Porcelana
De Waal muestra en 'El oro blanco' cómo un simple objeto material puede convertirse en un talismán para el desciframiento de tu propia existencia
Edmund de Waal (Nottingham, 1964), autor británico que se hizo internacionalmente famoso con su maravilloso libro La liebre con ojos de ámbar (2012), donde rescataba la trágica memoria de su estirpe familiar, con fascinantes digresiones laterales, vuelve ahora, lógicamente muy crecido, a este empeño literario, pero en clave personal autobiográfica, relatando, de esa misma manera indirecta, lo que fue y es profesionalmente, también con un indudable éxito: el de ser quizás el alfarero con mayor reconocimiento artístico en la actualidad. Lo hace con el libro titulado en castellano El oro blanco. Historia de una obsesión (Seix Barral), en el que nos describe cómo se fraguó su peculiar vocación, pero a través de su viaje mental, histórico y físico a los lugares míticos donde se inventó y desarrolló la porcelana: la ciudad china de Jingdezhen, Dresde y Plymouth. Este viaje se remonta a 10 siglos de historia, con lo que se comprende que su trama espacial se complique con ideas y venidas a otros muchos lugares, cuya relación es prolija, pues hay que recalar en Venecia, Dublín, Damasco, París, Londres o Nueva York.
Cuando unas memorias responden al patrón de una obra literaria, todo se vuelve equívoco y complejo; esto es: las cosas nunca son como son, sino mucho más. En este sentido, el niño y adolescente, que crece en un medio culturalmente privilegiado, en vez de aspirar a un grado doctoral en Oxford, decide expresarse a través de sus propias manos, y, más aún, en vez de seguir la consuetudinaria senda de los anónimos artesanos, aspira a transformarla en un diálogo con las infinitas alturas. La alfarería, la primera manufactura excesiva con que se topó el ser humano, porque trocó la mera necesidad utilitaria en una vasta indagación del universo, transfiguró a Edmund de Waal en un impremeditado y único artista, como ha de serlo hoy quien pretende hacer lo que nadie hace. Por ejemplo: cuando la vetusta alfarería ha sido embargada por una serial producción técnico-industrial de prototipos, buscar en ella el atávico pulso de lo rabiosamente singular, y, sobre todo, cuando nadie recuerda casi nada, dedicarse a construir un altar a la memoria.
¿Qué quieren que les diga al respecto? Pues bien, que esta acción intempestiva, antes de siquiera pensarla, a mí es algo que me conmociona. Por tanto, me permitiré obviar para el caso las excelsas virtudes del prolijo relato de Edmund de Waal, en el que nos traza una muy bien trabada historia de la porcelana, para centrarme en lo que toda esta preciosa información se decanta como un precipitado de sabiduría poética; esto es: en el descubrimiento de cómo un simple objeto material puede convertirse en un talismán para el desciframiento de tu propia existencia, de la historia de la humanidad y, si se me apura, del cosmos. ¿Cómo describir ese momento mágico de revelación? De Waal nos lo advierte desde el principio de su libro a través de tres claves: tomar conciencia de la arcilla, que es la tierra; hacerlo en la medida que comprendes que es moldeable; y, por último, si ella y tú sois plásticos, que no debes poner nunca límite a tu perfección. Por abajo, la raíz, la materia, que es la tierra, lo que tienes de fatalmente manipulable; por arriba, el cielo, lo blanco, que es tu insaciable afán de belleza. En medio, a la postre, solo resta la mediocridad del conformismo, cuando te resignas a ser solo objeto en vez de ser sujeto de tu destino, o, lo que es lo mismo, prefieres ser artesano que artista.
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