 meses en el mercado) han vendido más que las novedades en EE UU, considerado el mercado de referencia para las tendencias de consumo. Y eso que fue el año de los últimos lanzamientos de Taylor Swift (1989), Justin Bieber (Purpose) y Adele (25), cuyo disco vendió el 6,3% de todo el mercado. Incluso una publicación de referencia en la música electrónica, como Resident Advisor, tan poco sospechosa de prescribir desde la melancolía, proclamó mejor tema del año pasado una reedición de 2004 del productor Fatima Yamaha. El pasado, en términos de disponibilidad y poder de seducción, forma ya indisolublemente parte del presente.

Según el análisis anual de Nielsen —ceñido a las ventas de discos físicos y digitales, sin incluir el streaming— los álbumes de catálogo pasaron de 126,5 millones de copias en 2014 a 122,8 millones en 2015: la caída fue del 2,9%. En cambio, las novedades despachadas pasaron de 130,5 millones en 2014, a 118,5 el siguiente año: una bajada del 9,2% que puso, por primera vez, los discos recién publicados por debajo de los considerados viejos. Entonces, ¿la música avanza o retrocede?

El factor catálogo siempre fue una fuente de estabilidad para la industria. Pero en solo 10 años la sección de novedades, que entonces despachaba 150 millones de ejemplares más que las ya publicadas, ha perdido su hegemonía. Uno de los factores que explica esta retrofilia musical es el constante —y manido mediáticamente— crecimiento de la venta de discos en formato vinilo. Ahí (el 8,7% del total), y pese a que de nuevo Adele y Taylor Swift ocupan los dos primeros lugares, artistas y grupos desaparecidos como Pink Floyd (Dark Side of the Moon), The Beatles (Abbey Road) o Miles Davis (Kind of Blue) han ido copando silenciosamente las listas hasta llegar a dominarlas. A este fenómeno se incorpora ahora también la recuperación del casette, elegido por artistas como Rihanna o Joanna Newsom para presentar sus novedades.

No hay ninguna razón en términos de disponibilidad para escuchar un disco nuevo y no uno viejo", señala Simon Reynolds

Más allá de la crisis o la vuelta de viejos formatos hay también elementos sociológicos que explicarían este eterno retorno sonoro tan del siglo XXI. Simon Reynolds escribió hace 5 años Retromanía, la adicción del pop a su propio pasado (Caja Negra), un esclarecedor ensayo sobre la obsesión arqueológica de nuestra cultura. Sus tesis rejuvenecen con el tiempo. “El pasado, en la música popular y en la menos conocida, siempre parecerá más legendario y excitante. Y, ciertamente, hay mucho donde buscar, grandes zonas y rincones por explorar para crearse una identidad como coleccionista y cazador obsesivo, un experto en un conocimiento determinado”, señala Reynolds.

Para el autor británico, a punto de lanzar un nuevo libro sobre la historia del glam rock, la era de los archivos compartidos, los blogs, Youtube o servicios de streaming como Spotify han creado una suerte de “condición atemporal en la que tienes acceso a la música del presente tan fácilmente como a la del pasado: y sin coste alguno”. “El pasado musical acumulado supera en gran número a la producción actual. No hay, literalmente, ninguna razón en términos de disponibilidad para escuchar un disco nuevo y no uno viejo. La reedición o los discos de catálogo es, en este sentido, algo tan del presente —queriendo decir que están ahora y delante de ti— como el resto de novedades”. Puede observarse, incluso, en las recopilaciones mezcladas por dj's que lanza la serie DJ-Kicks y que solían incluir un gran número de temas inéditos: las más aclamadas el último año han sido las de los productores Moodymann y Koze, ambas compuestas mayoritariamente por temas clásicos.

Pink Floyd (Dark Side of the Moon), The Beatles (Abbey Road) o Miles Davis (Kind of Blue) han ido copando silenciosamente las listas

El patrón estadounidense se repite en Europa. Antonio Guisasola, presidente de la patronal discográfica Promusicae, apunta a la música en streaming para explicarlo. “Nos hemos acostumbrado a recuperar cosas que nos gustan a través de Youtube o Spotify, plataformas que abren el apetito y permiten encontrar música desaparecida de las radios. Ese fenómeno se traslada luego a la compra. En España los álbumes clásicos cada vez tienen más peso”.

Así nace un segundo fenómeno comercial —casi metafísico— como es la competencia entre artistas vivos con los muertos y un mercado más complicado de descifrar para quienes tratan de triunfar con sus nuevos lanzamientos. “Para la industria es bueno que recuperar música de otra época. Pero es verdad que para los artistas más punteros o con un solo disco en el mercado, aumenta la competencia”, señala el presidente de la patronal discográfica.

Cuando el pasado engulle nuestro tiempo, ¿dónde queda la innovación y el adelanto musical? Justamente, el ensayista Eloy Fernández Porta, autor de Afterpop o Homo Sampler, discrepa de algunas teorías de Reynolds y no cree que nuestro tiempo sea una mera sala de montaje de la historia musical, una obra de segundo grado que no mejora la original. “Con cada nueva elaboración del género, estos se enriquecen y cambian de sentido. El punk, por ejemplo, es una técnica y un espíritu que se va a aplicando a situaciones distintas a medida que avanza”. En cualquier caso, tener un pasado, al menos en cuestiones musicales, cada vez parece más complicado.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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